Alguien muy sabio escribió
el Lazarillo de Tormes hace unos
cuantos siglos. Lo realmente curioso del tema, es que escribió acerca de lo que
veía a su alrededor. Por aquel entonces, en una época tan prematura de nuestra
Historia, el objetivo era robarle un trozo de pan a un ciego. Y después una
muestra de vino, o todo lo que pudiera ser susceptible de robarse. Total,
estaba ciego y no se iba a enterar. Pero se enteró. Contra la picaresca,
astucia. EL hambre da muchos palos.
Han pasado un montón de
siglos desde entonces, y nada ha cambiado. Seguimos intentando defraudar a
quien nos cobra los impuestos, seguimos intentando pagar las facturas sin IVA,
aquellos que tienen mucho más dinero que la media de la población nacional se lo
llevan fuera de España para que no les cobren impuestos por él, incluso se
compran grandes propiedades inmobiliarias en negro por lo mismo… No hemos
cambiado.
Esta personalidad tan propia
de los españoles se traslada a todos los aspectos de nuestra vida. Muchos
incluso intentan entrar media hora después de lo que les toca al trabajo porque
no fichan o salir media hora antes porque el jefe se ha ido y nadie les
controla. Y en literatura, se trata de pisar al que tienes al lado para ponerte
a ti en su lugar. El fin justifica los medios, en este y en todos los casos, y
si tienes influencias o puedes hacer unas llamadas para que alguien haga un
trabajo que tú no podrías hacer, como presentar una novela ante una editorial o
un agente, haces todo lo necesario. Los demás se convierten en puros y duros
rivales, y hay que deshacerse de ellos.
Hay casos realmente
llamativos. Alguien publica una novela en un portal para escritores y lectores
y otra persona selecciona, al azar o no, dicha novela. La persona autora de esa
novela se pone en contacto con la lectora después de ver un formidable currículum
de estudiante que ha obtenido todos los diplomas que puede obtener aunque se
los hayan regalado, y le comenta que está intentando fundar una editorial. El
acuerdo llega enseguida: si tú me haces una crítica positiva de la novela y
utilizas los medios (ridículos, por otra parte), de los que dispones para
difundir mi novela, cuando yo consiga crear mi editorial tú pasarás a formar
parte de mi plantilla. Por supuesto, la alumna de los títulos interminables e
inútiles acepta al instante y pone en marcha su maquinaria de promoción y
distribución para que la novela sea conocida y así conseguir su objetivo de entrar
en nómina de una empresa.
Pero el problema se presenta
cuando tienes unos cuantos seguidores pero en el fondo no eres nadie. Un
licenciado más en Letras con a lo mejor cincuenta o sesenta seguidores en tu
perfil profesional. Una vez que los cincuenta seguidores han leído la novela de
tu futura jefa y se han terminado los comentarios y las alabanzas, no te queda
nada. Y compruebas que nadie más lee la novela. No interesa, o el boom de ese
género ya quedó atrás y los lectores han vuelto a la novela negra o a la
histórica.
También te enfrentas al
problema de tu atractivo físico. Nulo, en este caso, y además, consciente de
ello. Yo, que también he estudiado Filología en sus tiempos y pasé varios años
dando vueltas por el inexistente campus de la Facultad en la Universidad de
Barcelona, también tuve veinte años y también estaba pendiente de cualquier
mujer bella con la que me encontraba. Y en Filología encuentras chicas guapas,
por supuesto, pero solo por un factor de eliminación. En un aula de ciento
cincuenta personas, a lo mejor hay quince o veinte chicos. El resto son
féminas. Y entre todas ellas, alguna tiene que estar bien. Pero no estamos en
Derecho o en Periodismo, donde la belleza abunda. Y esta persona, no se
encuentra entre las más guapas del lugar. Ni siquiera entre las del montón.
A lo mejor por eso yo me
pongo en contacto con ella. Toda promoción es buena y el objetivo es llegar a
publicar. No importan los medios, como ya he dicho. Y a lo mejor, me doy cuenta
del enorme error que he cometido. Le escribo a una simple licenciada en
Filología con un montón de cursos postgrado que no sirven para nada y que fuera
de sus cincuenta amigos, no conoce a nadie más. Ella también está buscando
trabajo. Lo gracioso es la respuesta recibida. Te agradece sus elogiosas palabras
pero en ese momento está muy ocupada y por varias semanas no podrá leer nada
más de lo que ya está leyendo. Es decir, como si fuera una agente literaria
consolidada en el mercado, pero sin nada más que un título universitario. Es
tan invisible en el mundo literario como tú. Y te ríes cuando lees su
respuesta. Infeliz.
A lo mejor por eso también
se decide a corregir la novela de un chico cuya novela ha conocido a través del
mismo portal. La novela no sirve ni para quemarla y hacer una hoguera para
calentarse en invierno, pero qué diablos, la fotografía del muchacho da a
entender que está como un queso y además, vive cerca de ti. Si te pones a fondo
y consigues crear una novela de la porquería que ha escrito, incluidas las
cientos de faltas de ortografía y la incomprensible estructura general de la
misma, a lo mejor hasta te ganas un revolcón con alguien que, en cualquier otra
circunstancias, no pasaría una noche contigo ni después de haberse bebido
treinta cervezas.
Y a lo mejor por eso también
me está espiando a mí.
Que disfrutes de tu
espionaje, guapa (por decir algo). Para lo que te va a servir…
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