jueves, 31 de julio de 2014

Confesiones III

He querido hacer un paréntesis en la corrección de la novela, y ahora, pasadas las siete de la tarde, quizás sea momento de darle un descanso a tanta coma, tanto acento y tanto párrafo que hay que encajar en una página. Ojalá todo fuera tan sencillo como ponerse delante del teclado y escribir. Acabaríamos antes sin corregirnos a nosotros mismos.


Esta mañana me dirigía a casa de un cliente para arreglarle el ordenador, y caminaba por los alrededores del barrio donde vivo, en dirección al centro. Miraba a las personas, los coches, el monte cercano, y en general todo cuanto se presentaba ante mi vista. Yo no nací en el pueblo en el que vivo. Llevo cuatro años viviendo aquí. No es la primera vez que pienso en ello, pero a raíz de los acontecimientos que se van sucediendo y de las aventuras y desventuras en mi ciudad de adopción, surgió dentro de mi una reflexión de esas en las que no te atreves a llegar hasta el fondo de la misma.


Pero sí me gustaría compartirla.


De donde yo soy, muchas personas no me consideran de los suyos. Ni a mí, ni a nadie de mi familia. Hay un par de lugares donde ocurre esta situación. Euskadi y Cataluña. Y no tienen problema en hacértelo ver. Incluso han elegido palabras específicas para denominarnos, solo porque nuestros padres son de fuera de esas tierras y llegaron hasta allí buscando una vida mejor. No eres de allí. Solo has nacido allí. Los vascos les llaman manchurrianos. Los catalanes, charnegos. Qué palabras más horrorosas. Yo soy de Barcelona, pero a lo largo de mis primeros años de vida, hasta que lo dejé como una anécdota sin importancia, aunque la tiene, muchas personas se preocuparon de dejarme claro que yo no era uno de los suyos. Que no me apellidaba Deulofeu o Pallach y que mi familia no había vivido allí desde hacía generaciones.


Empezaron pronto, en el instituto. Cuando tienes que soportar durante un par de años (porque el chaval es tonto como él solo y las influencias llegan hasta donde llegan) que el sobrino del alcalde te restriegue por la cara lo rico y catalán que es, e incluso tus propios compañeros te digan, enfadados, que no hablan contigo si no es en catalán, te planteas muchas cosas. Y la primera de ellas es que no quieres seguir allí. Te intimidan de tal manera que prefieres mudarte a cualquier otro sitio donde no haya gente de tan baja calaña.


Lo malo es que elijas una carrera universitaria donde te encuentres con el criadero de políticos independentistas del futuro. Lo malo es que invadan una clase de literatura española con la excusa de que es una clase de españoles para españoles, y las veinte ¿personas? que invaden el aula te intenten obligar a desalojarla solo porque a ellos les da la gana y porque así joden al imperialismo centralista.


Claro que es peor negarse a hacerlo, pero esa es otra historia.


En definitiva, llegas a tu pueblo de vacaciones. Al que llevas veinticinco años visitando y has decidido, porque en Barcelona no te queda nada más que una mala salud y demasiados recuerdos que deseas olvidar, que sea el lugar donde quieres pasar el resto de tus días. Pero observas a la gente. Tratas con los paisanos, y los ves mucho más abiertos. Amantes de su tierra, por supuesto, pero sin politiqueos ni estupideces de por medio. Aman a su tierra porque nacieron allí. Así debería ser. Coger un trozo de tierra del suelo y sentir que perteneces a esa tierra, que has nacido de ella y dentro de ella te enterrarán.


La reflexión es darte cuenta de que, en el lugar donde has nacido, para muchos eres  un extranjero. Así te lo han intentado hacer ver. Y en tu lugar de adopción, no te identificas con sus habitantes. No eres ni de un sitio ni de otro. Sylvester Stallone, en sus papeles de Rocky, decía que si permanecías mucho tiempo en un lugar, acababas perteneciendo a él. ¿Por qué se empeñan algunos en no admitirte como uno de los suyos? Extranjero en tu propia tierra y desorientado en tu tierra de adopción.


La de cosas que te da tiempo a pensar mientras caminas diez minutos...

miércoles, 30 de julio de 2014

Pausa momentánea

Estoy pasando a limpio las correcciones de mi última novela. Por lo tanto, interrumpo durante dos o tres días las entradas en este blog.


Lo haré recordando las palabras de un insigne economista argentino afincado en nuestro país, muy dado a la broma y a tomárselo todo con filosofía. Bravo por él.


De lo único que no puedes escapar es del ridículo.


Todavía me estoy riendo.

martes, 29 de julio de 2014

lunes, 28 de julio de 2014

Aforado


Hace más de treinta años que vivimos en una democracia. Con todo lo bueno y lo malo que ello implica. Lo bueno, las libertades, el progreso del país y tener cada ciudadano la potestad de decidir qué quiere hacer con su vida y actuar bajo la responsabilidad de sus propios actos. Lo malo, que también lo hay, empezando por la corrupción inherente a todo aquel sistema en el que se confía la administración y gestión del dinero de todos a unos pocos y nos tenemos que fiar de que lo hagan bien y, sobre todo, que no echen mano de unos cuantos billetes y los metan en Suiza. De esto tenemos ejemplos a ambos lados del espectro político: desde Bárcenas hasta Izquierda Unida.

Pero no abundaremos en esta situación, que merecería un artículo aparte. Hoy recuerdo esa palabra, que hasta no hace mucho tiempo la inmensa mayoría de la población ni siquiera sabía lo que significaba. Hoy está de moda, a consecuencia del cambio de reinado y de las implicaciones propias y además por un hecho contrastado que a muchos nos indigna: ¿Por qué existe esta figura en España si en otros países que están a años luz de nosotros ni siquiera se aplica o hay UNA persona que lo es cuando en España hay unas siete mil? En Estados Unidos disponen incluso del artículo cuarto de la enmienda 25 para que el gabinete de presidencia declare incapacitado al jefe del Estado para seguir gobernando. Sus propios ministros deciden si puede o no seguir en el cargo.

Tampoco nos equivoquemos. Aforado no significa intocable. Ignorando el significado original de la palabra, aforado significa que no puede juzgarte un juez ordinario por un delito que hayas cometido o en el que estés implicado. Significa que tu caso debe ir directamente al Tribunal Supremo, por encima de la Audiencia Nacional o un juzgado cualquiera de primera instancia y por debajo del Tribunal Constitucional. Si eres aforado y un juez instruye una causa en la que estás implicado, al terminar la instrucción el juez debe inhibirse para pasar el caso al Tribunal Supremo.

¿Ventajas y desventajas? Para el aforado, que será difícil que el caso llegue al Tribunal Supremo y que, además, puede apelar una sentencia condenatoria durante años. Prácticamente hasta que se jubile o el caso prescriba. ¿Desventaja? Si es hallado culpable, no podrá volver a ocupar un cargo público y además tendrá que devolver lo que el Tribunal considere oportuno o establezca como cantidad aproximada que se llevó sin tener derecho. Incluido el embargo de todos sus bienes. También entra aquí en juego la palabra prevaricación, tan de moda en nuestros días y que no significa más que has hecho uso de tu cargo para beneficiar a una tercera persona o a ti mismo a sabiendas de que era ilegal. Muchos edificios construidos en los últimos años, muchas recalificaciones urbanísticas de parque o equipamiento para la ciudad a zona edificable saben de qué estamos hablando. Por tanto, concejales y alcaldes corruptos, uno detrás de otro. Pero no son ellos los únicos que se han llenado los bolsillos, aunque algunos de sus ejemplos son sencillamente escandalosos.

Tomemos como ejemplo un pueblo de la costa gallega. Con apenas catorce o quince mil habitantes, tiene el presupuesto embargado por el juzgado hasta 2048. Sí. Repito. Hasta 2048. Eso quiere decir que hasta esa fecha será un grupo de auditores independientes el que controlará hasta el último céntimo que gasta ese ayuntamiento, porque anteriormente al embargo, a la suspensión de pagos o concurso de acreedores que le llaman ahora, los ediles y concejales han gastado lo que no tenían, y además de eso han solicitado créditos a entidades financieras, que se los han concedido porque se trata de un ayuntamiento y eso es un cliente seguro, y además, después de ingresar un crédito de por ejemplo dos millones de euros, ese dinero ha desaparecido y nadie sabe dónde está. Otro caso parecido es el del Atlético de Madrid de la liga de fútbol, embargado judicialmente hasta que saneen sus cuentas, aunque parecen estar en el buen camino para conseguirlo. El conjunto de auditores les permite una cantidad total para gastarla en fichajes de jugadores, ni un euro más, y sus directivos saben dónde están sus límites.

Volvamos a nuestros queridos aforados. Mucha gente que ha oído hablar sobre el tema se equivoca. Es cierto que todos nuestros políticos lo son, pero nuestros políticos en España suman unas dos mil personas hasta donde llega el aforamiento. Gobierno, presidentes de Comunidades Autónomas, Secretarios de Estado y subsecretarios… La cifra se convierte en un escándalo cuando nos fijamos en la carrera judicial, aunque tiene sentido. No es lógico que un juez juzgue a otro juez. Debe ser alguien de mayor formación, carrera y prestigio quien lo haga. Pero es que estamos hablando de cinco mil personas relacionadas con el mundo de la judicatura. ¿Es necesario? ¿Tanto miedo tienen de que les pillen con un coche al que no tienen acceso por sus sueldos? Yo estoy en contra de esa figura, aunque todos sabemos que no la van a retirar. Tanto a políticos como a los miembros de la carrera judicial les sale a cuenta mantenerla. A pesar de las cifras que se revelan en los informativos.

Sin ir más lejos, Francia y Estados Unidos tienen UN aforado cada uno. Sus jefes de Estado. En otros países se limita exclusivamente a sus gobiernos y en otros muchos, como los nórdicos, no se aplica el término de aforado. Quien la hace, la paga y punto. Como así debería ser para todos.

Se ha levantado mucha polémica alrededor del aforamiento de la figura del rey saliente, Juan Carlos I. A mí me es indiferente que lo esté o no lo esté pero, analizándolo externamente, me hago una pregunta. Durante sus treinta y nueve años de reinado, ¿no le ha dado tiempo a un montón de gente a investigar si ha cometido algún acto ilegal? ¿Lo va a hacer ahora que solo quiere jubilarse a sus 76 años? Y más con la nefasta moda, digna de ciudadanos carentes de personalidad, de declararse todo el mundo republicano. Es la libertad que ejercemos, pero por un lado, que no lo hagan los españoles porque alguien con más personalidad que ellos les ha dicho que es lo que le conviene a España y, por otro lado, no hay más que ver las imágenes de televisión del día del cambio de reinado en España. Las calles de Madrid estaban atestadas de personas saludando a los nuevos reyes. ¿Hipocresía, lavado de cerebro o es que “es lo que me han dicho que tengo que decir”?

Por tanto, aforados, no gracias. Ni siquiera el rey. El rey debe saber lo que tiene que hacer en cada momento. Y si no, la república, aunque en este país se convertiría en un caos de impredecibles consecuencias, sobre todo con la caótica diversificación que se ha producido tras las elecciones europeas y el advenimiento de grupos políticos de tan dudosa legitimidad como Podemos. No es por la formación política en sí, sino por el exceso de puntos oscuros en el pasado reciente de su líder. Acercamientos a ETA, identificación total con la “revolución” bolivariana… Afortunadamente, no dispone de un programa electoral para España ni creo que vaya a obtener un resultado parecido en las próximas convocatorias. Solo ha sido el voto del enfado, personificado en su figura.

No estamos preparados para saber que no tenemos un rey detrás. Ya no estamos en 1930 y años posteriores en los que, visto desde la perspectiva de lo que ya forma parte de nuestra historia, así nos fue. Ni dictaduras ni repúblicas presidenciales. El modelo estadounidense sería el más adecuado. Un jefe del Estado que se dedique a la política internacional, en nuestro caso un jefe del Estado que traiga inversión extranjera a España, y un Congreso que aborde los temas internos.

Y no lo que tenemos ahora. Los de un lado insultando a los del otro. Siempre en plan “y tú más”.

Además… Qué palabra más fea.

¿Adivinais de quién es esto?


What would I do
Without your smart mouth drawing me in
And you kicking me out
I got my head spinning
No kidding, I can't pin you down
What's going on in that beautiful mind
I'm on your magical mystery ride
And I'm so dizzy, don't know what hit me
But I'll be alright

My head's underwater
But I'm breathing fine
You're crazy and I'm out of my mind

Because all of me
Loves all of you
Love your curves and all your edges
All your perfect imperfections
Give your all to me
I'll give my all to you
You're my end and my beginning
Even when I lose I'm winning
Because I give you all of me
And you give me all of you

How many times do I have to tell you
Even when you're crying you're beautiful too
The world is beating you down
I'm around through every mood
You're my downfall, you're my muse
My worst distraction, my Rhythm & Blues
I can't stop singing
It's ringing in my head for you

My head's underwater
But I'm breathing fine
You're crazy and I'm out of my mind

Because all of me
Loves all of you
Love your curves and all your edges
All your perfect imperfections
Give your all to me
I'll give my all to you
You're my end and my beginning
Even when I lose I'm winning
Because I give you all of me
And you give me all of you
Give me all of you

Cards on the table
We're both showing hearts
Risking it all though it's hard

Because all of me
Loves all of you
Love your curves and all your edges
All your perfect imperfections
Give your all to me
I'll give my all to you
You're my end and my beginning
Even when I lose I'm winning
Because I give you all of me
And you give me all of you
I give you all of me
And you give me all of you

sábado, 26 de julio de 2014

La leyenda de Jack Bauer


Hay un puñado de series de televisión que han sido consideradas por la crítica especializada como “históricas”. Desde los tiempos de la trilogía millonaria de Dallas, Falcon Crest y Dinastía, que ya nos quedan muy lejanas e incluso han disfrutado de segundas partes sin ningún éxito, hasta otras como Hill Street Blues, Eastenders (que batió records de audiencia en Inglaterra durante dos décadas pero en Inglaterra se quedó) o la primera de las grandes series contemporáneas, El ala oeste de la Casa Blanca, considerada por muchos la mejor serie de la historia de la televisión junto a Los Soprano y a los de azul. Y últimamente no tenemos más que fijarnos en ejemplos recién finalizados, como la impecable Breaking Bad, o fenómenos de masas que arrasan en pantalla como The Walking Dead, a pesar de su pasivo inicio de cuarta temporada, o Juego de Tronos, admirada incluso por el presidente norteamericano, que llegó a pedir a los productores que adelantaran el rodaje de la serie para verla lo antes posible.

Este está siendo un buen año para las series. Finalizada la trilogía de ocho temporadas de House, Dexter y Mujeres Desesperadas, se inicia una nueva época en la que sobrevive Anatomía de Grey, que iniciará hacia octubre su undécima temporada. Las series de médicos gustan, y Grey ya es un clásico en nuestras pantallas. Otras series cogen el relevo. Desde propuestas poco menos que ridículas como Trophy Wife o Secretaria en Apuros, incluso Rake, hasta otras mucho más interesantes como Believe, cancelada sin embargo más por problemas externos que por la pérdida de interés de la audiencia, que también debemos tener en cuenta. Tras una magnífica primera temporada, esperamos mucho de Broen (El puente), Resurrection, Orange is the new black, Nashville, The Black List, The Originals, La caza especial e incluso de La Cúpula de Stephen King, a pesar de las dudas de la propia productora. Guionistas y productores ejecutivos, andaros con cuidado.

Sin embargo, la sorpresa del año ha sido la resurrección televisiva de una de esas series que podríamos calificar como históricas: la vuelta de 24 y su héroe invencible, atormentado y perfectamente americano Jack Bauer. Kiefer Sutherland, hijo de un mito y mito por sí mismo, ya declaró en su momento que había sido el papel de su vida, y es que se trata de una de esas épocas en tu vida profesional en las que sabes que, cuando la termines, no volverás a rodar nada que ni se le acerque. Como el escritor que escribe su mejor novela y a partir de ese momento su producción baja en picado.

Quizás por eso la han resucitado. Un ejemplo parecido es la nada novedosa versión cinematográfica de Verónica Mars. La serie tuvo una acogida desigual y fue cancelada abruptamente con un final que no dejó satisfecho a nadie. Sin embargo, los fans de la serie decidieron que querían un poco más. Contactaron con la productora que tenía los derechos de la serie y preguntaron qué hacía falta para rodar una película con la buena, irónica y ácida de Verónica de nuevo como protagonista. Los productores respondieron de una manera muy sencilla: dos millones de dólares. Lo interesante del caso, es que los fans consiguieron reunir esa cantidad en unas pocas horas. Y la película se rodó. Con casi todos los protagonistas de la serie original, aunque con un par de sonadas ausencias. Quedará como una película de culto para mi colección aunque (tampoco lo exigían) no aporta nada nuevo al universo Mars. El simple placer de ver de nuevo a la sexy Verónica y al elenco casi al completo del resto de los personajes que componían la serie original. Lanzada directamente al mercado de DVD, cumplió con su objetivo.

El caso de 24 es diferente a todos los demás. La serie original fue concebida no como cualquier otra, es decir, una trama en la que los capítulos se sucedían uno tras otro hasta llegar a un final de temporada apoteósico que te hiciera esperar con ansias la siguiente. 24 te engancha desde el primer capítulo. La manera de transcurrir la serie, dividida en temporadas de 24 capítulos en los que cada uno de ellos constituye 24 horas de un solo día y como ellos mismos recalcan, “los hechos suceden en tiempo real”, ya te sumerge en una atmósfera inicial de angustia y rapidez. Angustia porque parece que todos van a traicionar a todos y rapidez porque el argumento central siempre es una amenaza de mayor o menor grado para la humanidad o para Estados Unidos (para el caso es lo mismo) y nuestro Bauer tiene que dejarse prácticamente la vida para encontrar las pistas que le lleven a la resolución del caso. Un empeño que lleva al espectador a pensar cómo es posible que llegue tan lejos, pero estamos hablando de una serie de ficción norteamericana. Uno de esos muchos detalles que diferencian la serie de todas las demás es esa constante aparición de un reloj en escena. Tanto para dividir los bloques del capítulo, como para que el espectador recuerde de vez en cuando que el tiempo se va acabando.

Como todas las series, tiene una trama principal, que puede ser la colocación de un artefacto nuclear en pleno Los Ángeles que por supuesto estallará en las siguientes 24 horas, con otras tramas secundarias, como los juegos de poder en la agencia antiterrorista, las aventuras y desventuras de la hija de Bauer o la multitud de cadáveres que va dejando Jack por el camino, cadáveres que la serie hace aparecer como totalmente justificados. También ayuda a mantener el clima de expectación que, constantemente, nos encontremos con planos que se hacen más pequeños en pantalla para incluir otros donde transcurren otros argumentos y que no los perdamos de vista. En un momento, podemos llegar a contemplar cuatro planos diferentes con cuatro tramas diferentes con el reloj siempre de fondo. Además, no tenemos ni idea de por cuál de los cuatro planos van a continuar, lo que contribuye a aumentar la expectación y permanecer sentados en el sofá.

Todo ello, junto a un brillante guión que sigue la tradición de las películas de espías en las que nunca sabes quién está de tu lado y quién te va a traicionar porque ha cobrado de los rusos, los serbios o los integristas islámicos. Este conjunto de detalles y la forma de plantear la serie la ha llevado a convertirse en una de las mejores del nuevo milenio, y, además de recibir múltiples premios, la ha llevado a ser considerada como lo que es: una serie DIFERENTE. Hay multitud de series de médicos, de policías, de abogados, de asesinos en serie, de la realidad cotidiana. Pero no hay otra serie como 24. Es imposible. Sobre todo, porque sería una COPIA. 24 es completamente original, y eso también la distingue de las demás. Nos pueden gustar más o menos las películas de espías y de antihéroes atormentados, pero no podemos negar su originalidad.

La nueva andadura de Jack Bauer tras años de retiro ha sido concebida de una manera algo diferente, ya que en este caso no se trata de desarrollar 24 capítulos, sino 12. Quizás sea una prueba por parte de los productores para comprobar si la serie vuelve a enganchar como lo hacía antes en vistas a una segunda temporada. Quizás el propio Sutherland ha presionado para volver a meterse en el papel de Jack Bauer, o incluso ha puesto el dinero y ha conseguido convencer a los actores principales de la serie original para que se apunten a esta nueva versión. Todo ello queda en el aire, pero por lo visto hasta ahora en los primeros capítulos, nos podemos encontrar a un Jack Bauer en estado puro. Héroe y villano al mismo tiempo y dando órdenes a diestro y siniestro, pero que a la hora de verdad cumple sus objetivos y salva al mundo o a su país poniendo por delante su permanente convicción de que “hay que hacer lo correcto”. Como así está concebida la serie.

Disfrutaremos de estos nuevos capítulos y quedaremos a la espera de una segunda temporada de 24: vive otro día. Nada es imposible si la audiencia lo demanda. Yo me apunto.

viernes, 25 de julio de 2014

Canciones que no te dejan indiferente I

Por hablar de un reciente descubrimiento. Aunque no le he descubierto yo, claro.


John legend- All of me

SIn título

Hoy es día de descanso, de reflexión por las efemérides y de dejar que la cabeza y la imaginación vuelen hasta donde lo deseen ....
Hace años el 25 de julio era uno de los días más importantes en el calendario. Hoy parece que nos limitemos a levantarnos más tarde y nada más. Eso sí merece una reflexión.

jueves, 24 de julio de 2014

Qué mundo más cruel II

Culminaré el artículo iniciado ayer con la otra cara de la picaresca o la nula catadura moral de algunos de los que se mueven en el mundo literario para decidir si te quedas convertido en un autor desconocido para toda la vida o te lanzan al estrellato. O, un término medio, puedes vivir de lo que escribes sin aspirar a pasar a la Historia.


En este caso hablaré de una editorial, ubicada en Madrid, cuya teórica dedicación editorial, y es lo que te encuentras en su página web, está centrada en publicar obras destinadas al mundo del Derecho. Es su especialidad, ya que no hay otro tipo de publicaciones disponibles. Entono el mea culpa en este caso, ya que debí darme cuenta de que algo no cuadraba cuando contactaron conmigo.


Dicha editorial, de la cual puedo decir que su editor y su departamento legal no se comunican entre ellos porque el primero desaparece al menor indicio de problemas, contactó conmigo a través de una de esas páginas web donde tengo colgadas mis obras. Su primer error fue mostrarse interesados en publicar TODAS mis novelas. Unas son mejores y otras peores, pero normalmente los contactos se hacen debido al interés por una sola de ellas. En ese caso, ya me pareció que algo no funcionaba como debía.


Por ello me puse en contacto con los administradores de la web donde tengo colgadas mis novelas. En un principio, me dijeron que no habían recibido reporte alguno por parte de otros usuarios y que podía proceder con cautela, pero con una cierta seguridad. Contacté con el editor que se había mostrado interesado en las seis novelas que supuestamente había leído (algo que evidentemente no habían hecho), y para cubrirme las espaldas, le aclaré que iríamos una a una. Escogí una de las seis novelas publicadas, por supuesto no la que me parecía mejor de todas, firmamos un contrato que parecía razonable, no como otros, y se pusieron a trabajar la obra.


A partir de este momento, empezaron los detalles que evidenciaban que se trataba, una vez más, de un engaño. No exactamente un engaño, pero sí una forma de hacer las cosas absolutamente incorrecta y de la que posteriormente advertí a los administradores de mesadeleditor. En primer lugar, nunca mencionaron la necesidad de corregir la obra. Solo de maquetarla. Hicieron la tarea, y cuando me devolvieron el manuscrito original que les había enviado me encontré con que la maquetación era un desastre. Párrafos que empezaban con tabulación y párrafos que no, saltos de página que no estaban en el manuscrito original. Simplemente habían utilizado un programa del tipo Calibre que ahora está tan de moda para convertir archivos PDF en ePUB y lo habían dejado así. Así de mal.


El segundo detalle, el que más me alarmó, fue visitar su página día tras día y comprobar que ni habían colgado mi novela ni otras en las que estuvieran interesados. Seguían anunciando y vendiendo libros dedicados exclusivamente al mundo del Derecho. Ante mi extrañeza por aquella situación, me explicaron que habían publicado mi novela en Amazon y se encontraban en disposición de hacerlo en Casa del Libro y en Libros 24 horas. Es decir, ni rastro de publicarla en su página web. Además, la publicación había sido realizada por un simple informático que había colgado la obra en esa web de ventas a nivel mundial con el resumen de la obra que yo mismo había escrito, y puesto a la venta por un precio irrisorio del que yo me llevaba cuarenta céntimos por descarga.


Y lo más indecente de todo. Antes de descubrir que todo se trataba de una estafa legal, que no había por dónde pillarles, el mismo editor me recomendó que, para subir las buenas críticas y las ventas en Amazon, creara usuarios falsos, que compraran una novela de las que había a 0,99 euros, y a partir de entonces podía entrar en la página de mi novela y escribir una crítica estupenda. Es decir, debía intentar ENGAÑAR a Amazon para que, al subir las opiniones positivas, ganaría puestos en el ranking de novelas más vendidas. Lo más curioso es que lo intenté. Creé media docena de usuarios y compré media docena de libros por el precio indicado. Después de una semana de haber hecho aquello, accedí a la página de Amazon con los falsos usuarios y comprobé, para mi estupor, que los comentarios sobre la novela habían sido anulados. No solo habían eliminado los que las cuatro personas que compraron el libro habían escrito, sino que habían imposibilitado la adicción de más comentarios. O sea, ME HABÍAN PILLADO.


Nunca llegaron a publicar mi novela ni en Casa del libro ni en Libros24horas. Ante tal situación, lo primero que hice fue explicar a los administradores de mesadeleditor lo que había sucedido y también procedieron a expulsar de su cartera de editoriales a la mencionada. Ante la situación producida, en la que aquella editorial había dedicado diez minutos a publicar mi novela en una web ajena a la suya y se llevaban 4.6 euros de los 5 que costaba la obra por cada descarga realizada, opté por no promocionar mi novela, de tal forma que no tuvo descargas.


Por supuesto, envié diversos correos al editor que había contactado conmigo. Cosa curiosa: dicho editor tampoco contestó a mis correos una vez publicada la novela. Ni siquiera contestaba al teléfono. Por supuesto, aparecía su secretaria, que ya sabía de qué iba el percal y el señor editor la había aleccionado para que todo el mundo dejara un mensaje aunque permaneciera cómodamente sentado en su despacho. Hasta tal punto que encontré la manera de contactar con el departamento legal de dicha editorial para solicitar la rescisión del contrato de QUINCE AÑOS que había firmado. Después de muchas negociaciones y por supuesto de no ver un euro, me llegó, varios meses después, el contrato de liquidación conforme mi novela ya no estaba publicada y los derechos volvían a ser míos.


Esa es la actualidad y la dura realidad de los que lo intentamos. Sencillamente, no nos dejan. Y sí, qué mundo más cruel.

miércoles, 23 de julio de 2014

Qué mundo más cruel

Un peón de la construcción se quejará de pasarse el día cargando sacos de veinte kilos de cemento Portland. Un camarero se quejará de que atiende a personas maleducadas y que solicitan sus servicios con desprecio. Un pescador se quejará de que una jornada se levanta a las 4 de la madrugada para salir a faenar, su pesca es escasa y de mala calidad y a mediodía no consigue vender nada en la lonja y vuelve a casa con las manos vacías.


Todos podemos quejarnos, y en mayor o menor medida, tendremos razón. Muchas personas no llevamos la vida que queremos llevar y por eso lo primero que sale de nuestras bocas cuando nos encontramos con una amistad o la familia es una queja. Qué mal está todo. ¿Por qué gano ochocientos euros al mes cuando yo quiero ganar dos mil?


Los escritores también nos quejamos. En primer lugar, de que no se nos lea. Nos lleva a preguntarnos: ¿Tan malos somos? ¿Los temas que proponemos no le interesan a nadie? ¿Al llegar a la cuarta página de cualquiera de nuestras obras dejan de leernos porque empiezan a bostezar? ¿Somos un fraude? Esas serían nuestras principales quejas a nivel formal, y el primer motivo por el que lo acabamos dejando en vista de que no vamos a conseguir nuestro objetivo: publicar. Publicar, y vivir de los ingresos generados por nuestras obras. Podemos ser mejores o peores delante del ordenador o la vetusta máquina de escribir, pero todos esperamos una oportunidad.


El mundo cruel se manifiesta cuando empezamos a movernos. Hemos escrito una novela, nos parece interesante (qué vamos a decir de nuestras propias obras) y nuestro primer objetivo es darla a conocer. Para ello, buscamos las opciones típicas. Encontrar editorial, por ejemplo. Y no tardamos en darnos cuenta de que las editoriales no quieren saber nada de nosotros, de los escritores desconocidos. Solo se arriesgan con los escritores ya consagrados, que podemos recordar todos, y no corren precisamente un riesgo. Saben que van a rentabilizar la inversión. Los demás, ni nos molestemos en intentarlo porque, probablemente, nos pasemos una semana intentando contactar con dichas editoriales y al cabo de quince días nos encontramos con que, habiendo contactado con cincuenta editoriales, nos han contestado tres, y solo para decirnos que no están interesadas. Con mayor o menor amabilidad, pero te están diciendo que para ellos no existes. Qué mundo más cruel.


Algo parecido sucede con los/las agentes literarios. Solo con hacer una búsqueda en internet, encuentras dos o tres docenas, de mayor o menos prestigio, o incluso de ninguno, pero están ahí anunciados. Algunos ya lo han dejado, pero han pagado la página web donde se anuncian durante un año y aún les queda un mes de servicio. Por supuesto, no te contestan. Lo más molesto de estas páginas es que, ante el presunto aluvión de obras literarias que reciben, ya te incluyen un aviso en su apartado de "Contacto" en el que te sentencian con el recordatorio de que no aceptan obras literarias no solicitadas. Qué mundo más cruel.


Que no te hagan ni caso es duro para un escritor. Te desanima, te haces preguntas y te planteas si vale la pena seguir adelante. Mejor descargar cajas de un camión o visitar la oficina de empleo y comprobar si hay algo para ti. De alguna manera, sibilinamente, te están diciendo que no sirves y que te dediques a otra cosa.


Sin embargo, lo más duro es la picaresca. Te inscribes en un par de páginas dedicadas a la promoción de escritores desconocidos para que una editorial te publique o un agente literario te represente y esperas noticias. Pasan meses sin que sepas nada, y aunque sigues escribiendo porque te gusta y forma parte de tu vida, ves el futuro muy negro. Qué mundo más cruel.


Por todo lo anterior, quería citar dos casos especialmente sangrantes. Un agente literario y una editorial. Hablemos del primero. Está inscrito en una página web de las más conocidas del mundillo y te mandan un aviso en su nombre para que contactes con ellos. Al parecer les ha gustado una de tus novelas y están dispuestos a representarte. Te envían un contrato tipo, una plantilla ya establecida como supuestos profesionales del medio que son, y cuando estás de acuerdo en todos sus términos, es decir, cuando ya estás lo suficientemente maduro como para lanzarte la bomba, atacan con su verdadero objetivo: antes de ponerse a trabajar la obra para colocarla en alguna editorial, tienen que corregirla. Y, por supuesto, es un servicio de pago. La minuta varía entre los 150 y los 300 euros, según el número de páginas de tu obra, y te aseguran que acaban representando al 95% de los autores a los que les solicitan un manuscrito para su corrección, maquetación e informe de lectura. Podéis imaginaros la alegría que te llevas cuando recibes noticias de ese calado y, por supuesto, en tu ingenuidad pagas esa cantidad y envías el manuscrito original.


Tras cuatro meses esperando tener noticias y multitud de correos preguntándoles por qué tardan tanto en corregir una novela que no llega a las trescientas páginas, consigues que llegue el informe de lectura y el manuscrito corregido. Cuando lo imprimes y comparas el manuscrito original que has enviado, te das cuenta de varias cosas. Primero, no han maquetado nada. La novela está tal y como la has enviado. Segundo, han coloreado en amarillo las partes que consideran incorrectas, y después de repasarlas minuciosamente, te das cuenta de que el error es suyo. Han dejado tu novela peor de lo que estaba, porque tú mismo te has encargado de corregirla, y dejando de lado del estilo de cada uno, técnicamente es correcta. Y tercero, repasas palabra por palabra ambos manuscritos y compruebas, para tu asombro, que en el manuscrito que te han enviado encuentras faltas de ortografía que no estaban presentes en el manuscrito original.


A partir de ahí, empieza la batalla de correos electrónicos y el silencio de la agencia literaria. Te pones en contacto con la página web de donde ha salido la petición de contacto del agente, y te avisan de que esa misma agente ya ha motivado las quejas de otros escritores porque les ha hecho lo mismo. Primero cobran, te envían un trabajo desastroso y después desaparecen. No se puede hacer nada contra ellos porque no has firmado un contrato, y además, has aceptado sus servicios de corrección a cambio de la cantidad menciona. Los responsables de la página web te comunican que han eliminado de su cartera de agentes literarios a esa agencia, pero eso no te sirve de nada, porque has perdido, en conjunto, seis meses de trabajo y de esperanzas. Acudes a varios abogados, de los gratuitos por internet, y te confirman que no hay nada que hacer porque con la ley en la mano no se puede demostrar nada, e incluso otros abogados, sin conocimiento de causa, te piden ochocientos euros por anticipado para empezar a trabajar. Qué mundo más cruel.


Para no prolongar demasiado este artículo, mañana explico otras experiencias con editoriales, tanto o más sinvergüenzas que la agencia literaria referida, cuya ubicación está en Salamanca y dirigida por una señora periodista, con muchos años de experiencia y un supuesto prestigio en el mundillo que conmigo, desde luego, no ha demostrado.


¿A cuántos más como yo habrá estafado?


Qué mundo más cruel.

martes, 22 de julio de 2014

Confesiones

Seguro que te preguntas por qué he cambiado tanto durante los últimos años.
Seguro que te preguntas por qué ya no soy el que decía sí a todo y no protestaba.
Seguro que, a veces, piensas que ha sido un error que te acompañara en tu nueva aventura.
Seguro que, en el fondo de ti, estás deseando que vuelva a la vida en la que te mantenías tranquila.
Seguro que piensas que vas a cargar conmigo hasta el final, aunque al final seré yo el que cargue contigo.
Seguro que piensas que, en algún momento, te quedarás sola, porque yo te abandonaré, pero no como tú deseas que lo haga.
Seguro que a veces piensas en que lo más probable es que esta aventura finalice pronto.


Pero,
¿Sabes? No me voy a cansar. Lo seguiré intentando.
¿Sabes? Quizás he cambiado tanto porque todo me sale mal. Porque los fracasos, uno tras otro, convierten el vino de mi carácter en vinagre que esparzo a mi alrededor.
¿Sabes? Ya no tengo veinte años. Ya tengo mis propias ideas. No te gustan, lo siento mucho.


No puedes entrar en mi cabeza porque crees que es una tormenta que nunca va a dejar paso a los rayos del sol. Pero te equivocas. La tormenta debe amainar. Y yo intento que lo haga, volver a cerrar los ojos porque disfruto de esa brisa que ha dejado de ser tempestad. Y al no poder entrar, me dejas por imposible y permites que la vida continúe como un día más, creyendo que el día siguiente será mejor. Que yo abriré los ojos. Que despertaré de lo que crees que no sé.


Pero sí lo sé. Lo sé mejor que nadie. Tú sales adelante porque ya has cumplido con lo que tenías encomendado en esta vida, pero yo todavía tengo mucha arena que remover para construir un castillo al borde de la orilla de la playa. Pero es mi castillo. Debo construirlo yo. Y aunque no te guste, debo elegir yo mi camino, mis almenas, mis caballeros, mi reina, mi trono. No será conocido en cien leguas a la redonda, pero lo habré construido yo. Con mis éxitos y mis fracasos.


Porque, a pesar del inmortal vínculo que nos une, siempre seré yo. No lo que los demás quieran que sea.

lunes, 21 de julio de 2014

Días especiales gracias a los demás

No es que sea muy aficionado a los santos y a los cumpleaños, sobre todo cuando los que se cumplen ya son 42, pero quisiera agradecer las felicitaciones de todos, los de aquí y los del resto del mundo. Vosotros conseguís que se convierta en un día especial.

viernes, 18 de julio de 2014

NO LE LLAMEIS PADRINO. LLAMADLE FERNANDO




¿Os acordáis de los malos tiempos? No, no los que estamos viviendo ahora. La mayoría ni siquiera habíamos nacido cuando los que nos precedieron lucharon por sacar adelante, sin ir más lejos, a nuestros padres. Los malos tiempos fueron aquellos en los que apenas había ciudades, carreteras, y no se veía ninguna estela de un avión con motor a reacción, y en los pueblos, muchos salían adelante con una hogaza de pan mohíno como única comida diaria, con medio tomate casi podrido, con mucha suerte el fondo de una botella de vino que alguien con mejor vida había desechado.
No podéis acordaros de los viejos tiempos. Aquellos en los que muchas personas, afligidas porque no podían dar de comer a sus hijos, bajaban de sus cabañas, de sus aldeas, del monte agreste, salvaje y rodeado de pastos y cabezas de ganado, para suplicar por la vida de los hijos que engendraban pero no podían mantener alimentándolos solo con un pequeño cuenco de leche recién ordeñada. De aquellas personas que, ante la insoportable depresión económica y la supervivencia como única finalidad en sus tristes vidas, vagaban de pueblo en pueblo, recorriendo un sinfín de kilómetros cada día, para encontrar un jornal que llevarse a las manos. Tan solo precisaban de un trabajo, cualquiera, para ese mismo día, a cambio de un plato de sopa, de agua caliente con unas verduras rehogadas, una bala de paja para dormir en las cuadras con los animales y entrar en calor durante las gélidas noches de invierno. Y mañana Dios dirá. No podéis acordaros.
Pero vuestros padres y abuelos, los que aún se acercan a vosotros con sus vidas cumplidas para recibir una muestra más de afecto por vuestra parte y aprovechan para contaros una de sus historias de cuando la guerra para que no olvidéis que hay acontecimientos que no deberían repetirse jamás, sí se acordarán de que, llegando a ese pueblo, no tenían más que preguntar por él. Llegaban hambrientos, con la mirada perdida por la miseria de sus vidas, harapientos y con los pies rotos de tanto buscar el sustento, el trozo de pan que llevarse a la boca, y con mucha fortuna una habitación, un rincón en una buhardilla con un jergón para pasar la noche después de haber trabajado de sol a sol. Y orgullosos de haberlo conseguido. No aspiraban a más. En aquel pueblo del que habían oído hablar desde muy lejos con esperanza, sí. Allí vivía una persona a la que no tenías más que visitar con la gorra entre las manos. Una persona distinta, piadosa, considerada y amable como pocas. De esas personas que te ofrecen esperanza nada más verla y te pones a su disposición inmediatamente para que te ofrezca las palabras mágicas: “tengo algo para ti si quieres trabajar”. Llegabas allí, os mirabais a los ojos y pensabas: “Esta vez he tenido suerte. Gracias a este buen hombre,  hoy podré comer. Que Dios le bendiga”. Al cabo de un rato, a primera hora de la mañana estabas picando el suelo para su posterior cultivo, intentando arreglar la rueda astillada de un carromato o apartando los árboles caídos en el camino durante la tormenta del día anterior y que hacían imposible transitar por él.
Pero mientras trabajabas con el mayor de tus empeños, te dabas cuenta de que aquel día no habías tenido suerte. La suerte no existe cuando persigues tu objetivo con ahínco. Sin renunciar un solo segundo a vivir la vida y a abrir los ojos una vez más la mañana siguiente después de haber cumplido con creces la jornada anterior. Aquel día, sencillamente, le habías conocido. Y él había encontrado algo para que aquella noche pudieras cenar y dormir. ¿Cuántos fueron los que acudieron a él pidiendo ayuda, los que fueron recibidos con un gesto amable y satisfecho de poder ayudar a uno más? Nadie lo sabe. Y nadie puede llevar la cuenta. Porque las cuentas no son importantes. Lo importante son los corazones agradecidos y la buena voluntad de las personas. Él llevo ambas cosas a muchos vecinos, muchos conocidos y un gran número de desconocidos que acudían al pueblo en busca de su ayuda. Y gracias a él, muchos pudieron sacar adelante a sus familias, a sus hijos pequeños, o incluso a sí mismos.
Me acuerdo de la primera vez que le vi. El país estaba inmerso en decisivos cambios que debían definir el futuro de todos nosotros. Yo era muy joven, un crío en realidad, aferrado a las faldas de mi madre y asustado ante personas desconocidas. Y los viejos tiempos ya habían pasado. Nadie quería recordarlos, y las personas vivían sus vidas con la esperanza de la cercanía de un futuro mejor que para muchos avanzaría con mayor rapidez de la que eran capaces de asimilar. Él se había jubilado, y muchos de los que habían sido agraciados con su conocimiento y su amistad, también. Pero otros éramos unos niños que recién iniciábamos nuestro largo recorrido por la vida. Y no sabíamos nada de hambre, de carestía y de falta de pan y agua. Recuerdo haber visto a un hombre fornido, no muy alto, como todos en su familia, y el beso que me dio en la mejilla cuando nos vimos y su sonrisa, amplia, sincera y benevolente al contemplar al fruto de una de sus personas más queridas. Lo primero que pensé al observar a aquel hombre fortachón e impecablemente vestido fue: “qué labios más grandes tiene este señor”. Su beso había sido suave, cariñoso, como una esponja que acaricia tu rostro durante unos segundos y te deja esa sensación tan confortable. Pero qué iba a decir yo, que unos años más tarde desarrollaría los mismos labios. Por algo somos familia, y yo me enorgullezco de heredar esos rasgos físicos.
¿Conocéis a muchas personas de las que nadie haya tenido una mala palabra hacia ellas en casi noventa años de existencia? Incluso aquellos que pasan la mayor parte de su tiempo obcecados en descubrir y repetir las malas artes de los demás para ocultar las propias, observaban, como mínimo un respetuoso silencio hacia él. Yo he conocido a muy pocas de esas personas, y la mayoría se han ido. Las generaciones actuales no han podido, o no han querido, alcanzar la cima en la que ellos plantaron su bandera, observaron la inmensidad de lo que habían dejado atrás y exclamaron orgullosos: “Ahí queda eso. Hacedlo mejor que nosotros”.
Yo las echo de menos, porque con esas personas, el mundo era un poco mejor. Vale más la pena vivir la vida sabiendo que la semilla está sembrada y solo hay que recogerla con el máximo cuidado y la mejor de tus voluntades para perpetuar la memoria de los que te precedieron y te miran desde donde quiera que estén, exigiéndote en silencio que mantengas el nombre de los tuyos en lo más alto. Como mi abuelo, y como Fernando. Dos de esos hombres de los que no encontrareis una réplica en los tiempos actuales, porque ya nadie pone a los demás por delante de sí mismos. Ellos lo hacían.
También recuerdo la última vez que le vi. Siempre se percibe como una visita incómoda porque sabes que uno de los tuyos, de los que ha estado ahí toda la vida, apaga la llama de su existencia poco a poco, porque aún no le ha llegado la hora o porque alguien quiere que dure un mes más, un día más, para evitar el sufrimiento de los que le van a perder durante todo el tiempo que sea posible. Se trata de la personificación de un recuerdo lejano para los que no pertenecemos a su generación, y nos parecen increíbles esos tiempos en los que una barra de pan tardaba dos horas en cocinarse y tenías para comer todo el día, para ti y para tu familia. Ahora muchos ni siquiera comen pan. Nos parecen tan increíbles que, si no nos los explican nuestros abuelos, nos costaría creer que, apenas setenta años atrás, sucedieran todas aquellas cosas horribles entre habitantes del mismo país. Entre familias, entre hermanos. Pero tenemos que hacerlo, porque así fue.
Recuerdo cómo subimos a su casa, con él ya postrado en su lecho de muerte y su esposa cuidando estoica y cariñosamente de él. Después de cincuenta años juntos, la devoción entre las personas que se aman desde el primer día que se vieron se convierte en un sentimiento que, en nuestros tiempos, las personas han dejado de conocer. Pero quizás aquel era uno de los escasos detalles maravillosos que nos han dejado los viejos tiempos. En aquellas residencias, por fin anónimas después de tantos años, en las que encuentras a dos personas que llevan juntas toda la vida y no sabrían que hacer la una sin la otra. ¿Habéis visto muchas casas, muchos hogares, en los que siempre haya gente, entrando y saliendo de visita? ¿En los que siempre haya niños correteando, despreocupados, felices, con una sonrisa que ilumina sus rostros? ¿Muchos hogares en los que se respire sosiego, paz con los demás y contigo mismo, tranquilidad, la satisfacción de las cosas bien hechas durante toda una vida y la alegría de haber ayudado a tantísimas personas que sabrán honrar tu memoria?
Sabes que tu trabajo ya está hecho y has cumplido con creces. Muy por encima de lo que se esperaba de ti, y, lo más importante, haciendo felices a los demás. Pasear por tu propio pueblo teniendo que saludar cada cinco metros a tus vecinos. Sabes que, treinta años atrás, ayudaste a sus padres a conseguir trabajo y poder establecerse como un vecino más. No puede haber mayor satisfacción en la vida que sentirte querido, mirar atrás y saber que has sido un ejemplo a seguir. Para los que te conocen y los que no. Los últimos años de tu vida son, sencillamente, un regalo que se te ha ofrecido porque lo mereces. Porque no debes ser llamado todavía. Porque los buenos deben marcharse lo más tarde posible. Sabes que tendrás un lugar de honor allá arriba. Todas esas sensaciones se respiraban en aquella casa. En aquel HOGAR.
Nunca olvidaré aquella escena propia de una película, cuando entramos en el dormitorio donde él consumía el tiempo que Dios quisiera otorgarle. Él descansaba, esperando con tranquilidad y sin  angustia alguna, a que llegara su hora, y su esposa le despertó para avisarle de que tenía visita. La última que podría hacerle su hermana mayor. Ella también esperaba, y sigue esperando, al último día de su vida. Al día en el que vuelva a reunirse con su marido, con sus hermanos. A menudo la vida es una ingrata espera. Yo me quedé al fondo de la habitación, respetando el momento, y en el fondo, alegrándome de que un familiar mío todavía siguiera con vida y aguantara porque alguien con más poder que él deseara ofrecerle ese regalo a su familia. El marido ha despertado una mañana más. El padre ha despertado una mañana más. El abuelo ha despertado una mañana más. El bisabuelo ha despertado una mañana más. Él advirtió las señales de su esposa, tumbado como estaba hacia el lado contrario de la puerta de entrada. Sin duda, recordando los buenos tiempos. Ver crecer a tus hijos, permanecer más de cincuenta años enamorado de tu esposa, cumplir con tus obligaciones y ayudar a los demás. Todo eso tiene que dejar un poso de felicidad y tranquilidad que pocos de los que vivimos los tiempos actuales alcanzaremos.
Su esposa le habló suavemente, como una voz de caramelo inundando la habitación. Tenía visita. Él se giró, ya con la enfermedad consumiendo su cuerpo, y se iluminó su rostro con la sonrisa de reconocer a su hermana la mayor, la primera de todas. No importaba que tus padres hubieran engendrado varias hermanas más. Cuando eres como él, te alegras de verlas a todas. Una alegría sincera, que yo mismo pude comprobar, con gruesas lágrimas resbalando por mis mejillas, ante la inigualable sonrisa de alegría de Fernando. ¿Os acordáis de esas imágenes de las que, aunque viváis ciento veinte años, nunca olvidareis y las recordareis como si hubieran sucedido un minuto antes? Pues esa sensación será la que me quede a mí durante el tiempo que me quede por vivir. Una sensación maravillosa.

Se reunieron muchísimas personas a la salida de la iglesia. Dentro de ella, no había espacio para una alma más. Incluso algunos de los presentes aguantaron estoicamente en la misma puerta de entrada sin poder ver nada porque los que les precedían les superaban en altura. Pero lo hacían por Fernando. Y Fernando lo merecía. Y aquellos que no estaban dispuestos a formar parte de la ceremonia, también esperaban con paciencia y cortesía a que terminara, y narraban numerosas anécdotas que el bueno de Fernando había protagonizado durante su larga vida.
Seguro que muchas de esas personas, tanto las que consiguieron un espacio en la iglesia como las que esperaron fuera, conocidas, amigas, familia, tenían algún antepasado al que Fernando ayudó a no morirse de hambre cuando cincuenta años atrás no tenían nada más que sus manos para poder sobrevivir. Silencio respetuoso y agradecido a su llegada, el mismo silencio a su salida. Cuántos agradecerían el haberle conocido. Entre ellos, yo mismo.
Hoy Fernando descansa, por fin, de una vida plena. De esas vidas a las que pocos pueden aspirar y que muchos de nosotros, los más jóvenes, contemplamos con admiración. ¿Conseguiremos alcanzar esa sensación de haber hecho las cosas lo mejor posible, como él las hizo?
Al menos, lo intentaremos. Descansa con los tuyos, Fernando.