miércoles, 23 de julio de 2014

Qué mundo más cruel

Un peón de la construcción se quejará de pasarse el día cargando sacos de veinte kilos de cemento Portland. Un camarero se quejará de que atiende a personas maleducadas y que solicitan sus servicios con desprecio. Un pescador se quejará de que una jornada se levanta a las 4 de la madrugada para salir a faenar, su pesca es escasa y de mala calidad y a mediodía no consigue vender nada en la lonja y vuelve a casa con las manos vacías.


Todos podemos quejarnos, y en mayor o menor medida, tendremos razón. Muchas personas no llevamos la vida que queremos llevar y por eso lo primero que sale de nuestras bocas cuando nos encontramos con una amistad o la familia es una queja. Qué mal está todo. ¿Por qué gano ochocientos euros al mes cuando yo quiero ganar dos mil?


Los escritores también nos quejamos. En primer lugar, de que no se nos lea. Nos lleva a preguntarnos: ¿Tan malos somos? ¿Los temas que proponemos no le interesan a nadie? ¿Al llegar a la cuarta página de cualquiera de nuestras obras dejan de leernos porque empiezan a bostezar? ¿Somos un fraude? Esas serían nuestras principales quejas a nivel formal, y el primer motivo por el que lo acabamos dejando en vista de que no vamos a conseguir nuestro objetivo: publicar. Publicar, y vivir de los ingresos generados por nuestras obras. Podemos ser mejores o peores delante del ordenador o la vetusta máquina de escribir, pero todos esperamos una oportunidad.


El mundo cruel se manifiesta cuando empezamos a movernos. Hemos escrito una novela, nos parece interesante (qué vamos a decir de nuestras propias obras) y nuestro primer objetivo es darla a conocer. Para ello, buscamos las opciones típicas. Encontrar editorial, por ejemplo. Y no tardamos en darnos cuenta de que las editoriales no quieren saber nada de nosotros, de los escritores desconocidos. Solo se arriesgan con los escritores ya consagrados, que podemos recordar todos, y no corren precisamente un riesgo. Saben que van a rentabilizar la inversión. Los demás, ni nos molestemos en intentarlo porque, probablemente, nos pasemos una semana intentando contactar con dichas editoriales y al cabo de quince días nos encontramos con que, habiendo contactado con cincuenta editoriales, nos han contestado tres, y solo para decirnos que no están interesadas. Con mayor o menor amabilidad, pero te están diciendo que para ellos no existes. Qué mundo más cruel.


Algo parecido sucede con los/las agentes literarios. Solo con hacer una búsqueda en internet, encuentras dos o tres docenas, de mayor o menos prestigio, o incluso de ninguno, pero están ahí anunciados. Algunos ya lo han dejado, pero han pagado la página web donde se anuncian durante un año y aún les queda un mes de servicio. Por supuesto, no te contestan. Lo más molesto de estas páginas es que, ante el presunto aluvión de obras literarias que reciben, ya te incluyen un aviso en su apartado de "Contacto" en el que te sentencian con el recordatorio de que no aceptan obras literarias no solicitadas. Qué mundo más cruel.


Que no te hagan ni caso es duro para un escritor. Te desanima, te haces preguntas y te planteas si vale la pena seguir adelante. Mejor descargar cajas de un camión o visitar la oficina de empleo y comprobar si hay algo para ti. De alguna manera, sibilinamente, te están diciendo que no sirves y que te dediques a otra cosa.


Sin embargo, lo más duro es la picaresca. Te inscribes en un par de páginas dedicadas a la promoción de escritores desconocidos para que una editorial te publique o un agente literario te represente y esperas noticias. Pasan meses sin que sepas nada, y aunque sigues escribiendo porque te gusta y forma parte de tu vida, ves el futuro muy negro. Qué mundo más cruel.


Por todo lo anterior, quería citar dos casos especialmente sangrantes. Un agente literario y una editorial. Hablemos del primero. Está inscrito en una página web de las más conocidas del mundillo y te mandan un aviso en su nombre para que contactes con ellos. Al parecer les ha gustado una de tus novelas y están dispuestos a representarte. Te envían un contrato tipo, una plantilla ya establecida como supuestos profesionales del medio que son, y cuando estás de acuerdo en todos sus términos, es decir, cuando ya estás lo suficientemente maduro como para lanzarte la bomba, atacan con su verdadero objetivo: antes de ponerse a trabajar la obra para colocarla en alguna editorial, tienen que corregirla. Y, por supuesto, es un servicio de pago. La minuta varía entre los 150 y los 300 euros, según el número de páginas de tu obra, y te aseguran que acaban representando al 95% de los autores a los que les solicitan un manuscrito para su corrección, maquetación e informe de lectura. Podéis imaginaros la alegría que te llevas cuando recibes noticias de ese calado y, por supuesto, en tu ingenuidad pagas esa cantidad y envías el manuscrito original.


Tras cuatro meses esperando tener noticias y multitud de correos preguntándoles por qué tardan tanto en corregir una novela que no llega a las trescientas páginas, consigues que llegue el informe de lectura y el manuscrito corregido. Cuando lo imprimes y comparas el manuscrito original que has enviado, te das cuenta de varias cosas. Primero, no han maquetado nada. La novela está tal y como la has enviado. Segundo, han coloreado en amarillo las partes que consideran incorrectas, y después de repasarlas minuciosamente, te das cuenta de que el error es suyo. Han dejado tu novela peor de lo que estaba, porque tú mismo te has encargado de corregirla, y dejando de lado del estilo de cada uno, técnicamente es correcta. Y tercero, repasas palabra por palabra ambos manuscritos y compruebas, para tu asombro, que en el manuscrito que te han enviado encuentras faltas de ortografía que no estaban presentes en el manuscrito original.


A partir de ahí, empieza la batalla de correos electrónicos y el silencio de la agencia literaria. Te pones en contacto con la página web de donde ha salido la petición de contacto del agente, y te avisan de que esa misma agente ya ha motivado las quejas de otros escritores porque les ha hecho lo mismo. Primero cobran, te envían un trabajo desastroso y después desaparecen. No se puede hacer nada contra ellos porque no has firmado un contrato, y además, has aceptado sus servicios de corrección a cambio de la cantidad menciona. Los responsables de la página web te comunican que han eliminado de su cartera de agentes literarios a esa agencia, pero eso no te sirve de nada, porque has perdido, en conjunto, seis meses de trabajo y de esperanzas. Acudes a varios abogados, de los gratuitos por internet, y te confirman que no hay nada que hacer porque con la ley en la mano no se puede demostrar nada, e incluso otros abogados, sin conocimiento de causa, te piden ochocientos euros por anticipado para empezar a trabajar. Qué mundo más cruel.


Para no prolongar demasiado este artículo, mañana explico otras experiencias con editoriales, tanto o más sinvergüenzas que la agencia literaria referida, cuya ubicación está en Salamanca y dirigida por una señora periodista, con muchos años de experiencia y un supuesto prestigio en el mundillo que conmigo, desde luego, no ha demostrado.


¿A cuántos más como yo habrá estafado?


Qué mundo más cruel.

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