lunes, 13 de agosto de 2012

La selección española de baloncesto en los Juegos olímpicos de Londres 2012

De la serie de artículos publicados en www.elimportuno.com


Debo confesar a todos los que me leen que había escrito un análisis completamente diferente al que finalmente verá la luz. Ya lo tenía preparado antes de cuartos de final, pero no me ha quedado más remedio que cambiarlo por completo. La trayectoria de la selección no invitaba al optimismo y tras las lamentables actuaciones ante Rusia y Brasil, no podía menos que pedir públicamente el relevo tanto del seleccionador como de la mitad de los jugadores. Pero hemos sido plata, y por tanto la orientación del artículo sufrirá cambios importantes. Se ha pasado del fracaso a un fin de ciclo que se puede calificar como de sobresaliente.

Como el año pasado, uno por uno:

Sergio Scariolo: nos puede gustar más o menos; a mí desde luego menos, pero su palmarés es innegable, aunque en su debe hay que anotar que el trabajo ya estaba hecho por parte de los Pesquera, Imbroda y Pepu. Él, de su cosecha, no ha aportado absolutamente nada, tan solo el acierto de defender en caja más uno a Parker y Kirilenko cuando se dio cuenta o alguno de sus ayudantes le recordó que esa variante defensiva también existe. Esa imagen de hombre de altos vuelos que vive una vida de lujo, lleva un reloj de cinco mil euros y al que no se le mueve un pelo engominado a mí no me gusta nada porque da la impresión de que le vale tanto 8 como 80. Y su incapacidad para reaccionar ante situaciones adversas ha sido lo peor del campeonato. Espero y deseo que se dé cuenta de que ha cumplido un ciclo (de éxitos) y deje su puesto a otro que no se pase el año en Rusia. Díaz-Miguel sólo hubo uno y fue más que suficiente.

Víctor Claver: este chico, que ya tiene 25 años, parece un muñeco de Lego que todavía está guardado en una caja y hay que montar por piezas. La buena noticia es que seguramente le espabilarán en la NBA, y la mala es que si no lo hacen, se habrá perdido a un gran jugador de baloncesto en potencia al que le mata su indolencia. Un jugador de un corte parecido al del gran Larry Bird de los 80-90, y pido mil perdones por la comparación. Pero así debería ser, un jugador cuyas estadísticas se acercaran al triple-doble en cada partido. 

Víctor Sada: no estaba Ricky Rubio y por lo visto no hay otro base en España que sea titular en su equipo y que sea mejor que él. Parece que ni el veterano Carlos Cabezas, un base puro y duro de los de antes que se limita a dirigir a sus compañeros. Yo me pregunto si un jugador que es tan gris y además suplente en su equipo porque como base es muy justito y como escolta no tiene tiro exterior ni asume tareas de liderazgo que no le corresponden debe ser seleccionado para un combinado nacional. No ha aportado nada más que refresco a Sergio y José Manuel y podrá decir dentro de unos años que metió cuatro o cinco triples en unas olimpiadas en las que le regalaron una medalla de plata. Afortunadamente no estará en ninguna convocatoria más.

Sergio Rodríguez: han tenido que pasar unos cuantos años, pero parece que por fin se ha dado cuenta de dónde está su lugar. Si te vas a los 20 años a la NBA siendo un base de 1.88 que destaca en Europa por su manejo de balón, lo más probable es que no llegues a ninguna parte. Y allí es donde llegó él, porque no es Ricky Rubio, que mueve mucho mejor a sus compañeros. Menos mal que se dio cuenta y volvió. Suplente esta temporada de Prigioni, empieza a demostrar que ya no tiene 20 años y que algún día madurará. De momento lleva buen camino, veremos la temporada siguiente, sin el argentino y con todo un Real Madrid bajo su batuta.

Rudy Fernández: su eterno cabreo con el mundo resulta un tanto cansino. Capaz de lo mejor y de lo peor, no parece que nadie pueda ya encauzar su camino porque ha asumido el rol de estrella internacional y no va a permitir que ningún entrenador le diga que hace algo mal. Es una lástima, ya que Navarro necesita sustituto ante su inminente retirada y no contamos con un alero alto que aporte tanto triples como rebotes, es decir, un Garbajosa. Y él debe ser el escolta titular en no más de dos años, cuando Juan Carlos ya no pueda más con sus problemas de espalda. Ojalá me equivoque. La capacidad física y la muñeca las tiene, pero alguien tiene que decirle que hay que jugar los partidos sin estar pendiente de si algún contrario te mira mal y dedicarte los diez minutos siguientes a devolvérsela. Y a él le gusta demasiado eso.

Fernando San Emeterio: este año seré más benévolo y le subiré la puntuación. Aunque haya sido porque Navarro no estaba y Llull ya hacía bastante secando a la estrella contraria y jugando de base porque Sada no daba la talla. Siempre he dicho y siempre diré que es un jugador de club, está acostumbrado a ser la estrella en Vitoria y en la selección no se adapta ni a sus compañeros ni a su eminente rol defensivo. Por no hablar de que en eventos internacionales te tiran al suelo si te tienen que tirar y él también está acostumbrado a penetrar hasta la cocina ante defensas débiles. Pero ha cumplido. Quizás en el futuro aporte algo más, pero hoy por hoy se puede dar con un canto en los dientes.

Serge Ibaka: por fin la NBA parece que sirve para algo en este caso. Son destacables sus mejoras en tiros libres y tiro de media distancia, pero sigue sin ser un jugador de 30 minutos por partido. Es muy fácil ponerle 7 tapones a Australia con tu capacidad de salto, pero a quien hay que ponérselos es a los americanos. Y todos le tienen muy fichado ya. Una simple finta, y canasta segura. Alguien debería enseñarle eso. Pero todavía es muy joven y con gran capacidad de mejora.

Juan Carlos Navarro: nuestro mejor escolta de siempre junto con Epi ha hecho lo que ha podido, que no es poco. 21 puntos a los americanos no son moco de pavo, y lo que más atrae de él es que a sus 32 y con un pie fuera de la selección sigue demostrando que sus abismales carencias físicas son suplidas, por fin, con toneladas de talento. Le echaremos muchísimo de menos. Por cierto, un año después del primer análisis, me sigo riendo del iluminado que dijo en Facebook que este muchacho estaba sobrevalorado. Este año solo ha sido campeón de Liga y nombrado mejor jugador de la Euroliga. Yo también quiero ser sobrevalorado así. Doctores tiene la iglesia.

Pau Gasol: nuestro mejor jugador de siempre se retirará sin haberle dado un codazo a nadie. Es tan bueno en la pintura que a veces pasa por tonto, y como se ha labrado interesadamente esa imagen, los árbitros saben que no se va a quejar demasiado aunque le den palizas, y permiten que le acribillen. Por eso solo tiene dos anillos de la NBA cuando deberían haber sido cuatro. Si en su primer año le hubiera dado bien a un Howard o a un James, no le habría parado nadie en una década. Es el mismo caso que Rudy pero al revés. Sigue teniendo la mala costumbre de desaparecer en muchas fases de los partidos y de que cuando va a tirar un tiro libre nunca estés seguro de si va a entrar o no, pero bravo por Pau. Un broche de plata para un hombre de oro. También le echaremos de menos.

Marc Gasol: cuanto más le veo jugar, menos me gusta. Y menos me gusta porque cada vez se parece más al peor Fernando Romay, que salía diez minutos, le pitaban cinco personales ante las que se sorprendía como si le acusaran de asesinato, y al banquillo. Este muchacho que nunca será más que “el hermano de” y que juega a baloncesto porque no sabe hacer otra cosa, desaparece todavía más de los partidos que su hermano mayor y además no tiene ni la mitad de su talento. Será un peso muerto que tendremos que aguantar durante unos cuantos años, para nuestra desgracia. Y cuando le toque el papel de líder del equipo, estaremos perdidos.

Felipe Reyes: en su previsiblemente última aparición internacional ha sido el de siempre: el hombre que lo da todo desde el primer al último segundo que permanece en la cancha. Mejorando a su hermano Alfonso, solo demostró no dar la talla en la final. Los americanos eran demasiado rápidos para él. Pero bravo por Felipe, otro que se retira con todos los honores y un palmarés para quitarse el sombrero.

Sergio Llull: tiene un punto a favor y otro en contra. A favor: es seguramente el jugador de baloncesto más rápido de Europa. En contra: no lo aprovecha o nuestro ínclito seleccionador no le prepara una jugada específica para él en la que el pívot coge el rebote rápido, se gira, y Sergio ya está casi en media cancha para hacer un contraataque. Tan indolente y pasivo como Claver, ha tenido más minutos de los esperados. Pero fueron grandes defensas las suyas sobre Parker y Kirilenko. Kevin Durant ya era otra historia.

José Manuel Calderón: otro que debería pasar a la nómina de retiradas. A pesar de su decisiva actuación para remontar ante Rusia, ha demostrado que ya ha vivido los mejores siete años de su carrera deportiva, y resulta alarmante comprobar su incapacidad para correr al contraataque. A él le diría: gracias por los servicios prestados, eso es todo.

Los que no han estado: empezando por Ricky Rubio. Hace un año dije que se equivocaba yéndose a la NBA tan joven, pero por lo visto el equivocado he sido yo, así que celebrémoslo todos. En su segundo año deben enseñarle a medir el tempo de los partidos, cuándo toca el show time y cuándo jugar en serio, y lleva muy buen camino. Falta corregir su evidente endeblez física además de su tiro tanto exterior como interior y tendremos base titular para la selección durante muchos años. Me acuerdo también de Fran Vázquez, un caso muy feo que apenas mencionaré. Sabe que en la selección sería el quinto pívot, no lo acepta y se niega a ser convocado. Sin comentarios. Que le vaya muy bien lejos de Barcelona donde ha pedido cobrar como Kobe Bryant para renovar. No te echaremos de menos, Fran. Carlos Suárez es otro de la lista negra, sobre todo después del malentendido del europeo cuando Scariolo le dijo que era el jugador 13 o 14 y él entendió que estaba entre los 12 elegidos directamente. Mientras esté el italiano, no irá a la selección, y tampoco se pierde gran cosa porque está estancado. Rafa Martínez: si yo fuera él le diría que no al italiano directamente. Tres veces convocado y tres veces descartado es como para cabrearse. Y finalmente mi amigo Corbacho, estrella del Obradoiro compostelano que ha salvado él solo al equipo ACB con el presupuesto más bajo de la categoría, a los que me encontré una vez en un avión de los de 20 euros el billete a Barcelona. Galicia sigue siendo el pariente pobre. A lo mejor si juega en Valencia o Vitoria el italiano se acuerda de él.

Unos apuntes más para comentar:

Los árbitros: merecen una mención especial en el análisis. Sencillamente han sido LO PEOR del torneo. En un deporte como el baloncesto que Naismith inventó a finales del siglo XIX, una de sus normas originarias y que hasta ahora se suponía que se seguía respetando, dice, literalmente, que el BALONCESTO NO ES UN DEPORTE DE CONTACTO. Nos hemos hartado de ver selecciones absolutamente físicas, como Francia o Gran Bretaña, que no tienen ni idea de jugar a baloncesto y lo suplen con codazos, empujones y todo tipo de golpes para intimidar al contrario. El partido contra Francia fue el más lamentable en ese sentido ya que no se atrevieron a descalificar a Turiaf y al que practicó boxeo con Navarro, y otras muchas descalificantes, es decir, a la calle y sanción de un partido sin jugar más multa para la federación, se han quedado, con suerte, en antideportivas. Señores, ¿hay alguna falta que no sea antideportiva porque el baloncesto NO es un deporte de contacto y todos los contactos son antideportivos? Y me ahorraré los continuos pasos de los americanos en carrera; esos ya sabíamos que no los iban a pitar.

Los comentaristas de televisión: tienen que ser políticamente correctos, pero no osos de peluche. Hablaban continuamente de un pelín de intensidad defensiva y de estar un poco más acertado en ataque cuando el equipo naufragaba en ambos aspectos y anotaba 21 puntos en 20 minutos ante Rusia fallando todo lo fallable. Lo más curioso de todo es que nadie se acordara de que en semifinales, Andrei Kirilenko falló, en los últimos tres minutos, cinco tiros libres que habrían metido a su selección en el partido. Y cualquiera que entienda un poco de baloncesto se daría cuenta de que los falló a propósito, tiró los cinco exactamente igual, porque no quería ver ni en pintura a los americanos en la final. Y creo que en Rusia no le condenado a picar piedra en Siberia. Siempre nos pasa lo mismo en los juegos olímpicos: nuestros atletas no ganan porque no dan la talla, no porque haga frío, viento, o se les haya roto una uña del pie. Dejen de ser tan condescendientes. El atletismo español está en sus horas más bajas y no hay más que hablar. Y en el baloncesto resultaba increíble ver cómo jugaba la selección, 60-40 mal/bien, y sin embargo los comentaristas llegaban al cielo con nuestros chicos en todo momento. Más autocrítica, señores, que muchos espectadores de baloncesto hace treinta años que jugamos en la plaza del barrio. Y no nos chupamos el dedo.

Conclusión: El problema del baloncesto actual es que ya no hay un Jordan, un Magic, un Bird. Ahora les han sustituido mulas tipo Lebron James, Tyson Chandler, Boris Diaw, Turiaf, Archibald y compañía, que en los años ochenta y noventa hubieran sido suplentes en un equipo de segunda división. Se pasan 10 horas al día en el gimnasio, les hormonan por todas partes y te acabas encontrando a una muralla de 2.05 y 130 kilos que te da la mano y te rompe diez huesos. Por eso dejé de ver baloncesto habitualmente y por eso desprecio profundamente la NBA. Es una fábrica de asnos dopados hasta las cejas en la que se tiene que ir a buscar el talento al resto del mundo, y si no que se lo digan a Ginobili o a Nowitzky, ambos campeones con un físico justito y ambos estrellas indiscutibles de sus equipos. Y pensar que a finales de los 80 saltamos todos de alegría porque a Fernando Martín le permitían jugar de vez en cuando en Portland… el panorama es desolador para el baloncesto actual. Y para nuestro brillante seleccionador, que espero que dimita después de estos juegos aunque sea porque ya lo ha ganado todo, un último comentario: no puedes poner una zona en caja con tu mejor defensor encima de la estrella rival cuando ésta ya te ha metido siete triples. Ya es un poco tarde, ¿no crees? Ni pasarte más de medio partido contra Estados Unidos defendiendo en zona, sobre todo sabiendo que en el partido anterior habían metido 18 triples en 30 intentos. Eso son 54 puntos que te endosan así de salida sin hacer un solo tiro dentro de la zona ni lanzar un solo tiro libre. Con todos los adláteres que ha tenido este buen hombre a su servicio, ¿nadie se lo ha dicho? Es lamentable esa falta de recursos viniendo de un entrenador de su prestigio. Medalla de plata. Simplemente, objetivo cumplido. Yo no saldré a celebrarlo.

Como curiosidad y para celebrar los más de 200 entorchados internacionales de Juan Carlos Navarro, les ofrezco mi top 10 particular de los mejores jugadores de baloncesto que ha dado nuestro país en toda su historia:

Bases: Corbalán, Solozábal, Calderón

Aleros: Epi, Navarro, Herreros, Villacampa

Pívots: Pau Gasol, Wayne Brabender, Fernando Martín

P.D. – Es previsible que se anuncie una retirada de la selección tanto de Pau Gasol como de Juan Carlos Navarro como de Felipe Reyes. Ya son 32 y muchas batallas libradas. Los dos primeros pasan al Olimpo de nuestros jugadores. Y para Felipe, todos mis respetos; el mejor obrero del basket que hemos tenido.

Hasta el próximo campeonato que será, sin lugar a dudas, peor que este.


martes, 17 de julio de 2012

Las cenizas del olvido- Quinto capítulo

CINCO



Marisa siguió sin ponérselo fácil y Antonio, lejos de impacientarse porque no conseguía sus propósitos, se lo tomó con mucha calma. Sabía que aquellos terrenos, que ya gestionaba aunque los beneficios eran depositados en un fondo fiduciario, serían suyos tarde o temprano, y se limitaba a dejar transcurrir los días. A veces mataba las tardes paseando con su pretendida o visitando su biblioteca mientras escuchaba unas conversaciones por parte de los que allí se reunían que no le importaban lo más mínimo pero formaban parte de aquel purgatorio temporal al que le había castigado Adalberto. Cuando la compañía de Marisa y su legión de libros harapientos se le antojaba insoportable, se decantaba por una de las muchas mujeres del pueblo que estaban a su servicio para mantener relaciones íntimas en cualquiera de las cabañas que la familia Poyatos había construido a lo largo de la comarca y que se contaban por decenas, nunca llegué a conocer el número exacto aunque en la mayoría de los casos se trataba de un montón de troncos de madera y una cubierta de paja, sin molestarse en acondicionar una puerta, instalación eléctrica o retrete. La vida era perfecta para él y aquel terreno tampoco era tan importante porque solo le haría más rico de lo que ya era; su intención era mantener las apariencias durante una temporada tras pasar por el altar y cuando estuviera en su poder la escritura de propiedad solicitaría el divorcio por diferencias irreconciliables. Le encantaba aquello de la modernidad, ya que en tiempos de sus abuelos los que se casaban se aguantaban toda la vida y con la nueva democracia se habían ido introduciendo aquellas curiosas denominaciones que le había comentado aquel tipo estirado que ejercía de abogado para los asuntos legales de la familia. Un matrimonio de conveniencia se podía anular sin que intervinieran los fastidiosos curas para poner el grito en el cielo, nunca mejor dicho, y además podía casarse en régimen de separación de bienes con lo cual tras divorciarse ella volvería a quedarse con una mano detrás y otra delante y si le tocaba las narices podía incluso desposeerla de su fabulosa biblioteca ya que en el contrato de explotación de la misma quedaba claramente establecido que el poseedor de los terrenos y el edificio sería él y Marisa constaría como administradora civil sin derecho a reclamar la propiedad legal. La niña se creía muy lista, pero sus abogados lo eran más, por lo que hasta entonces la situación parecía controlada.

La esposa de su hermano Roberto, Lucía, una diplomada universitaria sin pasado conocido que había llegado desde Madrid para hacerse cargo de la enfermería del pueblo y se había casado con él porque le había considerado el único hombre que valía la pena desde el punto de vista intelectual entre aquella manada de asnos del pueblo, se dio cuenta al cabo de unas semanas de que su marido no salía airoso de sus intentos de mantener la pasión del matrimonio. El quinto de los hermanos Poyatos, que no destacaba en nada de lo que hacía y por ello su padre se había limitado a establecer en su testamento una renta fija mensual para él sin ninguna responsabilidad en sus fábricas ante la escasa valía de su vástago que le había llevado a fracasar en todas las empresas que había iniciado, descubría al mismo tiempo que su mujer intentaba que funcionara en el lecho, que le gustaban los hombres. Llevaba unos pocos años considerando aquella posibilidad; Roberto era la perfecta combinación de hombre atractivo y sensible que volvía locas a las mujeres de la zona pero se había dado cuenta de que no nacían sentimientos de amor hacia ninguna de ellas, y sin embargo en más de una ocasión se había sorprendido a sí mismo observando el trasero de un hombre durante un guateque. No tardó mucho en salir del armario, como dicen los jóvenes, tras una serie de charlas y correspondencia con un antiguo compañero de estudios en Cáceres al que le había sucedido lo mismo y por ello mantenían una estrecha amistad que con el paso de los años, las confidencias y la complicidad entre ambos dio paso a una relación sentimental que aún hoy en día debe permanecer oculta a los ojos de sus vecinos, porque los tiempos modernos no llegan a todas partes y la liberación sexual de los años ochenta ni se acercó a nuestro pueblo. Roberto tuvo que admitir, ante las muestras de indignación de su esposa, que llegaba a gritarle en el lecho por su incompetencia alarmando así al servicio que se despertaba y corría para atender a sus jefes, que no le tocaba un pelo del cuerpo porque era incapaz de sentir atracción física por una mujer después de haberlo intentado con unas cuantas en la capital durante su breve etapa universitaria y con ella misma, y ante los nulos resultados conseguidos había llegado a la conclusión de que, tras consultarlo con su compañero de correspondencia y consumar diversas tardes de caricias y juegos íntimos con un amigo suyo que le había enseñado el arte del amor entre dos hombres, sus deseos y sus satisfacciones procedían de las personas de su mismo sexo. Roberto Poyatos no era más que una víctima de sus propias inclinaciones y de eso no tenía la culpa, aunque sí era dueño de sus fracasos y de haber permitido que aquella mujer que decía haber llegado de Madrid como podía haber escapado de prisión para refugiarse en el pueblo sin que nadie se enterara y en cuanto le había conocido no había vacilado en pedirle relaciones, le convenciera para que se casaran cuando unos años atrás él ya intuía que sus reacciones ante la presencia de las mujeres del pueblo significaban algo más de lo que en aquel momento estaba dispuesto a admitir y asumir. Lucía se puso hecha una furia ante la confesión de su marido y llegó a considerar la solicitud de divorcio y traslado a otro lugar de España para empezar de cero, pero Roberto Poyatos era un hombre que despertaba la compasión de aquellos que le conocían en profundidad y su esposa tampoco era un trigo que brillara por su limpieza, así que a partir de aquel momento se consideró en plena libertad de hacer lo que le viniera en gana y si Roberto no satisfacía sus necesidades íntimas, encontraría a otro que lo hiciera. Ella era una mujer de bandera que disparaba la temperatura de los adolescentes del pueblo cuando les auscultaba palpándoles a lo largo del pecho o les subía la manga de la camisa para sacarles sangre y sin duda haría lo propio con cualquier hombre que se cruzara en su camino y que le apeteciera probar. Guardaría celosamente el secreto de su marido y se dedicaría a disfrutar de la vida como mejor se le ocurriera. Un pacto de caballeros que no se rompió hasta la muerte de la enfermera.

Y en medio de ese descubrimiento apareció el enorme y viril Antonio para darle a su cuñada lo que su marido era incapaz de ofrecerle. Tras conocer la triste realidad de su matrimonio, Lucía no tardó en fijarse en aquella fuerza de la naturaleza cuya sola cercanía aterrorizaba a su esposo, y durante una visita rutinaria de su cuñado para someterse a una revisión anual de sangre y orina, se desabrochó un par de botones de su uniforme con la esperanza de que aquel toro de lidia, de quien tenía entendido que no se molestaba en mantener las apariencias, echara un vistazo en su interior. El mayor de los Poyatos se tomó aquel descarado acto de Lucía como lo que era, una invitación para profanar su cuerpo, y ambos debieron acabar la revisión amancebándose salvajemente sobre la mesa camilla de la enfermería del pueblo con el pestillo de la puerta de entrada convenientemente bloqueado.

Antonio y Lucía se convirtieron en amantes habituales, diarios y con frecuencia nocturnos sin apenas disimular y a menudo Lucía ordenaba a su marido que cogiera el coche y desapareciera en dirección a Cáceres para pasar la noche con su compañero. Ante su sorpresa y el constante temor que le provocaba la aparición de su hermano mayor que le trataba como a un cubo de la basura que se vaciaba a patadas en mitad de un cenagal porque se olía el pescado desde hacía muchos años y los hombres que no respetan a las mujeres tampoco suelen respetar a los homosexuales, ella le contestaba siempre con la misma frase: “Ya tienes lo que querías. Ahora déjame a mí tener lo que quiero”, y ante aquella observación irrefutable, el quinto de los Poyatos emprendía con alivio dirección a la capital mientras su esposa se revolcaba con la mula de su hermano mayor en el lecho que ambos compartían, es un decir, dando rienda suelta a sus pasiones y morbos insatisfechos durante los anteriores años de matrimonio con Roberto en los que podía contar con los dedos de una mano los momentos en los que había llegado al clímax sexual, y más por su propio empeño en conseguirlo que por el buen hacer de su marido. No era el único matrimonio que padecía aquella situación, pero cuando el dinero entra por la puerta el amor sale por la ventana y algunas mujeres de la villa casadas con hombres por conveniencia de éstos, se limitaban a soportar estoicamente una situación indeseada pero que al menos les confería estabilidad económica. Pero a Lucía Poyatos no le importaba tener más o menos duros guardados en el banco, su diploma universitario le facilitaba trabajar en cualquier parte, y si en aquel momento de su vida no le apetecía hacer las maletas de nuevo, encontraría la solución ideal para sus problemas de insatisfacción marital. Y su formidable cuñado parecía ser la respuesta a todos los interrogantes.

La aventura ilícita de Lucía y Antonio se prolongó por el tiempo de tal manera que el hombre armario llegó a olvidarse durante una temporada de la dulce e ingenua Marisa, cuyo valor descendió conforme su cuñada le proporcionaba a diario el placer al que otras mujeres de los alrededores, menos cultivadas y desarrolladas que ella, ni se acercaban aunque pusieran todo su empeño. Poyatos no quería compromisos, su amante era una auténtica leona salvaje en la cama, gustosa de juegos de fetiches y dominación y le había convertido en su esclavo particular, algo insólito para un hombre como él, acostumbrado a que todo el mundo besara el suelo que pisaba al caminar o en el peor de los casos se apartara. Pero los cuñados no solo se dedicaban al sexo en sus largas tardes y noches de gimnasia erótica; también hablaban de cómo transcurría la vida en el pueblo y en uno de los descansos entre las ruidosas quejas de los listones de madera crujiendo por el exceso de peso, Antonio le había explicado cuál era la situación con el testamento de su padre, la presencia de Marisa y sus planes a largo plazo con los negocios familiares de los que, a menudo, le pedía consejo aprovechando su formación universitaria y para no llamar a la puerta del estudiante día tras día porque aunque le invitaba a cervezas cuando le veía, solo le aguantaba con unas copas de más y no confiaba en él para que le diera un repaso a la contabilidad que le llevaban desde Cáceres y además era consciente de que el universitario había ejercido de mentor de su pretendida desde muy joven, por lo que le consideraba el enemigo en casa. La enfermera apenas había reparado en la existencia de la joven, a la que había visto por el pueblo en media docena de ocasiones aunque pasaba por delante de la biblioteca cada día pero nunca le había dado por entrar y contemplar sus modestas instalaciones; vista una, vistas todas, como las películas de tres rombos, y le había parecido otro ser insignificante en un pueblo lleno de seres insignificantes. Pero cuando Antonio le explicó las condiciones de la herencia, le exigió que volviera a la carga con Marisa. Se trataba de muchas hectáreas de terreno cuajado de valiosos pinos y robles y más de diez mil cabezas de ganado, la partida más numerosa de la provincia, que le permitía obtener carne, leche, sementales y crías que le reportaban cuantiosos beneficios en las ferias de ganado, y el precio a pagar consistía en casarse con una mujer que, según las palabras de Poyatos, sería su esclava sumisa toda la vida y no les plantearía ningún problema para continuar con su adúltera relación. Él solo tendría que cumplir con su esposa una vez a la semana, porque el conseguir descendencia no formaba parte de la última voluntad de Adalberto Poyatos en lo que yo siempre consideré un descuido por su parte ya que casarse con ella no le resultaría demasiado difícil, pero que mi adorada Marisa pariera a un Poyatos era harina de otro costal. La enfermera tampoco pensaba tener hijos, sentía auténtico pavor a la aparición de estrías o cualquier otra deformación de su cuerpo y era una apasionada del espejo cada vez que se arreglaba para salir, pero tampoco quiso que su amante los tuviera con la que estaba predestinada a ser su mujer y así se lo hizo saber. Antonio la tranquilizó diciéndole que sería difícil tener descendencia con una cría a la que siempre había considerado una estrecha y por la que no sentía el menor deseo sexual y que ya había algún que otro vástago suyo por el pueblo y más de uno en camino, por lo que el hecho de tener hijos legítimos no le preocupaba y solo se casaría con aquella niña rara porque su padre así lo había exigido para que pudiera poner sus enormes manos sobre aquella suma de millones que le esperaba. Finalmente y tras muchos debates entre coito y coito, Lucía autorizó a Antonio, y creo que describo la situación exacta que se produjo según la servidumbre que con gran riesgo y escasa catadura moral se dedicaba a escucharles tras la puerta de la alcoba, a casarse con Marisa siguiendo los pasos que él creyera convenientes para conseguirlo porque se había preocupado de averiguar lo suficiente sobre aquella niñita para saber que no tenía ninguna intención de casarse con él ni con otra persona de aquel pueblo. Ella era uno de esos pájaros cuyas plumas son tan bellas que no pueden ser enjaulados y disfrutaba de su libertad sin preocuparse por lo que pensaran los demás. La muchacha vivía su vida sin reparar en ello, como una excepción en aquel lugar en el que todo el mundo actuaba pensando en cómo reaccionarían sus vecinos y las miradas fugaces estaban a la orden del día, una jaula de personas cuyas existencias parecían predestinadas antes incluso de nacer y de la que aquella Marisa Casares y ella misma no formaban parte y se complacían de su libertad al margen del rebaño.

Su cuñada era una mujer posesiva y de armas tomar, pero no podía quedarse embarazada del hombre del que estaba realmente enamorada porque era imposible que Roberto la fecundara. Había llegado a plantearse la posibilidad de concebir por medios artificiales recurriendo a las clínicas más prestigiosas de Madrid, pero algunos conocidos de la facultad le habían comentado que el proceso resultaba todavía relativamente nuevo en España y lo que era peor, prematuro y con una tasa de éxito muy lejana a sus necesidades. Además, tarde o temprano alguien se habría enterado de los viajes a Madrid con su marido y no estaba dispuesta a tolerar preguntas al respecto por parte de unos familiares que tergiversarían algo tan sencillo como una fecundación in vitro hasta convertirla en un hecho monstruoso que no comprenderían nunca y que la desterraría de la familia y del pueblo, además de provocar otros interrogantes que no tardarían en desembocar en la revelación de la identidad sexual de su marido.

Antonio no era más que una simple distracción que satisfacía todos sus caprichos a pesar de ser el dueño del pueblo, que además debía mantener oculta porque en aquel infecto agujero del sur de España todo se sabía aunque al mismo tiempo todo se callaba excepto en algunas ocasiones en las que las escopetas de perdigones saldaban una disputa entre dos clanes pero aquello parecía una reliquia del pasado con clara tendencia a desaparecer. A Lucía no le gustaba que la presencia de aquella hija de un capataz de ganado y una aldeana emigrante de otro agujero todavía más infecto rigiera sin saberlo el destino de su amante. Ya que no podía evitar el desenlace final, impondría sus condiciones para que aquella niñata gafosa y displicente en su trato fuera tan infeliz como lo era ella, ya que era de sobras conocido en el pueblo que la rarita quería tener hijos y darles una educación que en aquellos años de la transición empezaba a generalizarse y de la que también fueron partícipes los chavales del lugar en edad de coger un libro y no una azada. El comportamiento de una sociedad tarda varias generaciones en cambiar de peras a manzanas, pero las décadas de los ochenta y los noventa imponían un nuevo ritmo de vida y de pensamiento que todos, hasta los habitantes de un pueblo perdido en el interior de la provincia de Cáceres, debían asumir y hacer suyo. La enfermera percibía que aquella placentera existencia manejando la voluntad del hombre más poderoso en veinte kilómetros a la redonda no se mantendría por muchos años, pero estaba convencida de que sabría manejar la situación y el hecho inevitable de que se produjera el matrimonio entre Antonio y Lucía no alteraría sus planes. El tiempo se encargó de demostrarle cuánto se equivocaba.

Que se jodan y Cállese, gilipollas

Estas dos expresiones demuestran la catadura moral de quienes las pronunciaron. Se escucharon ambas en el mismo lugar, con una diferencia de dos años y reacciones completamente distintas: el Parlamento de la nación.

La primera corre por cuenta de la ya famosa diputada del PP por Castellón Andrea Fabra, y hacía referencia a los constantes insultos que un diputado socialista de quien no reveló el nombre, estaba dirigiendo hacia donde ella se sentaba. Yo no lo voy a justificar. Sin más. Lo que sí resulta indignante es la campaña mediática que se ha orquestado contra esta persona cuando disponemos de un precedente muy reciente en el que no pasó absolutamente nada, por tanto, hablemos de dicho precedente.

La segunda expresión fue una joya más de la colección de la caja de tesoros reconvertido en mochilero viajero y tristemente jubilado como diputado llamado José Antonio Labordeta. Ya sé que no es políticamente correcto hablar de los muertos, pero el día que yo tenga que ser políticamente correcto, simplemente dejo de escribir. Personalmente, y tratándose de tan ridículo personajillo, viajaría a donde estuvieran sus restos para asegurarme de de que dejó de respirar definitivamente, pero espero que en sus últimos días conservara la decencia suficiente como para pedir a sus allegados que le incinerasen. Ojalá no desperdicie espacio en una tumba de dos metros por uno. Además, las tumbas son para católicos creyentes, ¿qué pintaría él en una de ellas?

¿Qué diferencia hay entre ambas lindezas? Una salió de una diputada harta de escuchar insultos por parte de unos sinvergüenzas que después de haber arruinado al país durante siete años ahora hacen cosas como llamar a alborotadores para provocar una carga policial en la pacífica marcha de los mineros, tuvieran o no razón en sus demandas, movilizar a todo su aparato propagandístico para descalificar al gobierno por poner las cosas en su sitio después de SIETE AÑOS DE VIVIR POR ENCIMA DE NUESTRAS POSIBILIDADES y actuar ahora como si ellos no tuvieran la culpa de nada. Valiente hipocresía. También debe estar bastante harta de haber accedido a un cargo absolutamente hipotecado, sin presupuesto y deudas como de aquí a 2.025 lo cual le lleva a no poder hacer nada por su provincia, y harta de la anterior legislatura en la que los peperos tenían que estar calladitos ante la mayoría ¿de izquierdas? Que gobernaba el país.

La otra lindeza provino de una mente pueblerina, estulta, irrespetuosa, fascista, machista y misógina propia del error de cien mil aragoneses retrasados mentales que le llevaron al parlamento con ese nombre propio de la Edad media: xunta aragonesista. Ni en mayúsculas lo pongo. Ese payaso fenecido llamó gilipollas a un diputado del PP en plena intervención, además haciéndose el ofendido, y la Cámara se rió y ni siquiera fue llamado al orden. Bravo por el presidente del Congreso en ese momento. NADIE DIJO NADA al respecto.

Así que, ahora sí, que se jodan. Los azules también saben atacar y ya deben estar hasta el gorro después de siete años de ser vilipendiados. Aquí todavía hay demasiada gente que se cree por encima del bien y del mal y hay demasiados socialistas entre ellos, por no hablar de comunistas reconvertidos en algo que ni ellos saben lo que es y sindicalistas con barrigas de medio metro a los que les tienen que hacer los pantalones a medida.

Eh, majetes: la Guerra Civil ya terminó. A ver si os dais cuenta de una vez. No sois ni peores ni mejores que nadie, ni tenéis derechos adquiridos sobre nadie. Somos 46 millones, iguales ante la Ley. Y punto pelota.

lunes, 16 de julio de 2012

La herencia arruinada

Ya he dejado claro en anteriores artículos que ZP ha sido el peor presidente de la democracia española, como Bush hijo lo fue para Estados Unidos. Curiosamente, los dos fueron reelegidos. Un aplauso para ambos países.

Pero a nosotros Bush nos importa un pimiento, aunque durante su mandato y su coincidencia con Aznar se firmaron los mejores acuerdos de exportación de nuestros productos de la historia. Los jamones salían a miles y el aceite a toneladas. Eso creaba empleo. Qué fácil es olvidarse de lo que les conviene a algunos ahora.

ZP salió elegido porque en el congreso socialista solo se presentaban dos opciones viables, la de Bono, y la suya. Bono era un hombre de dilatada trayectoria política y que además ya había tocado pelo, es decir, sabía lo que era el poder, mientras ZP era otro licenciado en Derecho más del medio millón que tenemos en España (uno cada 80 habitantes) al que nadie conocía  pero resultaba simpático y no portaba losas consigo. Además los azules habían matado a su abuelo durante la Guerra Civil. Como Marcelino Camacho y sus jerseys de lana en los viejos tiempos: imponía solo con su presencia.

La siempre cerrada cúpula de los partidos políticos lo tuvo claro: Bono era como Paco Vázquez, ex alcalde de La Coruña. Un tipo con valores, más centrado que inclinado a la izquierda y con excelentes relaciones con el clero y ningún miedo a decir lo que pensaba. Y en la cúpula socialista no querían saber nada del clero por temas como la ley del aborto o el matrimonio homosexual, que suponían un paso atrás en el avance del mal llamado progresismo, palabra de la que se han apropiado desde que se dieron cuenta de que existía. Como si un liberal no fuera progresista. ¿Qué queremos, ir a hacia atrás o hacia delante? El debate resulta ridículo

Resultado final: ganó ZP por poquito, con esa cara de no haber roto un plato y un pasado desconocido que se pierde en una cátedra suplente de Derecho en la Universidad de León que nunca ha ejercido. ¿Qué supuso esa elección? Muchos detalles, desde dentro y desde fuera.

Desde dentro supuso que tuvo que trasladar a su familia. Esposa (qué raro que no fuera solo compañera sentimental) y dos hijas, a Moncloa. A ninguna de las tres les gustó tener que vivir allí asediadas por el estricto protocolo de palacio. La primera, soprano sustituta del coro del Teatro Real (fíjense la contradicción de una profunda republicana accediendo a dicho trabajo y es que más cornadas da el hambre y el egocentrismo humano no tiene límites aunque seas una cantante mediocre que nunca será solista más que por influencia de tu marido), torció el gesto cuando vio a lo que se enfrentaba, y si ya le costó aceptar que el pusilánime de su marido se presentara a la reelección, le dejó las cosas bien claras cuando le dijo que, si se volvía a presentar para un tercer mandato, su matrimonio había terminado y se llevaría a sus hijas con ella de vuelta a León. ¿Por qué creen que no se presentó? Si él estaba convencido de que lo estaba haciendo de puta madre. Cuando no tienes ni idea de lo que haces en la vida pero te rodeas de lameculos que te dicen que todo va de maravilla, hasta te lo crees. Y ZP se lo creía.

Y no hablemos de sus hijas. Dos gótico-siniestras que solo visten así para poner en ridículo al jefe de gobierno español. De su relación con sus hijas, que no le soportan y él no hace nada para evitarlo, han llegado los lodos del sistema educativo en España. Para adaptarlo a la grosería, mala educación y peores modales de sus hijas, siempre las peores alumnas de todos los colegios en los que se las matriculaba y para quienes un día normal era levantarse lo más tarde posible y aparecer por el colegio cuando les diera la gana porque papá era el presidente del gobierno y aunque llamaran a casa para avisar de sus campanas, ni mamá ni papá les iban a decir nada. Tenemos la peor generación de padres de la historia, los que tienen ahora entre 40 y 55 años, y si lo son es por el MIEDO con el que tratan a sus hijos. Cual muñecas de porcelana que si les tocan, se rompen.

Trasladen esa situación a diez millones de estudiantes españoles. Los problemas familiares convertidos en la causa principal del desastroso declive de la calidad del sistema educativo español. Ni una sola facultad entre las 200 primeras del mundo. Pregunten a sus hijos de quince años si Aristóteles era portugués, fenicio o paraguayo. A ver si les responden correctamente. Y de paso, respóndanse a ustedes mismos. Cuando yo estudiaba esos temas, también gobernaban los socialistas. Y sé la respuesta. Pero ahora se trata de que los chavales no estén en la calle. Se presentan al colegio para calentar el asiento, y esas escenas de las películas que tanto nos hacían reír en las que veíamos a alumnos durmiendo en clase, se han convertido en una triste realidad. El sistema educativo se ha diseñado para tener a los hijos en el colegio hasta los dieciséis. ¿Fracaso escolar de un treinta por ciento, tres de cada diez? ¿A quién le importa? ZP ha convertido a los niños en intocables y a sus padres en gladiadores que salen en estampida hacia el colegio cuando a su niño maravilloso y perfecto que se pasa el día pegando a sus compañeros le han llamado la atención. Es el mundo al revés.

Y no hablemos de la Sanidad. Ahora se quejan los profesionales del medio de los recortes, y yo no digo que no les falte razón, pero les explicaré algo que me sucedió a mí hace pocos días: mi madre sufrió un episodio de vértigo por el que la tuve que llevar a urgencias, y cuando llamé al timbre porque la puerta del ambulatorio estaba cerrada con llave, tardaron más de cinco minutos en abrirnos. Estaban durmiendo. Eran las seis de la mañana, pero ¿no estaban de guardia? Después se quejan de recortes y más historias cuando en el hospital comarcal de mi pueblo estoy esperando a que me atienda el otorrino y veo a una señora de recepción poniendo un cartel de “fuera de servicio”. Pasa casi una hora y mientras espero a que me den los resultados de una audiometría me acerco por la cafetería y allí está la señora, tomándose el café tranquilamente. Cuarenta minutos después, cuando ya tengo los resultados, el mostrador sigue con el cartel de “fuera de servicio”. Y aún tienen la cara dura de quejarse, y más cuando media hora después de mi marcha, paraban durante el resto del día para hacer una huelga. A esa señora le digo desde aquí que es una vergüenza para su profesión y ojalá la despidan.

¿Y saben que es lo peor? Que lo que acabo de explicar no es una excepción.

Salgamos fuera. Tras el cabreo de Bush por haber abandonado Irak sin dar explicaciones, nuestro amado y ponderado ZP hizo todo lo que estuvo en su mano para acercarse a Obama. Pero Obama no quería saber nada de él. Los presidentes americanos hablan entre ellos, y Bush le dijo a Obama que el español no era un aliado fiel de los Estados Unidos, y de ahí la ignorancia de uno a otro. Históricamente, los presidentes americanos se han encargado de la política exterior, ya que, como se decía en una prestigiosa serie americana que abordaba precisamente el día a día de un presidente de los Estados Unidos, cuando acceden al cargo no hacen amigos nuevos, por lo que deben dedicarse a mantener a los que todavía conservan. Y el Senado es el que se encarga de llevar los asuntos de la nación. Veremos qué sucede ahora entre el americano y Rajoy. Tardará en recuperar la confianza en los españoles, y Rajoy debe ser lo suficientemente listo como para que Obama empiece a firmar nuevos tratados de comercio para que volvamos a exportar a Estados Unidos, acuerdos que descendieron un setenta por ciento después de la espantada de Irak. No les hemos vuelto a vender una sola arma, y recuerden nuestro jamón, nuestro aceite y productos similares, que en la mayoría de los casos quedan retenidos en las aduanas americanas y acaban devueltos a nuestro país. Otra herencia del querido ZP. Para hacerle un monumento.

Por tanto, y aunque me gustan los recortes como a todo el mundo y aunque esté en el paro como otros cinco millones y pico, me río de la estrategia socialista actual (recuerden lo que les digo: Rubalcaba no será el candidato socialista dentro de tres años y medio) y me río por no escupirles en la cara a los sindicalistas. No he conocido a gente más parásita que Méndez y Toxo, ambos unos indeseables que no han trabajado en su vida y si lo hicieron una vez han pasado tantos años que ni se acuerdan de lo que es levantarse a las seis de la mañana para ir a la fábrica. ¿Y esos dos canallas son los que defienden los derechos de los trabajadores? Y yo me pregunto: ¿Cuándo ha defendido un sindicalista los derechos de los parados? Se les debería caer la cara de la vergüenza. Pero como no la tienen, no se les cae nada.

Y un último recuerdo para los mineros, como no podía ser de otra manera. Llegaron a Madrid y se armó la marimorena: encontronazo con la policía y cargas por doquier. Un montón de detenidos y, curiosamente, ninguno era minero. Todos alborotadores. ¿Es que no se conocen entre ellos y no fueron capaces de salirles al paso y ayudar a la policía a identificarlos? ¿Tan importante era que la oposición pudiera salir después, micrófono en mano, a decir que la policía de Rajoy era una represora cuando habían sido ellos mismos los que habían colocado a los alborotadores en las cercanías del final de la manifestación de los mineros?

Qué vergüenza de país.

Hola, soy el banco, ¿me puedes dar un crédito?

De la serie de artículos publicados en www.elimportuno.com


Los bancos españoles deben al Banco Central Europeo nada menos que 337 mil millones de euros. La mitad de lo que debe el Estado. Un tercio de nuestro Producto Interior Bruto. Y ahora les van a dar cien mil millones más. Un agujero sin fondo.

¿Cuáles son los motivos de esta deuda tan desproporcionada? A mi entender, hay dos muy claros: la desastrosa, por no decir corrupta, gestión de sus dirigentes, y su irresponsable conducta a la hora de conceder créditos, hipotecas, préstamos personales… llamémoslo como queramos.

El primero es evidente. Los grandes directivos de los bancos y cajas españoles tienen firmados unos contratos por los que ustedes y yo daríamos un riñón, medio hígado o un brazo. En sus tiempos estuvieron tan cotizados que los bancos les firmaban cheques en blanco, literalmente, por hacerse con sus servicios. Que un directivo de una de esas entidades haya sido despedido por su mala gestión y se lleve una recompensa de 13 millones de euros y una pensión vitalicia de veinticinco mil mensuales lo dice todo.

El segundo es todavía peor. Ya hay barrios enteros vacíos en nuestras ciudades porque nuestros inconscientes jóvenes pidieron créditos de 300.000 euros para comprar pisos o casas de esos de los que presumes ante tus vecinos y cada fin de semana montas una barbacoa en la terraza con jardín y piscina. Muy bonito, pero la crisis llegó y la falta de liquidez para seguir pagando la puntual hipoteca mensual, también. Y con todos ellos, el embargo cuando llevabas siete años pagando y ya habías soltado 80.000.  

Hace unas semanas fui a mi entidad bancaria de toda la vida (desde que nací) a sacar algo de dinero y como había una persona delante me puse a mirar un tablón de anuncios muy llamativo colocado estratégicamente al lado del cajero para que los clientes nos paráramos a ver de qué se trataba. Todos eran pisos embargados. Y todos tenían el precio puesto. Bastante razonables, en la mayoría de los casos. En un pueblo como el mío, 100.000 euros por un piso de 110 metros no está nada mal.

El lunes pasado volví a acercarme al cajero y el tablero seguía allí, pero no lo había mirado de nuevo. Entonces lo hice y vi algo que me provocó una sonrisa de esas que solo sacamos cuando nos burlamos de alguien. Eran los mismos pisos, pero en lugar de un precio razonable estaban todos adornados por un cartel muy llamativo que rezaba: “HAZNOS UNA OFERTA”. El precio inicial había desaparecido.

¿Hace falta decir algo más?

viernes, 6 de julio de 2012

Decálogo sobre las páginas de contactos en Internet

Están de moda desde hace años, en los cinco continentes. Tienen cientos de millones de usuarios. No me referiré en este caso a las redes sociales como Facebook, Twitter o Tuenti. Esas no son páginas de contactos y merecen un artículo aparte.

Cosas que hay que tener en cuenta cuando te registras en una de ellas:

1º Hay muchas completamente gratuitas. No tienes que pagar por conocer al amor de tu vida o a quien te ofrezca una noche de satisfacción física sin compromisos. Además sus precios no son razonables; 30 o 40 euros al mes no parece demasiado (para quien los tenga), pero no sale a cuenta y en un mes, aunque no lo parezca, solo da tiempo a descartar personas, que suelen ser, curiosamente, aquellas que primero responden cuando contactas.

2º Es muy conveniente saber qué quieres hacer. En qué está pensando tu corazón y qué intenciones tienes a la hora de inscribirte en una de ellas. Los hombres buscan sexo, en su gran mayoría, y no tienen conflictos morales si se presentan ante una mujer como casados aburridos de la monotonía con su esposa. Las mujeres suelen acudir a ellas tras una ruptura de pareja traumática y lo hacen bajo el equivocado axioma de que un clavo saca a otro clavo. Nunca es así, ya que solo les hace recordar lo enamoradas que siguen estando de quien ha provocado su ingreso en estos lugares.

3º Una vez registrado, desconfía si a los 30 minutos del registro ya has recibido 10 visitas, 7 mensajes y 5 chats. En primer lugar, todavía no has sido incorporado a la base de datos general de usuarios porque tu perfil está pendiente de aprobación y nadie sabe que estás ahí, y en segundo lugar, todas las páginas tienen un algoritmo de asignación automática que lleva visitas a tu perfil sin que éstas se hayan producido. Prueba con mandar un mensaje a hombre o mujer atractivos que te hayan visitado. Te contestarán que no lo han hecho o no te contestarán porque en realidad no existen.

4º Los perfiles falsos. TODAS las páginas los tienen. Y en muchos casos, los crean y fomentan para atraer usuarios. Algunas intentan ser serias y los suprimen cuando se denuncian, pero la mayoría no, entre otras cosas porque los han puesto ellos mismos para atraer visitantes y que PAGUES para poder leer un mensaje que te ha mandado una emigrante alemana residente en Lanzarote de 40 años que ha incluido en su perfil fotos en bikini y está de muy buen ver, igual que los hombres, que se apropian de fotografías de tableta de chocolate y a lo mejor están todo el día sentados delante del ordenador comiendo palomitas y criando panza cervecera.

5º La proporción de usuarios. A todas las páginas les interesa tener cuantas más mujeres registradas mejor. Sin mujeres, no hay hombres, y sin hombres, nadie paga la cuota mensual ya que todavía hoy, aunque parezca mentira, hay muchos sites en los que las mujeres no pagan y además presumen de ello. Cualquier página que afirme que tiene un 60% de mujeres y un 40% de hombres, MIENTE. Así de sencillo. La realidad suele afirmar que la proporción puede llegar a ser de 25 a 1.

6º Ni siquiera respondas a una mujer rusa o de Ghana que intente ponerse en contacto contigo. Intentarán hacerte el típico timo que se desarrolla así: te piden el correo electrónico y te dan el suyo, siempre de Yahoo (¿casualidad o impunidad?). Su primer correo es amable y educado pero sin entrar demasiado en detalles personales. Algunas intentan utilizar un traductor automático como el de Google o Lexicool y otras se preocupan primero de saber si entiendes el inglés. Si les contestas, te mandan un nuevo correo, ya preparado, en el que incluyen tres o cuatro fotos muy elegantes o ligeras de ropa y te explican su vida en dos o tres páginas. Si cometes el error de contestarles, esperan al momento oportuno para decirte que se han enamorado de ti y quieren ir a verte y quedarse allí contigo. Y es entonces cuando lanzan el anzuelo para ver si picas: el billete de avión desde Moscú o Accra cuesta 600 euros, y no se cortan en pedírtelos. Aviso a navegantes: no vuelves a ver ni el dinero ni la mujer. Es el timo más conocido en las páginas de contactos de internet.

7º División por creíbles o no. Creíbles: Meetic tiene un prestigio desarrollado a lo largo de los años, pero eso no significa que sea la mejor. Al contrario. El trato que se ofrece al usuario masculino equivale a “estás apuntado porque te dejamos estarlo”. Y el trato que se ofrece a la usuaria femenina es “puedes hacer lo que te dé la gana”. Servicio al usuario lamentable y desastroso, las mujeres campan a sus anchas con total impunidad. Sin duda, el peor, no por nada, sino porque van de serios y no lo son. Edarling se alzaría con el primer puesto en la clasificación si no fuera por lo elitista que es, y además se ufanan de serlo. Allí si eres calvo, bajito, moreno, gordo y trabajas sirviendo mesas, no tienes nada que hacer. En realidad, ni allí ni en ninguna otra, pero estos se anuncian en la tele y presumen de ser los mejores. Y la mejor página de contactos sería aquella en la que los usuarios estén obligados a contestar todos los mensajes que reciben. Aunque sea para responder que no les interesa la persona que se ha puesto en contacto con ellas.

Últimamente está subiendo mucho Twoo; lleva poco tiempo y su número de usuarios no es comparable con las grandes, y tiene un gran problema: hay 150 hombres por cada mujer. Lo mejor de ellos: son gratuitos, como Amor en línea, con una proporción similar y en la que se protege la intimidad de todos ya que tienen montado un sistema de contactos en el que la otra persona debe aceptar tu solicitud antes de tener acceso a ella. Sin peligro para las mujeres, que es lo más importante. Y Plenty of fish, no muy conocida en España y con un diseño de página horrible que parece programado por un bebé, pero que va ganando adeptos también por su condición de totalmente gratuita. Las demás no dejan de ser residuales y de escasa importancia. La lista es larga.

8º No creíbles. Hay demasiadas. Empecemos por la archiconocida Badoo, que presume de sus 150 millones de usuarios que no son tales ya que al menos la mitad llevan sin conectarse más de seis meses después de comprobar lo que se cuece allí dentro. Los que se mueven por ese mundillo saben para qué es Badoo: sexo y más sexo. Allí no se forman parejas estables, incluso muchos de sus usuarios presumen de tenerla ya y de vivir con ella. Fuego de vida, con Like you, probablemente las páginas de contactos más tramposas de la red. La primera es una apología de los perfiles inventados, con fotos claramente sacadas de internet o de otras páginas de contactos y multitud de perfiles con los que te pones en contacto y nunca responden. Sus creadores deben pasarse el día modificando a mano los perfiles falsos que ellos mismos han introducido para dar la sensación de que su página funciona, y se ríen de ti cuando denuncias a un usuario por comportamiento inadecuado. La segunda todavía es peor, ya que pagando una suscripción de un mes te dan derecho a chatear pero no a usar la cámara, y todas las personas que salen a tu encuentro, siempre las mismas, te la ponen, y al ver que tú no puedes intentan convencerte de que amplíes tu suscripción dos meses más. Por supuesto, todas ellas son trabajadoras a sueldo de la web. Y no nos olvidemos de Be Naughty, que parece competir con Like you en cuanto a correos falsos en tu bandeja de entrada y mujeres que solo existen en la imaginación de sus dueños. Victoria Milan o Adultfriendfinder son otros ejemplos de lugares en los que solo se busca la tarjeta de crédito del usuario masculino, ya que el femenino no paga. Este es el mayor agravio de todos: o pagan ambos sexos, o no paga ninguno. Pero me remito al punto 5.

9º Ya hemos descubierto que la página es una estafa legal y queremos salir de ella porque con la legislación en la mano es imposible demostrar que nos han timado. Muchas no nos permiten borrar nuestros datos a pesar de cumplimentar el formulario, con lo que nos quedamos allí para toda la vida. Esto es ilegal, pero el vacío existente en la normativa con respecto a internet les permite hacer estas cosas. ¿Ejemplos? La ya mencionada Badoo y el caso más sangrante porque te hacen rellenar el formulario y después de anunciarte que ya no eres miembro, una semana más tarde te llegan al correo nuevos usuarios compatibles contigo: Onedate.

10º Un consejo: salgan a la calle. Tómense unas cervezas con los amigos y conozcan a mujeres y hombres de la manera tradicional. Todos los que se apuntan a las páginas de amistades y/o contactos en internet ocultan algo o tienen un pasado del que no son capaces de escapar, y buscan en dichas páginas un último recurso para encontrar aquello que no han logrado en la vida real, y además les ofrece una impunidad en la que se sienten muy a gusto. Hombres y mujeres. Aquello de la barra del bar y el “¿estudias o trabajas?” parece que ya está muy visto, pero sigue siendo la mejor manera de hacerlo. Siempre en persona.

miércoles, 27 de junio de 2012

Al primer toque

De la serie de artículos de opinión publicados en www.elimportuno.com


Yo soy uno más de los españolitos que suelen acostarse a medianoche con la sintonía radiofónica de su programa de deportes favorito. Pero en mi caso no se trata de que sea mi favorito, sino de que padezco auténtica fobia al resto porque, aunque mis colores sean los azulgranas, me gusta escuchar noticias, deportivas o no, contadas con objetividad.

Mi programa es el que pone título a este artículo. Hace más de veinte años que escucho Onda Cero, desde que la leyenda, afortunadamente ya retirada, llamada Luis del Olmo aterrizó en dicha emisora y muchos nos pusimos a escuchar también el programa deportivo de la medianoche por no cambiar de dial, aunque yo todavía no tenía ese interés por la información deportiva.

Pero empecé a sintonizarlo. Les he escuchado a todos, desde Manu Carreño hasta José María García, José Joaquín Brotons y experimentos con una pareja de locutores que duró poco tiempo y cuyos nombres no recuerdo. Cada uno tenía su estilo o carecía de él. A Brotons le condenó una entrevista que le hizo al saltador Lamelas, que interpretó mal una pregunta suya y le colgó el teléfono. De García qué vamos a decir, genio y figura, un hombre capaz de entablar un monólogo de veinte minutos para no decir absolutamente nada, y así hasta nuestros días.

Y nuestros días ofrecen un dato elocuente según el famoso Estudio General de Medios, que siempre que aparece lo publican a bombo y platillo porque todos ganan audiencia. Ese dato dice que la SER y su “larguero” se mantienen con un millón largo de oyentes mientras mi querida Onda Cero siempre registra los mismos datos, alrededor de trescientos mil. Lo más significativo del caso es que el programa anterior, la magistral “brújula” de Alsina (escuchen su tertulia económica con el no menos magistral profesor Rodríguez Brown), registra cerca de seiscientos mil, lo que quiere decir que, a media noche, trescientas mil personas apagan su aparato de radio o cambian de emisora. Solo con estos datos, si yo fuera un pez gordo de Onda Cero me pondría a pensar qué falla para que trescientas mil almas dejen de sintonizar la emisora.

¿Qué falla? Yo tengo mi modesta opinión. El actual “al primer toque” se sostiene por dos personas: Alfonso Azuara y Alfredo Martínez. El primero es un periodista de vasta trayectoria que no le debe nada a nadie, dice lo que quiere y despierta tantas simpatías como animadversiones, pero es un hombre sabio en su parcela. Además solo está de lunes a miércoles, lo que no deja de ser un dato muy significativo. A mí me gusta precisamente por eso; le lleva la contraria al director del programa, Ángel Rodríguez, que se empeña en tener razón cada vez que habla y ejercer un exceso de autoridad que resulta cargante, sobre todo cuando interrumpe a todo el mundo mientras hace entrevistas o habla con sus colaboradores cayendo en ese error tan común del periodismo, que es incluir la respuesta en las preguntas que les hacen a los deportistas entrevistados y que no hacen sino ayudar a exacerbar los tópicos. Ya saben: “el fútbol es así”, “lo hemos dado todo pero no ha podido ser”…

El segundo es el mejor comentarista deportivo de la radio española. Un hombre cultivado, con un vocabulario que para sí quisieran sus colegas que retransmiten un partido desde la cabina de un estadio, una capacidad para convertir un simple gol en la noticia del año con sus loas a la acción deportiva. Además se trata de un hombre exquisitamente educado, amable y que siempre mira por el lado positivo de cada situación. Para muchos de sus colegas, y a pesar de su juventud, ya es una leyenda en la radio deportiva, y no es que lo diga yo, lo dicen sus propios compañeros que cada año le otorgan premios. Quien es el mejor, es el mejor, y Alfredo lo es. Les invito a que escuchen sus narraciones de los partidos de la selección española o del Barcelona, equipo al que cubre habitualmente. Yo tengo grabada su retransmisión de la final del mundial de Sudáfrica y cuando estoy deprimido pongo la grabación, me tumbo en la cama y me imagino en el estadio asistiendo a aquel final épico de nuestra roja. Además tiene 4.300 amigos en facebook, y eso para un periodista de las decenas que cubren a diario la información deportiva de una emisora de radio que no está entre las más escuchadas, también lo dice todo.

Yo me declaro devoto seguidor de Alfredo y el día que él y Azuara abandonen Onda Cero para irse a otra emisora, a medianoche también cambiaré de dial porque el resto del programa, cuajado de colaboradores y comentaristas que hablan del Real Madrid como también devotos seguidores, vale menos cada día que pasa. Muchos nos hemos quejado, de Fernando Burgos, de Gallardo, de Javier Ares y del propio Ángel Rodríguez, director del programa al que le gusta jugar al despiste con sus preferencias deportivas pero si tiene que elegir entre sus dos delfines, Burgos y Martínez, no tiene ningún problema en permitir que el primero conteste con malos modales a todo el que le lleve la contraria y él mismo se encarga de interrumpir a Alfredo cada vez que intenta desarrollar la actualidad del Barcelona. El problema no es que se interrumpa, el problema es saber que eres peor periodista que tu subordinado y no poder hacer nada por evitarlo.

Bravo Alfonso y bravo Alfredo, el maestro como todos le llamamos.

Las cenizas del olvido- Cuarto capítulo

Cuando Adalberto Poyatos decidió darle un descanso a su tercera esposa a costa de amancebarse con cualquiera de las doncellas a su servicio a cambio de regalos ocasionales que no despertaran sospechas, ya era abuelo, y sus nietos nacían como hormigas mientras el patriarca expandía su imperio que le llevó a poseer los terrenos de pasto y cultivo de más del cincuenta por ciento de la comarca en la que, ajeno a los negocios y el tráfico de todo tipo de recursos humanos, económicos y materiales, yo vivía con una cierta felicidad rodeado de mis libros traducidos cuyos ejemplares gratuitos la editorial tenía la gentileza de enviarme una vez publicados y que, poco antes de jubilarme, cifré en doscientos cincuenta y tres. Toda una carrera como traductor que conservé con orgullo gracias a unas estanterías que construí para formar mi propia biblioteca con los troncos serrados longitudinalmente que me regalaba de vez en cuando el sobrino de Andújar de entre los listones mal cortados que se acumulaban en el patio del aserradero porque no servían para nada, y antes de hacer una hoguera con ellos y gastar gasolina, preguntaba a sus conocidos si necesitaban algún trozo de madera, aunque por supuesto él no se molestaba en entregarlos y los interesados debían acudir con sus camionetas a recogerlos. Era capataz y heredero de la fábrica de maderas, un hombre al que le gustaba hacer las cosas por sí mismo y supervisando el trabajo de sus empleados, probablemente porque había nacido con la desconfianza reinando en su poco desarrollado cerebro y solo se mostraba relajado y abierto a los demás cuando ponía dos candados a la puerta de su fábrica una vez finalizada la jornada laboral, y la cerraba hasta el siguiente amanecer, pero con quien siempre mantuve una relación excelente, a pesar de que con más frecuencia de la que a mí me apetecía me pidiera el favor de revisar sus libros de cuentas, los números como les llamaba él, por si su contable le engañaba y se estaba llevando el dinero sin que él se enterara. Sucedía a menudo con el puñado de iletrados que eran mis vecinos ricos, siempre maestros negociadores en su terreno pero después se mostraban incapaces de gestionar las fortunas que amasaban. Resultaba sencillo robar unos cuantos cientos de miles de pesetas, gracias a los poderes que los terratenientes firmaban a sus contables para gestionar sus fortunas a pesar de mi recomendación expresa de que no lo hicieran y para cada operación que quisieran realizar la consultaran primero por teléfono desde la capital. Rápidamente desaparecían de la comarca para no ser vistos de nuevo y no se descubría el desfalco hasta unas semanas después cuando los ganaderos viajaban a la capital para añadir nuevas entradas a sus libros de cuentas y comprobar que su contable de toda la vida había ahuecado el ala y nadie conocía su paradero al haberse preocupado de no dejar pistas para empezar de nuevo en otro lugar donde encontrar nuevas víctimas, tan adineradas como ingenuas. Andújar nunca se molestó en ofrecerme como contrapartida un estipendio por mis habituales servicios o una rebaja en el precio de sus productos. Estaba convencido de que con regalarme la madera que no podía vender ya me daba por pagado y lo cierto es que yo no necesitaba más.

Así eran los hombres de negocios en el pueblo. No habían amasado sus fortunas a lo largo de los años haciendo favores a sus amigos ni utilizando los recursos de sus fábricas gratuitamente, imagino que como todos los empresarios del planeta. Con el dinero no se jugaba ni había amistades. Recuerdo alguna ocasión en la que, en mis contadas visitas a la taberna, un capataz apurado por su situación económica había sugerido, después de tomarse unos vinos gracias a los que reunió el valor suficiente para atreverse a hacerlo, que necesitaba un apoyo económico excepcional. A la mañana siguiente había tenido que presentarse de nuevo ante su empleador para rogarle que no tuviera en cuenta lo sucedido la noche anterior bajo los efluvios del alcohol. A mí me convenía más tener contento al carpintero del pueblo que reclamarle unos duros por verificar que sus cuentas eran correctas, ya que siempre habría tenido la desventaja de que yo estaba solo en mi propiedad y los empresarios podían contratar a cualquiera venido de fuera para darme una lección, y lo cierto es que tampoco era tan importante perder un par de horas de mi tiempo cada tres meses comprobando asientos contables que en honor a la verdad dominaba a duras penas y me costaba sangre, sudor y lágrimas cuadrar, y lo que a mí me importaba era poder desempeñar el trabajo para el que había estudiado. A pesar de lo que os he comentado antes, yo era un oasis en el desierto de aquel pueblo y eso significaba que los que tenían el poder se olvidaban de sus burlas hacia mí porque cuando me necesitaban para cualquiera de aquellas situaciones, sabían que acudiría para echarles una mano. Siempre me sentiré orgulloso de mi legado porque ninguna de mis traducciones ha sido reeditada para cubrir la necesidad de una revisión que corrigiera la primera de la cual yo era el autor y todas las obras que sigan llegando a las librerías en estos tiempos que os tocará vivir más a vosotros que a mí, incluyen mi nombre como artífice de la traducción sin que ningún jovencito que se haya licenciado en la Complutense o en cualquier otra Facultad de Francés haya conseguido mejorarlas. Me perdonaréis por esta muestra de vanidad, pero siempre quise hacer mi trabajo lo mejor posible y lo conseguí durante cuarenta años. No fui uno de esos universitarios tan listos ni tampoco mi papá puso veinte mil pesetas de la época encima de la mesa de un decano para que abriera un cajón de su escritorio, extrajera de su interior un diploma de aptitud con el nombre en blanco y lo firmara. Pero tampoco fue necesario.

Adalberto nunca vio a su hijo mayor Antonio como un miembro del clan propiamente dicho, ya que no respondía a los códigos de conducta familiares que él mismo había introducido tras la muerte del dictador y el advenimiento de la democracia que había intuido magníficamente a través de las informaciones que ofrecían los visitantes del pueblo. También se había preocupado de consultar a algunos amigos de la familia vinculados a la política cómo veían el panorama, y los más avispados le comentaban cuáles eran las previsiones para los meses o años siguientes. Sus viajes a Madrid debían ser agotadores para un hombre ya entrado en años y cuya salud era poco menos frágil que la mía a pesar de su ristra de hijos, pero durante su estancia en la capital se preocupaba de alternar con la alta sociedad aunque allí fuera contemplado como un pueblerino rico, tosco en sus formas y con mala leche que hacía demasiadas preguntas, pero no por ello dejaba de firmar fructíferos acuerdos de colaboración con socios ocasionales en los que las cabezas de ganado para los mataderos y los troncos de roble para las serrerías eran moneda de cambio común. Él había sido el primero de la comarca en reunir a toda su descendencia para advertirles de que los tiempos iban a cambiar y los procedimientos de actuación también. Ante unos cincuenta familiares directos e indirectos más todos aquellos que en mayor o menor medida habían trabajado para él o pensaban hacerlo, se había preocupado de dejar claro como el agua de un manantial a todo el que le quisiera escuchar que los cuchillos y las navajas que habían originado el apodo del clan se quedaban en casa a partir de entonces reposando en sus estanterías definitivamente y la nueva policía les sustituiría como primer y único elemento disuasorio. El signo de los tiempos cambiaba y aunque nadie abandonaría sus negocios ilegales o como mínimo no declarados, se actuaría de otra manera en las disputas. Se rumoreaba por la comarca que los nuevos responsables del orden en Cáceres habían decidido que una zona poblada por casi sesenta mil habitantes necesitaba la presencia de un cuartel de la Guardia Civil motorizada y se habían adquirido ya los terrenos para construirlo, y uno de los puntos en los que el patriarca puso más énfasis en su discurso es que no quería ver a nadie detenido. Todo aquel que pasara una noche entre rejas por no saber adaptarse a la imposición de un nuevo régimen político sería automáticamente desheredado y apartado de los negocios familiares. A partir de aquel momento, los Poyatos debían hacerse respetar de otra manera y sería el patriarca el primero en dar ejemplo, contratando a personal ajeno a la familia, algo impensable unos años atrás, para llevar las cuentas, los asuntos legales y los temas fiscales que a la mayoría de los allí presentes les parecían de otro mundo.

Antonio Poyatos, desde muy joven, demostró ser un chaval conflictivo, pendenciero e irresponsable que con trece años ya se acercaba de manera indisimulada a algunas mujeres del pueblo sin que le importara un comino que sus maridos lo supieran, que les levantaba las faldas plisadas a las niñas de su clase y contestaba de mala manera a la maestra, y cuando creció físicamente como ningún otro en los alrededores no fue acompañado por una madurez mental adecuada a pesar de los esfuerzos de su padre, que no tardó en darse por vencido ante aquel vástago que no respetaba nada ni a nadie y se aprovechaba de su condición de primogénito de la familia más poderosa de la comarca. Pasó de levantar faldas a quitar falda y braga, fuera quien fuera su propietaria, y de faltarle al respeto a su profesora los pocos años que soportó la rutina diaria de la escuela y las lecciones recitadas a coro en voz alta a gritar a sus empleados, algunos de los cuales aún no recibían un salario semanal y seguían con la tradición no escrita de trabajar de sol a sol a cambio de comida y lecho, para que trabajaran más duro bajo pena de ser despedidos y no encontrar otra peonada en toda la provincia porque él mismo se encargaría de avisar a sus amigos ricos de que a aquel pobre desgraciado no se le daba empleo. Se convirtió en un auténtico miserable hecho a sí mismo, ya que no tenía un espejo en el que reflejarse porque sus hermanos y hermanas y el resto de la familia eran personas educadas, disciplinadas, aleccionadas desde muy temprana edad a intervenir en los negocios familiares con la máxima eficiencia y beneficio para sus intereses pero que nunca tenían una palabra más alta que otra para dirigirse a los demás; sencillamente no les hacía falta por el peso de su apellido, infrecuente incluso en lo más profundo de Cáceres a finales de los ochenta y a pesar de la voracidad reproductora de la generación anterior. Les habían educado como la familia más acaudalada de la comarca y ello les confería un cierto complejo de superioridad que resultaba molesto en el trato diario con ellos porque aquellos de la familia que habían asumido más responsabilidades fruto del declive físico y mental del ya abuelo Adalberto te trataban como a un ser inferior a pesar de que no supieran deletrear su nombre completo en voz alta, pero una vez superada la maldición histórica de sus antepasados, siempre con el mojón en boca de todos como a mí me seguían llamando el estudiante a los setenta y cinco cuando los universitarios en el pueblo se contaban por decenas, habían conseguido convertirse en una familia respetable y respetada.

Pero Antonio era la excepción del clan, y le faltaba tiempo para jactarse de esa situación; si le caías bien, y yo debía caerle bien porque cuando nos encontrábamos siempre acababa entre mis manos una cerveza a su cuenta aunque tuviera que soportar su intolerable lenguaje machista hacia las mujeres como seres inferiores que las consideraba y que según él habían nacido para complacerle y abrirlo todo bien sin rechistar, era un amigo de esos que cuando necesitas a alguien para recordarle a otra persona que lo mejor que puede hacer en su vida es olvidarse de que existes, él aparecía para propinarle un par de soplamocos desde su metro noventa y cinco y sus ciento diez kilos bien entrenados y endurecidos a base de cargar troncos durante su adolescencia, castigo de su padre cuando se portaba mal en la escuela que prácticamente cumplía a diario, aunque no sé si fue peor el remedio que la enfermedad porque tenía unos brazos como tubos de acero y cuando soltaba un puñetazo con toda su furia la persona que lo recibía volaba literalmente cinco o seis metros hasta encontrar donde estrellarse con unos cuantos dientes menos y los maxilares fracturados. Si le caías mal lo más habitual era que te ignorara y te retirara el saludo por la calle; de hecho no saludaba a más de medio pueblo y en especial a los maridos de las mujeres con las que mantenía relaciones ocasionales, conocidas y consentidas por todos, porque el miedo de un marido pobre y cornudo en un pueblo perdido en el interior de Extremadura durante la década de los ochenta era un aliado más poderoso de lo que podáis imaginar y todos preferían cerrar los ojos para poder seguir llevando pan y vino a la mesa cada día aunque los terratenientes se tomaran todas las libertades del mundo con tu esposa y miraran a tu hija de quince años que se había desarrollado prematuramente con algo más que buenos ojos, e incluso al nacer tus hijos no estuvieras completamente seguro de que tú eras el padre de la criatura que no tenía ni tus ojos, ni tu nariz ni tu hoyuelo en la barbilla, que era hereditario de padres a hijos. Antonio el de los mojones seguía siendo temido aunque se rumoreaba por el pueblo que cualquier noche aparecería en el fondo de un cobertizo ensartado en un estoque como venganza de algún marido cornúpeta hastiado de que aquel indeseable le pusiera las manos encima a su mujer y ésta le hubiera confesado entre lágrimas que no le quedaba más remedio que permitirlo porque el bienestar económico de la familia dependía de que Antonio Poyatos recibiera satisfacciones físicas por su parte de vez en cuando, y aunque le dieron su merecido unos años después, estos castigos siempre llegan demasiado tarde y cuando ya hay un número indefinido de hijos ilegítimos correteando por el pueblo surgidos tras relaciones sexuales no siempre consentidas ante los comentarios de las sirvientas que en sus ratos de ocio apuestan por acertar de quién es el hijo del ama de llaves de los Carracedo, porque no se parece ni a su padre ni a su madre y siendo sus progenitores dos individuos menudos y enclenques que no eran capaces de perseguir ni cincuenta metros a una gallina huyendo del corral, su hijo Álvaro había nacido pesando cuatro kilos y medio y midiendo cincuenta y siete centímetros.

Pero su abuelo decidió darle un escarmiento por su constante tendencia a ensuciar el nombre de la familia. El viejo conocía a todo el pueblo, señores y plebeyos, y se había fijado en Marisa como la hija que siempre había querido tener: sencilla, alegre, despreocupada, obediente a sus padres, pendiente de sus aficiones y no de viajar a la capital una vez al mes para vaciar las tiendas de ropa y comprar un armario tras otro en los que albergar sus pertenencias como hacían las jóvenes de su edad que se lo podían permitir, y aunque no era una de ellas, tampoco se quedaba mirando escondida tras las cortinas de los ventanales con expresión envidiosa como tantas otras hijas de sirvientas, mientras sus amigas que la trataban como a un mal necesario porque tampoco soportaban su compañía a diario, emprendían el camino a Cáceres por carretera. Marisa era una criatura deliciosa, alejada del resto de muchachas de su edad y condición social que se acercaban a media tarde al lavadero municipal para que los mozos del pueblo las cortejaran si sus padres no habían acordado ya un matrimonio para unir dos clanes que serían más fuertes tras aquel enlace. Ella se encerraba en su habitación con los libros que yo le entregaba en préstamo con cierta cautela para que no convirtiera su afición en una obsesión que la alejara de la realidad que no le quedaba más remedio que vivir y los devoraba hora tras hora enfrascada en su lectura hasta el punto de que sus padres tuvieron que llevarla a Trujillo para encargarle unas gafas de lectura a causa de su incipiente miopía fruto de una vista cansada que llegaba a trabajar hasta las cuatro o las cinco de la madrugada todos los días, algo que preocupaba tanto como satisfacía a sus padres. Eran labriegos, pero al servicio de Adalberto, y recibían un trato de favor por su parte que nunca comprendieron, mencionando aquella situación en numerosas conversaciones entre oscuros rincones de tertulias familiares nocturnas tras la jornada en las cocinas de los vecinos sin encontrar respuesta, hasta que descubrieron el motivo al hacerse público el testamento del patriarca de los Poyatos. Adalberto le hizo un regalo a su hijo Antonio en forma de terrenos de pasto para ganado, muy productivos al ir acompañados de la correspondiente dote de cabezas de reses portadoras de una carne de gran calidad, con lo cual el joven buscador de altercados podía pasar el resto de su vida contemplando cómo su propiedad le permitía vivir sin sudar una sola gota, dejando el trabajo para los subalternos y los mozos de cuadra mientras él solo tenía que preocuparse de estampar su firma en los contratos de adquisición de sus terneras y caballos de competición. Era la jugada soñada para Antonio, pero Adalberto añadió una cláusula a la cesión de esos terrenos con el fin de reposar en su tumba creyendo que su hijo mayor se reformaría aunque solo fuera para que aquella niña de apariencia dulce pero independiente intentara domar a un potro desbocado como él: para poder heredarlos, debía casarse con la hija de Rodolfo el cazurro. Oriundo de tierras turolenses, Rodolfo Casares era el padre de Marisa, uno de los capataces de ganado de mediana relevancia que trabajaban para ellos desde que se había asentado con su esposa en el pueblo tras la emigración de la postguerra, y la noticia cayó como una bomba en el seno de la familia Poyatos porque el viejo loco le había dejado al hermano pendenciero las veinte mejores hectáreas de terreno de que disponían y además obligándole a casarse con la rarita del pueblo para acceder a ellas.

Como no podía ser de otra manera, fui el albacea gratuito de Adalberto y mía fue la responsabilidad de leer en voz alta ante toda la familia el conjunto de últimas voluntades del creador del pequeño imperio Poyatos y una vez firmado el testamento por parte del señor notario de Trujillo conforme se había redactado a derecho, también me encargué de la lectura de lo que a nadie más que a los Poyatos interesaba. La mayoría de los miembros de la familia ya eran conocedores de la ración de pastel que les correspondía, un pastel que en la mayoría de los casos se reducía a beneficiarse de un fondo fiduciario que Adalberto había establecido para que sus hijos e hijas más ineptos pudieran vivir con comodidad el resto de sus vidas y al mismo tiempo no metieran la nariz en los negocios familiares. La saga Poyatos debía perpetuarse, pero el buen nombre que el abuelo se había labrado durante las últimas décadas en el mundo de los negocios no podía ser mancillado por sus herederos aficionados al vino y las mujeres de vida alegre de la capital a las que acudían a visitar casi todas las semanas.

Al contrario de lo que podáis deducir tras el dardo envenenado que le había lanzado su padre durante la pública lectura de su testamento, Antonio no reaccionó como cabía esperar en él. Se limitó a abrir los ojos como platos, coger aire, cruzarse de brazos y mirar a un lado y a otro de la estancia. Sus hermanos apenas se atrevieron a observarle de reojo, por lo que aquel pequeño detalle que se interponía entre un montón de millones de pesetas y él quedó como una anécdota más entre las muchas que tuve la oportunidad de leer en voz alta y que me llevaron a tener que aguantar la risa en más de una ocasión, dada la originalidad de los detalles que el abuelo Adalberto había tenido con sus allegados e incluso la entrega de varios regalos considerados como intocables por parte de sus descendientes que habían ido a parar a algunas de sus amantes como pago por un trabajo bien hecho y que habían provocado la indignación de las esposas de sus hijos que consideraban determinado colgante de oro y rubíes o una cómoda del siglo XIX comprada en el anticuario de Trujillo como suyos y que a partir de aquel momento pasarían a formar parte de las pertenencias de Carmen la ventilada. La llamaban así por su habitual tendencia a ventilar sus cuartos traseros desnudos debajo del abuelo Adalberto, aunque las malas lenguas decían que habían pasado muchos años desde aquella aventura con la limpiadora de cuadras y debía ser cierto, ya que aquella buena mujer que en sus últimos años de servicio a la familia Poyatos antes de declararse a sí misma retirada y trasladarse a Cáceres no había entrado en una sola cuadra, había cumplido ya sesenta años y debía haber cambiado la ventilación natural a la orilla del río por un buen brasero cuyos rescoldos calentaran su cansado cuerpo mientras contemplaba los últimos días de su agitada vida a través de la ventana del segundo piso de su residencia a las afueras de Cáceres, gracias a los regalos del bueno de Adalberto y su fructífera lisonja hacia él.

Antonio no tardó en acercarse a Marisa y empezar a fabricar una amabilidad desconocida en él hasta entonces. Todo era cuestión de interés por su parte, ya que no debía ser una persona capaz de enamorarse ni sentir nada por nadie porque nunca durante su acelerada vida se le conoció amor alguno y cuando te conviertes en el dueño de un pueblo y casi de una comarca y dispones de todas las mujeres de su interior para amancebarte con ellas sin mayor compromiso que algún pequeño presente de vez en cuando, el sentimentalismo del amor no tiene cabida en el camino de tu vida. Pero la herencia era demasiado suculenta como para dejarla escapar y a fin de cuentas haría lo que quisiera con aquella chiquilla que llevaba gafas y apenas levantaba la mirada del suelo y que no acudía con las demás jóvenes casaderas del pueblo a la verbena dominical en la que tocaba una rondalla de cuatro amigos que habían aprendido a aporrear un acordeón con cierto sentido y conseguir que la audiencia bailara aunque visita tras visita repitieran las mismas veinte canciones que algún apático profesor del instrumento les había enseñado a base de memorizar las posiciones de ambas manos por unas pocas monedas. Marisa evitaba todo tipo de acto social porque prefería refugiarse en la lectura de sus libros, muchos de los cuales procedían de mi biblioteca particular y de los que nació su pasión por la Historia, y además no le gustaba bailar, pero tampoco descuidaba la atención hacia sus familiares, bien enseñada por su madre y ante la atenta y severa mirada de su progenitor, quien nunca llegó a entender por qué de unas personas sencillas y trabajadoras como eran ellos y sus ascendientes había nacido una criatura tan independiente y diferente de las demás muchachas del pueblo a su edad. Hasta sus últimos días en los que lloró por la desaparición de su hija se lo preguntó interiormente, e incluso a su esposa en los diálogos nocturnos en el lecho compartido antes de abandonarse a los placeres de la inconsciencia cobijada por el calor cercano de la persona amada, sin que ninguno de los dos consiguiera una respuesta satisfactoria más que un “ella es así”. Marisa era tal y como deseaba ser, y Rodolfo Casares prefería a una niña a la que le auguraba un futuro diferente que no saberse padre de otro pedazo de carne fresca que antes o después se pondría en el mercado a un precio que su progenitor siempre consideraría inferior a sus cualidades.

Marisa obligó a Antonio a cortejarla durante casi dos años, al producirse una serie de circunstancias que dificultaron aquella unión. Tras la muerte de Adalberto, Antonio había pasado a ser el jefe directo de los padres de la joven en los terrenos del clan, y después de haber investigado sigilosamente todos los detalles que le interesaban acerca de la vida de la que tenía que ser su esposa más pronto que tarde, les había prohibido terminantemente que permitieran a su hija proseguir con sus estudios en la Universidad de Cáceres después de finalizar brillantemente su etapa de bachiller, ya que eso habría supuesto que la muchacha se alejara de él. En su mente enfermiza y obsesionada había imaginado como uno de aquellos mamarrachos de gafas de pasta negra y pelo engominado se acercaba a su posesión y la engatusaba con su verborrea de universitario medio maricón para adentrarla en un mundo de infinitas experiencias por conocer, lo que llevaría a que su objetivo no se cumpliera, y por ello realizó una serie de maniobras, ocultando convenientemente a su pretendida que la imposibilidad de presentarse a unos estudios superiores no se debía a la incapacidad de sus padres para pagarlos sino a sus órdenes específicas y estrictas. En compensación a aquella iniciativa que habría provocado en Marisa el rechazo inmediato y eterno a sus pretensiones matrimoniales, ordenó la adquisición de una pequeña parcela desocupada en el centro del pueblo y la posterior construcción de una biblioteca para un municipio de apenas cuatro mil habitantes de los cuales más de la mitad de los que superaban los cuarenta años no sabían leer ni escribir, que pagó de su bolsillo y para la que utilizó a todos sus capataces y albañiles de forma que en menos de cuatro meses el edificio estaba terminado utilizando los materiales más modernos que había adquirido él mismo en Madrid, y al finalizar las obras encargó a la propia Marisa que se hiciera cargo de ella como regalo de prometida y empezara a organizarla bajo su responsabilidad, algo que caló muy hondo en el corazón de la joven, que era lo suficientemente inteligente como para haber averiguado que no iba a la universidad porque Poyatos lo había prohibido y por ello le castigó con casi un año de no querer saber nada de él, pero su corazón debió enternecerse al tener conocimiento de que su pretendiente, ese de quien decían sus ya escasas amigas que a quien más quien menos había intentado llevárselas al huerto a todas a pesar de que él ya había cumplido los veinticinco y ellas eran menores de edad, había ordenado la construcción de uno de sus sueños solo para complacerla. Aunque viniendo de Antonio Poyatos, nada era gratuito y en el interior de la joven empezó a fabricarse una cierta sensación de resignación ante el futuro que le esperaba y que probablemente no podría cambiar. Pero todavía no había dicho su última palabra.