viernes, 19 de diciembre de 2014

Cortina de humo

La inteligencia y la astucia son dos cosas distintas. Obama es astuto, pero no inteligente. Era consciente del boom mediático que iba a suponer el anuncio del restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba. Pero no anunció que se levantaba el embargo sobre ese país. Sabe que no puede hacerlo, porque esa decisión no le corresponde a él. Han sido 48 horas estupendas para las Bolsas de todo el mundo, por ejemplo, supongo que incluso mañana, pero el lunes volveremos a la realidad. 

Y la única realidad es que los republicanos no van a apoyar a Obama en el levantamiento del embargo. Y muchos de sus colegas demócratas, tampoco. Ya se han manifestado en contra. Será una votación en el Congreso, en su momento, condenada al fracaso. Ni los disidentes cubanos se ponen de acuerdo. Porque no deja de ser restablecer relaciones con un país gobernado por un asesino y su hermano igual de asesino. Ante eso, no hay más que decir. 


Obama, buen intento para irte por la puerta grande. Pero la Historia te dejará en tu sitio: un presidente mediocre, una cortina de humo que no ha hecho nada por su país. Pura imagen y marketing, más o menos como Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en España.






martes, 16 de diciembre de 2014

No tiene nombre

Me da igual lo que piense todo el que lea esto. Y también me dan igual las posibles consecuencias de lo que voy a escribir. Por suerte o por desgracia, este blog no lo lee mucha gente. Pero aunque lo leyeran cien personas cada día. Seguiría diciendo exactamente lo mismo.


Yo animo, exhorto y apoyo a todas aquellas personas que vayan a cazar talibanes. A Matarlos, hablando en plata. Son la peor escoria que habita el planeta Tierra. Les llamaría seres humanos, porque lo son por una simple cuestión de especie. Pero no son personas. Entre nueve hijos de la gran puta han matado a 148 CRÍOS de un colegio en Pakistán. ¿Qué les habían hecho esos críos? E hicieran lo que hicieran, ¿Qué derecho tenían a una masacre así? Sin parangón en la historia de la humanidad.


Aunque me surge una pregunta todavía peor: ¿Quién dio la orden de hacerlo? Porque fueron nueve talibanes bastardos de mierda, pero alguien mandó ejecutar ese asesinato en masa. Bin Laden era un querubín al lado de ese individuo anónimo.


Donde yo vivo, afortunadamente, no hay talibanes. Afortunadamente para ellos, porque si de mí dependiera, dejaría de haberlos. No dejaría uno vivo.


Decía mi padre hace unos cuantos años, en plena vorágine de atentados en España, que el mejor terrorista era el terrorista muerto. Hoy en día, el mejor talibán es el talibán muerto.


Más os vale que no os crucéis conmigo. No saldréis vivos. Uno solo menos de vosotros vale la pena por una condena en la cárcel. No creo que pasara demasiado tiempo encerrado.


Quien quiera entender, que entienda.





viernes, 12 de diciembre de 2014

Seguimos por aquí

Doce días son muchos para no haber publicado una nueva entrada, pero hay veces que no puedes pararte una hora para escribir algo con fundamento, como diría el cocinero, y sin darte cuenta, los días van pasando y no añades nada.


En esta ocasión, y una vez más, utilizaré este post para recordaros que mis novelas están colgadas en un portal de autopublicación:


www.entreescritores.com.


Allí encontraréis:


La residencia- Género erótico
Dos vírgenes y un profesor de inglés- Género erótico
Las treinta y siete de Andrés García- Novela negra/thriller
En la vida anterior- Ciencia ficción / fantástica


Os animo a que les echéis un vistazo y opinéis acerca de qué os ha parecido una, alguna, o todas ellas. Todas las opiniones y comentarios serán bienvenidos.


Por supuesto, buscad a Jorge Fernández o entre las secciones anteriormente mencionadas.


Un saludo.





lunes, 1 de diciembre de 2014

La ira que lleva a la violencia


El catolicismo definió la ira como uno de los siete pecados capitales. Para los que no creen en una espiritualidad o en una religión, podíamos definir la ira como parte intrínseca de la manera de ser de las personas, del comportamiento. Unos la tienen más desarrollada, otras la mantienen aletargada durante toda su vida porque no se produce una situación que la haga aflorar o porque, sencillamente, llevan una vida tranquila y rehúyen los enfrentamientos con las demás personas.

Pero todos la tenemos. Nacemos y morimos con ella. Otra cosa es el uso que hagamos de ese aspecto de nuestra personalidad.

Hablo en esta ocasión de la ira debido a los hechos sucedidos ayer en Madrid antes del inicio del partido de fútbol entre el Atlético de Madrid y el Deportivo de La Coruña. Nada menos que doscientas o trescientas personas pegándose en mitad de la calle por lo que acabo de comentar: la ira entre las personas que lleva a la violencia entre las personas. En este caso, llevada a extremos que se salen de toda razón y de toda lógica. En este caso, y después del trágico balance de un fallecido, solo se ha constatado algo que sucede habitualmente en los campos de fútbol y sus alrededores. Que dos supuestas aficiones de las que llaman “radicales” se citen para darse unos guantazos.

Este no ha sido un hecho aislado. Se produce constantemente.

Les contaré una de mis historias absolutamente reales. Cuando yo tenía unos veinte años, jugaba al baloncesto en una de esas muchas pistas callejeras que hay por toda España, en mi caso, a cinco minutos de casa. Allí nos juntábamos todo tipo de chavales, y lo cierto es que la mayoría era buena gente. Nos unía el amor por ese deporte, y pasábamos muchas tardes jugando un partido tras otro. Después, cada uno se iba por su lado, y todos contentos.

Sin embargo, entre todos aquellos que nos juntábamos para echar unas canastas, había uno que era diferente. Se llamaba Juan, aunque quería que todo el mundo le llamara por su apodo de graffitero, que no mencionaré. Eran los tiempos de las pintadas en la calle de todo tipo de barbaridades, y no había manera de ver una pared blanca en ningún sitio. Incluso en las persianas de las tiendas.

Todos los que estábamos allí nos dedicábamos a algo. Estudiábamos, trabajábamos o intentábamos hacer alguna de las dos cosas. Pero no nos levantábamos a las once de la mañana sin nada que hacer. Este muchacho, sí. Además, estaba bastante tocado de la cabeza, porque ya por aquel entonces le daba, como si no tuviera importancia, a las drogas blandas y las de diseño cuando salía los fines de semana. Pero este muchacho no hacía absolutamente nada en todo el día. Ni se imaginan lo amargado que tenía a su padre, viudo desde hacía años y teniendo que criar a tres hijos. Los otros dos le salieron bien, pero Juan… cuántas canas le provocaría este muchacho.

Una vez me invitó a ir a su casa. Me sorprendieron varias cosas cuando fui, a cada cual peor. En primer lugar, me quedé de piedra cuando vi su habitación. Tenía las paredes completamente pintadas de negro. Techo incluido. Parecía que estabas en una de esas películas de miedo. Y en el centro de la habitación, en la pared donde se había situado la cama, justo encima había puesto su nombre de guerra sobre la misma pared, en letras gigantes. Me acerqué y observé un segundo mientras me traía una Coca-cola. El demente había labrado su nombre en la pared con un cuchillo, a mano. ¿Se lo pueden imaginar? Por supuesto, intenté salir de aquella casa lo antes posible. También me sorprendió que la habitación de su padre estuviera cerrada con llave y candado. No quería que su propio hijo le robara dinero para comprar más droga.

Este chaval y yo manteníamos una relación de respeto mutuo. Él sabía que yo era el único de la plaza que podía enfrentarse a él en una pelea, y yo sabía que no me convenía llevarme mal con él porque traía a sus colegas y entre cinco o seis tíos, me hubieran dado una paliza como para no salir del hospital en seis meses. Siempre mantuvimos esa relación. Incluso llegamos a pelearnos alguna vez en broma, y los dos nos dimos cuenta del mucho daño que nos podíamos hacer si nos lo tomábamos en serio. Por eso nos llevábamos bien. Nos convenía a los dos.

Aquella relación duró varios años. A veces desaparecía durante días, y después volvía a aparecer, ufanándose de que había estado varios días en el calabozo por culpa de una pelea o porque le habían pillado con un par de gramos de coca. Eso no hacía más que incrementar el miedo que los jóvenes de la plaza sentían hacia él. Y él encantado, por supuesto. Le gustaba sentirse temido, y acudía a la plaza porque se creía el rey de la misma. Y en cierta forma lo era, aunque sabía dónde estaban sus límites, y como ya he dicho, nunca tuvimos un problema serio entre él y yo.

Finalmente, desapareció. No volvió a ir por la plaza para intimidar a todo el mundo. Nadie preguntó por él, por supuesto, pero yo sí me preocupé de averiguar qué había sido de aquel muchacho tan perdido. No tardé en obtener información. Su padre, harto de él, le había quitado las llaves de su casa y le había echado de ella. No quería volver a saber nada más de él después del enésimo intento de forzar la cerradura de su habitación para intentar robar todo lo que pudiera.

Pero eso no fue lo más grave. Entre las múltiples amistades de la misma calaña de este sujeto, porque toda la mierda se junta, había unos cabecillas de lo que por aquel entonces se conocían como las “Brigadas” del Español. Del Real Club Deportivo Español de Barcelona. Menudas se las tuvieron con los también indeseables “Boixos” del Fútbol Club Barcelona. Estos ya se citaban en la calle en los noventa cuando había un partido entre ambos equipos. No necesitaban Whatsapp. Se conocían entre ellos.

Al parecer, una de esas amistades le acogió en su casa, a condición de que entrara a formar parte de dichas Brigadas. ¿Lo que tenía que hacer? Merodear por el campo antes del inicio de los partidos para dar miedo al resto de los aficionados, esperar al autocar del equipo rival para lanzarles piedras, insultar a los jugadores a la salida, y durante el partido, los esfuerzos se dividían en dos: gritar como un salvaje subido en la valla de protección acordándose de la familia de todos los jugadores rivales, e intentar atravesar el campo para alcanzar a los aficionados del equipo rival para empezar una pelea. El partido de fútbol les importaba un carajo. Esto último no lo conseguían, ya que el club no era tan imbécil como para no poner barreras de seguridad y un montón de seguridad privada para impedirlo, pero había veces que solo tenían que esperar a que terminara el partido para ir a por los aficionados del otro equipo.

Esto, ni más ni menos, es lo que sucede en los campos de fútbol. Podemos hablar de profesionales de las peleas. Gente que lleva muchos años en esto. Como el fallecido el otro día. Un señor de más de cuarenta años y dos hijos pequeños que sin embargo fue a meterse en una pelea multitudinaria. ¿Qué ejemplo le dio ese hombre a sus hijos? ¿Qué le dirá a la madre a los huérfanos cuando le pregunten cómo murió su padre?

Muchos de ellos, además, la mayoría, son tíos muy grandes, muy altos, muy fuertes, y se han pasado años en el gimnasio. Son cinturones negros de full-contact, sin ir más lejos, o el tipo de lucha más violento que haya para hacer el mayor daño posible. Ahora, con Facebook, Twitter y demás, resulta sencillísimo convocar una pelea multitudinaria por internet y que acudan hasta allí doscientas o trescientas personas que se revienten entre ellas para que, por fin, y digo por fin porque es una consecuencia, se produzca una víctima mortal. Una víctima mortal de la misma calaña que los demás que han ido a darse de guantazos, pero una víctima.

Me va a producir mucha curiosidad observar qué hacen los que mandan a partir de ahora. Siempre consideré nefasta la figura de Juan Laporta, ex presidente del Barcelona, pero él echó a los Boixos del campo. Y Florentino, algo parecido con los Ultra Sur. Pero quedan muchos equipos en primera división. Y todos tienen aficionados salvajes entre ellos. ¿Van a hacer algo el presidente del Atlético de Madrid, que simplemente les subvenciona, o el del Deportivo, que los trata como “chicos traviesos”? Esto empieza a parecerse al caso de los temibles “Barras Bravas” de Argentina. Pero allí son toda una mafia que controla la capital de su nación. Aquí solo son, de momento, una banda de indeseables.

Vergüenza debería darles. Pero de donde no hay no se puede sacar.

Como simple apunte personal: ¿Qué habría que hacer con el individuo que felicitó vía Twitter al atracador de Vigo por cargarse a la agente de policía solo porque aquella mujer le había puesto anteriormente una multa? ¿Hasta dónde vamos a llegar?