lunes, 9 de abril de 2012

Adele

De la serie de artículos periodísticos publicados en www.elimportuno.com



Suelo tardar en “descubrir” algunos fenómenos porque tras mi trayectoria en este medio parece que solo viva para opinar sobre política, pero está claro que hay cosas más importantes en el devenir de nuestros días que criticar a Rubalcaba, Rajoy, los sindicatos y sus huelgas generales obligadas o la corrupción de todos los que dicen gobernarnos, así que por esta vez les dejaremos tranquilos que bastante tienen con lo suyo.

Hace unos tres meses me encontraba en una tienda de telefonía móvil para hacer una portabilidad de mi compañía de siempre a la actual y mientras esperaba a que me atendieran sonó una canción a través del hilo musical y como no tenía otra cosa que hacer, me dediqué a escucharla mientras contemplaba sin demasiado interés todos los reclamos en forma de dispositivos móviles de última generación que ponen a tu alcance para que se te caiga la baba con ellos y acabes abriendo la cartera para hacer un gasto que no tenías previsto antes de entrar allí. Se trataba de una voz femenina que pretendía sonar negra pero no lo conseguía a pesar de estar dotada de unas magníficas cuerdas vocales. La instrumentación de la canción era bastante sencilla por no decir mediocre, así que había que dedicarse, como no podía ser de otra manera, a escuchar aquel caudal de voz inagotable. Y ya estaba bien.

Tras escucharla por primera vez, daba la sensación de que le faltaba algo a la canción; parecía grabada a toda prisa y sin pasar por la mesa de mezclas y el secuenciador para añadirle coros o “algo más”. Me olvidé de ella y seguí con mis cosas hasta que unas semanas más tarde leí varios artículos en medios digitales que hablaban sobre el “fenómeno Adele”: sus dieciocho millones de discos vendidos en todo el mundo con el que era solo su segundo trabajo y que la convertían en la artista más vendida del siglo XXI, el boicot que le habían hecho en la entrega de los premios Grammy cortándole en mitad de sus agradecimientos a toda la gente que le había ayudado, la importancia de la aparición de una nueva voz de las que solo se cuentan una o dos por generación (y el último había sido Michael Jackson y los 50 millones de copias vendidos de su “Thriller”)… así que me decidí a utilizar las nuevas tecnologías para escuchar a esa Adele tan misteriosa que yo no conocía y parecía ser el único habitante del mundo desarrollado que no había escuchado nada de ella.

Me fui a Youtube y no tardó en aparecer. Me dejó alucinado que la primera de las canciones que aparecían, “Someone like you”, llevara a aquellas alturas la impresionante cifra de 250 millones de reproducciones. Y la segunda sorpresa me la llevé al escucharla. Resulta que era la misma canción que había sonado en la tienda de telefonía móvil. Era un tema más sobre el desamor tocado mayormente con un fondo de piano y nada más, pero lo cierto es que no necesitaba añadirle más abalorios instrumentales para convertirla en una pedazo de canción. Se trataba de una base de 4x4 típica con cuatro acordes repetidos constantemente, pero lo cierto es que hoy en música ya está todo inventado y quienes marcan las diferencias suelen ser o una voz inconfundible, como era el caso, o una melodía de piano o guitarra que a nadie hasta la fecha se le haya ocurrido. Adele no necesitaba lo segundo, ya que la melodía de piano la puede tocar un niño de cuatro años, pero ella ya sabe cuál es el don con el que ha nacido.

Después apareció el segundo sencillo en cuanto a número de veces reproducido, para mí mucho más fresco que el empalagoso primer tema. Una canción muy curiosa que empieza con un fondo de guitarra rasgueada que no toca ningún acorde y después le añade un simple bombo para darle más contundencia al ritmo y que no se convierta en demasiado repetitivo, pero daba igual lo que sonara acompañando a ese prodigio de voz. La chica enamora por completo cantando de esa manera, la última blanca con voz de negra, sonando ligeramente desgarradora sin parecer Bonnie Tyler y con una potencia descomunal pero controlada evitando los antiguos errores de Aretha Franklin, es decir, sin gritar y con los calderones justos para no parecer la versión femenina inglesa de Craig David.

Desde entonces no paro de escucharla, una y otra vez, a pesar de que otras personas que sí están al tanto de las novedades en el mercado discográfico me comenten que están hasta el gorro de Adele, de Michel Teló, de Pitbull o de los raperos Gym Class Heroes. Yo no estoy hasta el gorro de ninguno de ellos, pero debo reconocer que esta inglesita gordita y a la que tienen que arreglar en las sesiones de fotos porque a ella le da igual cómo vestirse y aparecer en una rueda de prensa, me ha cautivado, a pesar de que he escuchado otros temas de su álbum “21” y resulta espectacular la manera en la que decaen la mayoría de sus otras canciones. Ningún ser humano puede componer un disco con 15 canciones en que las 15 sean obras maestras, pero esta chica ya lleva dos. La crítica musical dice que sus canciones no perdurarán, que son modas pasajeras a pesar de sus ventas millonarias, y posiblemente tengan razón, pero hay que dar una oportunidad a una chica que, no lo olvidemos, empezó en esto de la música en 2.007 y que sólo cuenta con su descomunal voz para abrirse paso en el mundo de la industria discográfica que, créanme porque yo lo he vivido, te coge, te devora, escupe tus huesos y después te pasa la factura.

Desde esta columna yo declaro mi platónico amor por Adele y deseo que de vez en cuando, solo de vez en cuando, las hadas de la inspiración visiten su vida para que componga alguna otra canción que llegue a las entrañas de tu alma y te las arranque, porque solo ella tiene derecho a poseerlas. Las mías ya las tiene.