Hay
un puñado de series de televisión que han sido consideradas por la crítica especializada
como “históricas”. Desde los tiempos de la trilogía millonaria de Dallas,
Falcon Crest y Dinastía, que ya nos quedan muy lejanas e incluso han disfrutado
de segundas partes sin ningún éxito, hasta otras como Hill Street Blues,
Eastenders (que batió records de audiencia en Inglaterra durante dos décadas pero
en Inglaterra se quedó) o la primera de las grandes series contemporáneas, El
ala oeste de la Casa Blanca, considerada por muchos la mejor serie de la
historia de la televisión junto a Los Soprano y a los de azul. Y últimamente no
tenemos más que fijarnos en ejemplos recién finalizados, como la impecable Breaking
Bad, o fenómenos de masas que arrasan en pantalla como The Walking Dead, a
pesar de su pasivo inicio de cuarta temporada, o Juego de Tronos, admirada
incluso por el presidente norteamericano, que llegó a pedir a los productores
que adelantaran el rodaje de la serie para verla lo antes posible.
Este
está siendo un buen año para las series. Finalizada la trilogía de ocho
temporadas de House, Dexter y Mujeres Desesperadas, se inicia una nueva época
en la que sobrevive Anatomía de Grey, que iniciará hacia octubre su undécima
temporada. Las series de médicos gustan, y Grey ya es un clásico en nuestras
pantallas. Otras series cogen el relevo. Desde propuestas poco menos que
ridículas como Trophy Wife o Secretaria en Apuros, incluso Rake, hasta otras
mucho más interesantes como Believe, cancelada sin embargo más por problemas
externos que por la pérdida de interés de la audiencia, que también debemos
tener en cuenta. Tras una magnífica primera temporada, esperamos mucho de Broen
(El puente), Resurrection, Orange is the new black, Nashville, The Black List,
The Originals, La caza especial e incluso de La Cúpula de Stephen King, a pesar
de las dudas de la propia productora. Guionistas y productores ejecutivos,
andaros con cuidado.
Sin
embargo, la sorpresa del año ha sido la resurrección televisiva de una de esas
series que podríamos calificar como históricas: la vuelta de 24 y su héroe
invencible, atormentado y perfectamente americano Jack Bauer. Kiefer
Sutherland, hijo de un mito y mito por sí mismo, ya declaró en su momento que
había sido el papel de su vida, y es que se trata de una de esas épocas en tu
vida profesional en las que sabes que, cuando la termines, no volverás a rodar
nada que ni se le acerque. Como el escritor que escribe su mejor novela y a
partir de ese momento su producción baja en picado.
Quizás
por eso la han resucitado. Un ejemplo parecido es la nada novedosa versión cinematográfica
de Verónica Mars. La serie tuvo una acogida desigual y fue cancelada
abruptamente con un final que no dejó satisfecho a nadie. Sin embargo, los fans
de la serie decidieron que querían un poco más. Contactaron con la productora
que tenía los derechos de la serie y preguntaron qué hacía falta para rodar una
película con la buena, irónica y ácida de Verónica de nuevo como protagonista.
Los productores respondieron de una manera muy sencilla: dos millones de
dólares. Lo interesante del caso, es que los fans consiguieron reunir esa
cantidad en unas pocas horas. Y la película se rodó. Con casi todos los
protagonistas de la serie original, aunque con un par de sonadas ausencias.
Quedará como una película de culto para mi colección aunque (tampoco lo exigían)
no aporta nada nuevo al universo Mars. El simple placer de ver de nuevo a la
sexy Verónica y al elenco casi al completo del resto de los personajes que
componían la serie original. Lanzada directamente al mercado de DVD, cumplió
con su objetivo.
El caso
de 24 es diferente a todos los demás. La serie original fue concebida no como
cualquier otra, es decir, una trama en la que los capítulos se sucedían uno
tras otro hasta llegar a un final de temporada apoteósico que te hiciera
esperar con ansias la siguiente. 24 te engancha desde el primer capítulo. La
manera de transcurrir la serie, dividida en temporadas de 24 capítulos en los
que cada uno de ellos constituye 24 horas de un solo día y como ellos mismos
recalcan, “los hechos suceden en tiempo real”, ya te sumerge en una atmósfera
inicial de angustia y rapidez. Angustia porque parece que todos van a
traicionar a todos y rapidez porque el argumento central siempre es una amenaza
de mayor o menor grado para la humanidad o para Estados Unidos (para el caso es
lo mismo) y nuestro Bauer tiene que dejarse prácticamente la vida para
encontrar las pistas que le lleven a la resolución del caso. Un empeño que
lleva al espectador a pensar cómo es posible que llegue tan lejos, pero estamos
hablando de una serie de ficción norteamericana. Uno de esos muchos detalles
que diferencian la serie de todas las demás es esa constante aparición de un
reloj en escena. Tanto para dividir los bloques del capítulo, como para que el
espectador recuerde de vez en cuando que el tiempo se va acabando.
Como
todas las series, tiene una trama principal, que puede ser la colocación de un
artefacto nuclear en pleno Los Ángeles que por supuesto estallará en las
siguientes 24 horas, con otras tramas secundarias, como los juegos de poder en
la agencia antiterrorista, las aventuras y desventuras de la hija de Bauer o la
multitud de cadáveres que va dejando Jack por el camino, cadáveres que la serie
hace aparecer como totalmente justificados. También ayuda a mantener el clima
de expectación que, constantemente, nos encontremos con planos que se hacen más
pequeños en pantalla para incluir otros donde transcurren otros argumentos y
que no los perdamos de vista. En un momento, podemos llegar a contemplar cuatro
planos diferentes con cuatro tramas diferentes con el reloj siempre de fondo. Además,
no tenemos ni idea de por cuál de los cuatro planos van a continuar, lo que
contribuye a aumentar la expectación y permanecer sentados en el sofá.
Todo
ello, junto a un brillante guión que sigue la tradición de las películas de
espías en las que nunca sabes quién está de tu lado y quién te va a traicionar
porque ha cobrado de los rusos, los serbios o los integristas islámicos. Este
conjunto de detalles y la forma de plantear la serie la ha llevado a convertirse
en una de las mejores del nuevo milenio, y, además de recibir múltiples
premios, la ha llevado a ser considerada como lo que es: una serie DIFERENTE.
Hay multitud de series de médicos, de policías, de abogados, de asesinos en
serie, de la realidad cotidiana. Pero no hay otra serie como 24. Es imposible. Sobre
todo, porque sería una COPIA. 24 es completamente original, y eso también la
distingue de las demás. Nos pueden gustar más o menos las películas de espías y
de antihéroes atormentados, pero no podemos negar su originalidad.
La
nueva andadura de Jack Bauer tras años de retiro ha sido concebida de una
manera algo diferente, ya que en este caso no se trata de desarrollar 24
capítulos, sino 12. Quizás sea una prueba por parte de los productores para comprobar
si la serie vuelve a enganchar como lo hacía antes en vistas a una segunda
temporada. Quizás el propio Sutherland ha presionado para volver a meterse en
el papel de Jack Bauer, o incluso ha puesto el dinero y ha conseguido convencer
a los actores principales de la serie original para que se apunten a esta nueva
versión. Todo ello queda en el aire, pero por lo visto hasta ahora en los
primeros capítulos, nos podemos encontrar a un Jack Bauer en estado puro. Héroe
y villano al mismo tiempo y dando órdenes a diestro y siniestro, pero que a la
hora de verdad cumple sus objetivos y salva al mundo o a su país poniendo por
delante su permanente convicción de que “hay que hacer lo correcto”. Como así
está concebida la serie.
Disfrutaremos
de estos nuevos capítulos y quedaremos a la espera de una segunda temporada de 24: vive otro día. Nada es imposible si
la audiencia lo demanda. Yo me apunto.
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