Como espectador y
participante de los últimos treinta años de la evolución de la fe cristiana,
hoy escribiré unas líneas acerca de cómo veo la situación actual.
Los que tenemos cuarenta
años o menos, hemos vivido tres papados: Juan Pablo II, Benedicto XVI y el
actual Papa Francisco. Tres hombres completamente diferentes, pero con una
característica común a todos ellos, y es la del inmovilismo. Juan Pablo II destacó
por su notoria preferencia por los jóvenes, y a ellos dedicó buena parte de su
papado. A recorrer miles de kilómetros y participar en multitud de actos donde
los jóvenes eran el centro de atención. En todo el mundo. Eso debe considerarse
como algo positivo, ya que sin jóvenes participantes, ¿qué futuro le puede
esperar a la Iglesia Católica? El más mínimo.
Sin embargo, en el debe de
Juan Pablo II debe anotarse los que ya por aquel entonces empezaban a ser los
auténticos problemas de la Iglesia, y que él no atajó ni hizo frente. Podemos
aducir que ya estaba demasiado mayor para enfrentarse, ni más ni menos, a la
corrupción de la misma curia de Roma. Además de sus inmovilistas ideas acerca
del aborto, el papel de las mujeres en la Iglesia o el tratamiento de la
homosexualidad. En este último caso, también se puede suavizar su falta de
iniciativa. Era demasiado pronto.
Ratzinger, que no será
conocido por la gente como Benedicto XVI sino por su apellido civil, podría
considerarse como un Papa testimonial. Olvidándonos de su oscuro pasado, era un
escribano, un hombre de letras, un traductor. El típico clérigo que debía haber
pasado su vida estudiando, leyendo, traduciendo y aportando ideas a la doctrina
oficial de la Iglesia, algo que, en realidad, ya hacía a la sombra de su
predecesor. Pero tras la muerte de Juan Pablo II, era la elección lógica. Había
sido la mano derecha del Papa anterior y los cardenales lo tuvieron claro. No
iba a hacer ni de lejos lo mismo que Juan Pablo II y todos hemos visto cómo
tuvo que renunciar al papado. No solo por motivos de salud. También fue conocedor
de aquellos temas que empezaban a adquirir tintes de escándalo, y a sus ochenta
años, muy débiles ochenta años, no fue capaz de hacer frente a todo lo que se
le venía encima. En definitiva, un Papa que no ha aportado nada a la evolución
de la Iglesia. Pero tampoco se le puede echar la culpa por completo. Demasiado
mayor, y demasiado castigado física y mentalmente para hacer frente a semejante
responsabilidad.
Y sí, hablo de
responsabilidad. A pesar del evidente, notable y lamentable descenso del número
de personas que se consideran creyentes durante las últimas tres décadas,
todavía sigue habiendo millones de personas que así se declaran y buscan en
Roma una guía para su fe. Que es donde la tienen que buscar, por supuesto. De
ahí la enorme responsabilidad, una de las mayores del mundo, aunque a muchos
les parezca insólito.
Si con Juan Pablo II llegó
el apogeo de la fe cristiana en todo el mundo, no es descabellado opinar que
con Ratzinger se alcanzaron los niveles más bajos.
Afortunadamente, el papado
de Ratzinger fue breve, y sobre todo, anónimo. No estaba preparado para asumir
los retos que se avecinaban con la llegada del siglo XXI, y prefirió pasar a un
discreto segundo plano, con escasas apariciones públicas y ningún tipo de
riesgo para su mandato a través de declaraciones públicas espectaculares o
grandes gestos. Como ya he dicho, no era el hombre adecuado.
Y llegamos a la época actual,
la del papado de Francisco. Un hombre que, antes de llegar a ser Papa, había
sufrido algunos reveses importantes en su trayectoria. La misma presidenta de
Argentina le obligó a abandonar la residencia del Arzobispado de Buenos Aires,
solo porque se caían mal. Sin embargo, fue la primera en acudir a visitarle
tras su proclamación. Debió ser un encuentro de lo más interesante entre dos
personas que no se soportaban, pero la Kirschner habría quedado fatal si se
hubiera filtrado que había rechazado la invitación, y para Francisco debió ser
una notable satisfacción invitar a Roma a la mujer que le había puesto todos
los obstáculos posibles para que ejerciera su cargo en el país de origen de
ambos. Evidentemente, hasta un Papa se venga. Todos somos humanos.
Francisco está cometiendo el
mismo error que, a nivel político, se produce en algunos países del cono sur
americano: el populismo. Como está haciendo aquí Podemos, la formación
política, pero esa es otra cuestión. Todos hemos escuchado frases que podrían
calificarse de históricas por parte del nuevo Papa. Todos le hemos visto en
audiencias también pintorescas, como el día que recibió al presidente Hollande
de Francia poco después de que se conociera la colección de amantes que tenía
el máximo dignatario francés. Todos vimos la cara que Francisco le ponía al
recibirle. No es que no fuera bienvenido en Roma, pero hay miradas que lo dicen
todo.
Francisco se enfrenta a
varios problemas de enorme magnitud para su papado. Nombraremos tres, dos
objetivos y uno de mi cosecha. Los objetivos son dos. El primero, la corrupción
entre sus propias filas, las que dirigen las finanzas, sin ir más lejos, del
Vaticano. Es evidente que no todo se puede solucionar en cuatro días, pero
hasta ahora todo lo que ha hecho ha sido relevar de su puesto al máximo responsable
de las finanzas vaticanas y encargar una de esas comisiones de investigación
que, al menos en España, sabemos que no sirven para nada. A ver si sirven en
Roma. Con el inmenso patrimonio de la Iglesia Católica repartido por todo el
mundo, hay mucho trabajo por hacer. Esperemos que le dé tiempo y que tenga
fuerza y coraje para limpiar su propia casa. Es evidente que muchos miembros de
la curia vaticana han acumulado una gran fortuna, y lo han hecho a lo largo de
los últimos dos papados. Sabían que sus jefes no se iban a meter en semejante
fregado, y han tenido vía libre para empezar a meter millones en Suiza y Luxemburgo.
Ese es el primer reto al que se enfrenta Francisco.
El segundo reto, no menos
importante, por supuesto, es el del constante aumento y presencia de la
pederastia en el sacerdocio católico. Hasta ahora, ha pedido perdón
públicamente por los miles de casos demostrados e incluso ha expulsado a varios
miembros de la Iglesia, ya condenados por la justicia. No es una situación
fácil de resolver. Más bien imposible. Pero algo que quizás ayudaría sería la
eliminación del celibato sacerdotal. La supresión del voto de castidad de todos
los sacerdotes. Otras confesiones cristianas lo eliminaron hace tiempo y no se
ha acabado el mundo. La cuestión es si el conjunto de la feligresía católica
mundial aceptaría una decisión como esa, pero todo se trata de adaptación a los
nuevos tiempos. Obviamente, los católicos no son protestantes ni luteranos,
pero el celibato de los sacerdotes católicos se antoja, hoy por hoy, como un
reducto de la nefasta doctrina de la Edad Media. Como mínimo, anacrónico, y
personalmente, dudo mucho que un sacerdote católico casado y con un par de
hijos cumpla peor sus deberes que uno soltero y obligado a la soltería toda la
vida. Es mi opinión.
Un tercer reto, y esto ya se
trata de cosecha propia, es el papel de la mujer en la Iglesia. Desde el
momento en el que las mujeres no pueden votar a un nuevo Papa, ya se trata de
una muestra de desprecio. De trato hacia un ser considerado inferior. No hay
mujeres obispos, no hay mujeres cardenales, no hay mujeres que decidan nada en
la Iglesia. A pesar del inmenso valor de las monjas, mujeres que deben
sacrificar muchas más cosas que los hombres a la hora de decidirse a por la
vida religiosa, la Iglesia nunca les ha tratado con el respeto y el valor que
merecen. No ocupan puestos importantes, y deberían. Y yo no le llamo un puesto
importante a ser asistentes o ayudas de cámara de un Papa. No. Eso no es más
que otra forma de servidumbre. Y aquí, estamos todos para servir o no lo está
nadie.
Conclusión de todo ello.
Para mí, lo más lógico, positivo y efectivo para la evolución de las creencias
y la vida de los fieles, sería la convocatoria de un Concilio. Un concilio, por
supuesto, no es algo que resuelva todos los problemas que tiene ahora la
Iglesia Católica, empezando por la desbandada de fieles y terminando por la
falta de vocaciones, pero al menos sería una señal clara y evidente de que los
que mandan tienen que reunirse y llegar a soluciones. Ya hemos mencionado
varios problemas. La mayoría de ellos relacionados con el inmovilismo general
que ninguno de los tres últimos Papas parecen dispuestos a cambiar. Pero sin
lugar a dudas, daría esa necesaria imagen al mundo católico de que en Roma se
han enterado de que algo va mal y hay que cambiarlo. Ni más ni menos, el
contrastado hecho de que el antiguo reducto de la fe católica, es decir,
Europa, está pasando a ser un territorio más laico o agnóstico que nunca, y la
fe católica se ha trasladado en una proporción alarmante a América del Sur. No
porque allí esté ahora el centro de la fe, si no por la pérdida europea. Ese
debería ser el primer punto en el orden del día de la primera jornada del
Concilio. Y, por supuesto, llegar a soluciones concretas y dictar nuevas
normas, nuevas doctrinas, para la vida de los cristianos que han dejado de
practicar su fe porque ya no está de moda o los que les inculcaron esa
tradición o esa creencia ya no se encuentran en sus vidas. Motivos hay muchos,
pero realidad, solo una.
El setenta por ciento de los
españoles se sigue declarando católico, pero apenas un veinte por ciento afirma
acudir a los servicios sabatinos o dominicales. Esa estadística es abrumadora y
devastadora. Los niños hacen la comunión por el traje de marinero, las fotos y
el convite, y los novios se casan por el vestido de la novia, las fotos y el
convite. Eso no es fe. Es pasar un día de fiesta en el que acabas viendo a
muchos de tus familiares borrachos, o a ti mismo.
En todo caso, temas a
reflexionar y a actuar por parte de nuestro Papa. El Concilio Vaticano II duró tres
años. De acuerdo, murió un Papa de por medio, pero en tres años da tiempo a
ponerse de acuerdo sobre casi todo y a lanzar una campaña publicitaria para que
los fieles, e incluso los que han dejado de serlo, sepan que hay nueva
doctrina. Y no la de la liberación, precisamente. Solo la adaptación a lo que
la sociedad del siglo XXI exige para volver a llenar las iglesias y participar
en la comunidad.
Espero ver ese Concilio. No
hay otra solución para sanar la hemorragia actual de la Iglesia Católica. Y que
no sea un fracaso como el Vaticano II. Presuntas nuevas ideas para que, en la
vida diaria de los católicos, todo siguiera igual.
¡Cómo es que no sale mi comentario?
ResponderEliminarAcabo de escribir un comentario largo y serio... y desapareció cuando le di a PUBLICAR. Tendrá que ser así, porque no pienso volver a escribirlo. Pero lo siento de veras... porque era - a mi entender- enjundioso... Otra vez será. O tal vez no.
ResponderEliminarLo mismo me pasa a mí. No veo el comentario original. Solo estos dos últimos.
ResponderEliminarPero estos dos sí que aparecen. Vamos bien ....
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