Allá por 2011, la sensación
general de la ciudadanía es que debía producirse un cambio a nivel político.
Zapatero consumía sus últimos días como presidente del Gobierno y había
aprovechado la última remodelación ministerial, seis meses antes del final de
su mandato, para poner como ministros a sus amigos, a los que le habían apoyado
desde el principio contra viento y marea cuando nadie creía en él. Sus premios
consistieron en dos legislaturas completas, es decir, jubilación con el 100%
del sueldo tras solo siete años en sus escaños, y todas las prebendas de que
dispone un ministro. Del partido que sea. Ninguno baja de los cien mil euros netos
al año más todo lo demás. Y el todo
lo demás suele doblar esa cantidad.
No importaba que Leire
Pajín, ministra de Sanidad, fuera una licenciada en Sociología que no había
visto un bisturí en su vida, o que al sonreír mostrara una ristra de lo que
quedaba de unos dientes grisáceos que daba grima verla. O que José Blanco,
ministro de Fomento, inaugurara mucho antes de tiempo el tramo de la línea del
AVE de Orense a Santiago como la gran obra de infraestructura gallega de la
legislatura para quedar como un señor ante sus paisanos. ¿Se acuerdan de lo que
pasó en esa línea el año pasado? Pues el señor Blanco inauguró el tramo
contraviniendo la recomendación de los expertos, ya que, por ejemplo, ni
siquiera estaban instalados los sistemas de seguridad. Y se ha ido de rositas
79 muertos después. De acuerdo, han tenido tiempo para instalar todos esos
sistemas y para que al conductor no se le fuera la cabeza conduciendo a casi
200 kilómetros por hora al tomar una curva peligrosa a menos de cuatro
kilómetros de la estación. Por una simple cuestión de inercia, un tren de
semejante volumen de desplazamiento, apenas habría tenido espacio para frenar.
Se la pegó en la curva, y no se la habría pegado de milagro al llegar a la
estación. Un cúmulo de barbaridades que terminó con 79 cadáveres. Es justo
repartir las culpas.
Y por supuesto, tampoco importa
que un absoluto inútil como Valeriano Gómez, que consiguió el histórico récord
de llenar las listas del INEM con dos millones de parados en dieciocho meses
mientras seguía negando la existencia de la crisis al tiempo que el ladrillo,
motor de la economía, se desplomaba, se pasee actualmente por el Parlamento
dando lecciones de economía al actual gobierno. Entre De Guindos y Montoro, a
pesar de que este último no hace nada por ser menos impopular entre los
españoles y hay evidentes errores en su gestión porque el primero se pasa el
día en Bruselas luchando contra el resto de Europa para que no nos quiten más
cuotas de producción, deben carcajearse de él a diario. Yo, simplemente, me
plantaría delante de él y le preguntaría: “¿Cómo puede usted ser tan
sinvergüenza? ¿Sabe que uno de los dos millones de parados durante su mandato
fui yo?”
Y así podríamos estar horas
y horas escribiendo. Específicamente, sobre el último gobierno de Zapatero. De
cuando le llamó Obama, otro que no pasará a la Historia y a quien los mismos
norteamericanos están deseando relevar porque su mandato está siendo
prácticamente anónimo tras el fugaz éxito de la Ley de Sanidad. Zapatero había
hecho todo lo posible para que Obama le llamara amigo después del desprecio
indisimulado de Bush hijo. El norteamericano se encontraba por aquel entonces
en el apogeo de su mandato y Zapatero necesitaba amigos urgentemente. Lo que
quería era repetir la amistad de Aznar con su padre, pero retirando a los
soldados de Irak consiguió justo lo contrario. Una silla de invitado de última
hora en el G-20. Simplemente, patético. Una medianía de hombre elegido por un
siniestro hombre que consiguió lo que quería, es decir, que Bono no subiera al
poder. Y van y eligen a este pringado de León. Así nos ha ido.
Pero lo que se acerca hoy
por hoy son las Elecciones Locales. También son una buena vara de medir de la
situación de la población. Debemos suponer que la mayoría de los alcaldes
peperos repetirán o lo intentarán, y que los socialistas esperarán hasta
octubre, como así está previsto, para proclamar a los 20.000 candidatos a
alcaldes en todas las circunscripciones.
Hablemos del alcalde de mi
pueblo, Villagarcía de Arosa. Yo no sé qué sucede en este término municipal que
ni peperos ni sociatas quieren la alcaldía. ¿A qué se debe? Parece que el único
que la desea como el maná del cielo en el que no cree es el impresentable de
Izquierda Unida, que se va al Hospital del Salnés a repartir propaganda y los
propios visitantes le tienen que pedir que se aparte de la puerta de entrada
porque bloquea el acceso al interior. Ejemplar el tal Fajardo. Este instaura la
cuarta o la quinta república en una Villagarcía independiente del resto del
universo. Y con La internacional como himno oficial de la nueva república de
Villagarcía. Sin comentarios.
Hasta donde yo tengo
entendido, nuestro actual alcalde, el pepero Tomás Fole, no quería presentarse
a la alcaldía. Ahora ya debe importarle poco, porque no va a ser reelegido, si
es que se presenta a la reelección. Sin embargo, en aquel momento de indecisión
se estaban produciendo dos situaciones que cambiaron radicalmente su decisión.
La primera era que el socialismo arousano estaba completamente descabezado. La
alcaldesa saliente había accedido al cargo exclusivamente por el dinero que
llenaba sus bolsillos, y ya había comunicado al partido que no pensaba seguir.
Villagarcía le traía sin cuidado porque ni siquiera vivía en el término
municipal y, además, aprovechó para dejar de regalo a su sucesor una cuantiosa
deuda, inasumible para un municipio que no llega a los cuarenta mil habitantes.
El octavo de Galicia, lo que no es decir gran cosa. Al parecer, nadie quería
coger las riendas del partido y tuvo que ser un convidado de piedra de última
hora el que ocupara el primer puesto de las listas. Un señor a quien conocían
en su casa y que sabía perfectamente que iba a perder por goleada. De hecho,
nada más conocerse el resultado de las elecciones presentó su dimisión porque
como él mismo dijo, “no estoy aquí para hacer oposición”. Todo un ejemplo de
saber perder y hacer política. Modesto Pose, sí señor, todo por tu pueblo.
La segunda situación no era
ni más ni menos que el clima favorable, propicio, perfecto, para que toda
España cambiara de gobernantes. Los peperos tenían ganadas las elecciones de
cualquier índole antes de presentarse a ellas.
La cuestión es que nuestro
querido Tomás empezó su alcaldía con un pacto con una formación política local
para asegurarse la mayoría absoluta y no ser molestado durante cuatro años. 11
contra 10. Así de sencillo. El representante de IVIL, el muy conocido por la
ciudadanía José Luis Rivera Mallo, recibió un nada despreciable cargo de
senador por ceder su escaño de concejal en el ayuntamiento. Genial. A partir de
entonces, vía libre para mandar en el pueblo y que la oposición solo pudiera
patalear como los niños pequeños.
Fole hizo lo que tenía que
hacer nada más sentarse en su sillón de alcalde. Los rumores por el pueblo eran
incesantes acerca de la enorme deuda que había dejado Dolores García antes de
irse y liquidar todas las cuentas del ayuntamiento. Las facturas de proveedores
se acumulaban impagadas en contabilidad, y tuvo que hacer una auditoría para
saber de qué recursos económicos disponía el ayuntamiento. La respuesta no
tardo en llegar: cero recursos económicos. No tenían ni para pagar a los
funcionarios y, además, el pufo que había dejado su predecesora se rumorea que
se situaba entre los quince y los veinte millones de euros. ¿Qué habría hecho
con ese dinero doña Dolores? Nunca lo sabremos. Catastrófico para una ciudad,
que no es ciudad, es villa, de apenas 36.000 habitantes.
Estoy seguro de que Fole
asumió el cargo con la máxima ilusión por hacer algo positivo para su pueblo. A
pesar de las circunstancias. Como ya he dicho, él no quería ser alcalde. Pero
antes de que se produjera la proclamación como candidato a la alcaldía,
sucedían dos cosas importantes. Fole tenía rival para ser candidato, un señor
llamado Javier Puertas que, al parecer, despertaba tantas pasiones como odios
en el seno del propio partido a nivel local. Se decía de él que no era trigo
limpio, y que si salía elegido se convertiría en una especie de segunda parte
de la anterior alcaldesa. Todo lo que hubiera disponible, se lo llevaría a
Suiza. Y el que manda de verdad en los peperos de Pontevedra, el presidente de
la Diputación, Rafael Louzán, sabía lo que estaba pasando en Villagarcía y de
qué recursos disponía. Él ordenó la proclamación de Fole. No se llevaba bien
con Puertas, y sabía que Fole no encendería un pitillo sin llamarle antes para
pedirle permiso. Ni tocaría la caja.
La cuestión es que, sin
importar la orientación política del que escribe estas líneas, el nuevo alcalde
se encontró con las manos y los pies atados a la hora de emprender acciones,
reformas, obras. Yo creo que muchos días de los dos primeros años de su mandato
se dedicaba a recorrer el camino desde el colegio donde dejaba a sus hijos
hasta el ayuntamiento, sentarse en su despacho y preguntarse qué coño podía
hacer como alcalde si no tenía un euro para invertir en, sin ir más lejos,
arreglar aceras y carreteras. Debió ser realmente frustrante, porque se tardó
el tiempo ya mencionado, alrededor de dos años, en poder empezar a hacer algo.
En poder solicitar créditos de nuevo a los bancos porque hasta entonces ya las
pasaban canutas para pagar los solicitados por la alcaldesa anterior. Fueron
dos años en los que, a ojos de la ciudadanía no se hizo nada en Villagarcía.
Pero sí se notó en algo absolutamente objetivo, como fue el progresivo aumento
en los impuestos locales. La solución más fácil para un político que puede
ganar unos 60.000 al año por ser alcalde. A él no le duele tanto el bolsillo
como a los que se van de pesca y, con la desastrosa situación marítima de la
Ría de Arousa y sus toxinas, a lo mejor consiguen 500 euros en un mes para
mantener a su familia. No es que sea estrictamente culpa de Fole, pero ya
sabemos todos a quién le echamos la culpa cuando las cosas van mal.
A lo que no es culpa suya
debemos añadir lo que sí lo es. Primer ejemplo que se me viene a la cabeza: el
parque de A Xunqueira. Yo no puedo entender cómo a los diseñadores de ese
parque, en tiempos del alcalde Gago, se les ocurrió plantar semejantes árboles
en los márgenes del camino principal del mismo. Con el paso de los años, esos
árboles han crecido, han enraizado y se han cargado el suelo que lleva al
centro comercial. ¿Resultado? Cientos de caídas de personas mayores. Las
personas miramos hacia delante cuando caminamos, ¿verdad? Pues en ese parque
hay que ir sorteando piedra tras piedra levantada de su ubicación original. Y
en el resto de la ciudad, hay docenas de puntos negros, como todo el margen del
Río del Con a la izquierda de Rodrigo de Mendoza, el agujero negro de la esquina
de Matosinhos, la propia calle San Roque y muchos otros.
Pero hay más. Mucho más.
Dentro de tres o cuatro años, si es que los nuevos dirigentes surgidos a partir
de 2015 no lo impiden, se pagará el doble de IBI que en 2009. Por poner un
ejemplo, una vivienda que pagaba 250 euros por ese impuesto en 2010, pasará a
pagar 500. Para muchos jubilados, una de sus catorce pensiones irá íntegramente
destinada a pagarlo.
Y vayan a las sesiones
plenarias del ayuntamiento. Son una auténtica fiesta de preguntas por parte de
la oposición que el señor alcalde no contesta o recita la frase que tiene
memorizada: “lo estamos estudiando”.
Yo no le voté. Disponía de
suficiente información acerca de él como para estar seguro de que ni él ni
nadie eran la solución para un pueblo hipotecado. Pero ahora ya no está
hipotecado. Tomás, tienes como un año para hacerme cambiar de opinión. Pero si
ya no me escuchaste en Facebook cuando te ofrecí soluciones concretas para
problemas concretos, dudo que me escuches ni a mí ni a nadie.
Además, ¿te vas a presentar?
No creo que quieras afrontar el batacazo que te vas pegar.
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