martes, 19 de agosto de 2014

Esperanzas y decepciones


Allá por 2011, la sensación general de la ciudadanía es que debía producirse un cambio a nivel político. Zapatero consumía sus últimos días como presidente del Gobierno y había aprovechado la última remodelación ministerial, seis meses antes del final de su mandato, para poner como ministros a sus amigos, a los que le habían apoyado desde el principio contra viento y marea cuando nadie creía en él. Sus premios consistieron en dos legislaturas completas, es decir, jubilación con el 100% del sueldo tras solo siete años en sus escaños, y todas las prebendas de que dispone un ministro. Del partido que sea. Ninguno baja de los cien mil euros netos al año más todo lo demás. Y el todo lo demás suele doblar esa cantidad.

No importaba que Leire Pajín, ministra de Sanidad, fuera una licenciada en Sociología que no había visto un bisturí en su vida, o que al sonreír mostrara una ristra de lo que quedaba de unos dientes grisáceos que daba grima verla. O que José Blanco, ministro de Fomento, inaugurara mucho antes de tiempo el tramo de la línea del AVE de Orense a Santiago como la gran obra de infraestructura gallega de la legislatura para quedar como un señor ante sus paisanos. ¿Se acuerdan de lo que pasó en esa línea el año pasado? Pues el señor Blanco inauguró el tramo contraviniendo la recomendación de los expertos, ya que, por ejemplo, ni siquiera estaban instalados los sistemas de seguridad. Y se ha ido de rositas 79 muertos después. De acuerdo, han tenido tiempo para instalar todos esos sistemas y para que al conductor no se le fuera la cabeza conduciendo a casi 200 kilómetros por hora al tomar una curva peligrosa a menos de cuatro kilómetros de la estación. Por una simple cuestión de inercia, un tren de semejante volumen de desplazamiento, apenas habría tenido espacio para frenar. Se la pegó en la curva, y no se la habría pegado de milagro al llegar a la estación. Un cúmulo de barbaridades que terminó con 79 cadáveres. Es justo repartir las culpas.

Y por supuesto, tampoco importa que un absoluto inútil como Valeriano Gómez, que consiguió el histórico récord de llenar las listas del INEM con dos millones de parados en dieciocho meses mientras seguía negando la existencia de la crisis al tiempo que el ladrillo, motor de la economía, se desplomaba, se pasee actualmente por el Parlamento dando lecciones de economía al actual gobierno. Entre De Guindos y Montoro, a pesar de que este último no hace nada por ser menos impopular entre los españoles y hay evidentes errores en su gestión porque el primero se pasa el día en Bruselas luchando contra el resto de Europa para que no nos quiten más cuotas de producción, deben carcajearse de él a diario. Yo, simplemente, me plantaría delante de él y le preguntaría: “¿Cómo puede usted ser tan sinvergüenza? ¿Sabe que uno de los dos millones de parados durante su mandato fui yo?”

Y así podríamos estar horas y horas escribiendo. Específicamente, sobre el último gobierno de Zapatero. De cuando le llamó Obama, otro que no pasará a la Historia y a quien los mismos norteamericanos están deseando relevar porque su mandato está siendo prácticamente anónimo tras el fugaz éxito de la Ley de Sanidad. Zapatero había hecho todo lo posible para que Obama le llamara amigo después del desprecio indisimulado de Bush hijo. El norteamericano se encontraba por aquel entonces en el apogeo de su mandato y Zapatero necesitaba amigos urgentemente. Lo que quería era repetir la amistad de Aznar con su padre, pero retirando a los soldados de Irak consiguió justo lo contrario. Una silla de invitado de última hora en el G-20. Simplemente, patético. Una medianía de hombre elegido por un siniestro hombre que consiguió lo que quería, es decir, que Bono no subiera al poder. Y van y eligen a este pringado de León. Así nos ha ido.

Pero lo que se acerca hoy por hoy son las Elecciones Locales. También son una buena vara de medir de la situación de la población. Debemos suponer que la mayoría de los alcaldes peperos repetirán o lo intentarán, y que los socialistas esperarán hasta octubre, como así está previsto, para proclamar a los 20.000 candidatos a alcaldes en todas las circunscripciones.

Hablemos del alcalde de mi pueblo, Villagarcía de Arosa. Yo no sé qué sucede en este término municipal que ni peperos ni sociatas quieren la alcaldía. ¿A qué se debe? Parece que el único que la desea como el maná del cielo en el que no cree es el impresentable de Izquierda Unida, que se va al Hospital del Salnés a repartir propaganda y los propios visitantes le tienen que pedir que se aparte de la puerta de entrada porque bloquea el acceso al interior. Ejemplar el tal Fajardo. Este instaura la cuarta o la quinta república en una Villagarcía independiente del resto del universo. Y con La internacional como himno oficial de la nueva república de Villagarcía. Sin comentarios.

Hasta donde yo tengo entendido, nuestro actual alcalde, el pepero Tomás Fole, no quería presentarse a la alcaldía. Ahora ya debe importarle poco, porque no va a ser reelegido, si es que se presenta a la reelección. Sin embargo, en aquel momento de indecisión se estaban produciendo dos situaciones que cambiaron radicalmente su decisión. La primera era que el socialismo arousano estaba completamente descabezado. La alcaldesa saliente había accedido al cargo exclusivamente por el dinero que llenaba sus bolsillos, y ya había comunicado al partido que no pensaba seguir. Villagarcía le traía sin cuidado porque ni siquiera vivía en el término municipal y, además, aprovechó para dejar de regalo a su sucesor una cuantiosa deuda, inasumible para un municipio que no llega a los cuarenta mil habitantes. El octavo de Galicia, lo que no es decir gran cosa. Al parecer, nadie quería coger las riendas del partido y tuvo que ser un convidado de piedra de última hora el que ocupara el primer puesto de las listas. Un señor a quien conocían en su casa y que sabía perfectamente que iba a perder por goleada. De hecho, nada más conocerse el resultado de las elecciones presentó su dimisión porque como él mismo dijo, “no estoy aquí para hacer oposición”. Todo un ejemplo de saber perder y hacer política. Modesto Pose, sí señor, todo por tu pueblo.

La segunda situación no era ni más ni menos que el clima favorable, propicio, perfecto, para que toda España cambiara de gobernantes. Los peperos tenían ganadas las elecciones de cualquier índole antes de presentarse a ellas.

La cuestión es que nuestro querido Tomás empezó su alcaldía con un pacto con una formación política local para asegurarse la mayoría absoluta y no ser molestado durante cuatro años. 11 contra 10. Así de sencillo. El representante de IVIL, el muy conocido por la ciudadanía José Luis Rivera Mallo, recibió un nada despreciable cargo de senador por ceder su escaño de concejal en el ayuntamiento. Genial. A partir de entonces, vía libre para mandar en el pueblo y que la oposición solo pudiera patalear como los niños pequeños.

Fole hizo lo que tenía que hacer nada más sentarse en su sillón de alcalde. Los rumores por el pueblo eran incesantes acerca de la enorme deuda que había dejado Dolores García antes de irse y liquidar todas las cuentas del ayuntamiento. Las facturas de proveedores se acumulaban impagadas en contabilidad, y tuvo que hacer una auditoría para saber de qué recursos económicos disponía el ayuntamiento. La respuesta no tardo en llegar: cero recursos económicos. No tenían ni para pagar a los funcionarios y, además, el pufo que había dejado su predecesora se rumorea que se situaba entre los quince y los veinte millones de euros. ¿Qué habría hecho con ese dinero doña Dolores? Nunca lo sabremos. Catastrófico para una ciudad, que no es ciudad, es villa, de apenas 36.000 habitantes.

Estoy seguro de que Fole asumió el cargo con la máxima ilusión por hacer algo positivo para su pueblo. A pesar de las circunstancias. Como ya he dicho, él no quería ser alcalde. Pero antes de que se produjera la proclamación como candidato a la alcaldía, sucedían dos cosas importantes. Fole tenía rival para ser candidato, un señor llamado Javier Puertas que, al parecer, despertaba tantas pasiones como odios en el seno del propio partido a nivel local. Se decía de él que no era trigo limpio, y que si salía elegido se convertiría en una especie de segunda parte de la anterior alcaldesa. Todo lo que hubiera disponible, se lo llevaría a Suiza. Y el que manda de verdad en los peperos de Pontevedra, el presidente de la Diputación, Rafael Louzán, sabía lo que estaba pasando en Villagarcía y de qué recursos disponía. Él ordenó la proclamación de Fole. No se llevaba bien con Puertas, y sabía que Fole no encendería un pitillo sin llamarle antes para pedirle permiso. Ni tocaría la caja.

La cuestión es que, sin importar la orientación política del que escribe estas líneas, el nuevo alcalde se encontró con las manos y los pies atados a la hora de emprender acciones, reformas, obras. Yo creo que muchos días de los dos primeros años de su mandato se dedicaba a recorrer el camino desde el colegio donde dejaba a sus hijos hasta el ayuntamiento, sentarse en su despacho y preguntarse qué coño podía hacer como alcalde si no tenía un euro para invertir en, sin ir más lejos, arreglar aceras y carreteras. Debió ser realmente frustrante, porque se tardó el tiempo ya mencionado, alrededor de dos años, en poder empezar a hacer algo. En poder solicitar créditos de nuevo a los bancos porque hasta entonces ya las pasaban canutas para pagar los solicitados por la alcaldesa anterior. Fueron dos años en los que, a ojos de la ciudadanía no se hizo nada en Villagarcía. Pero sí se notó en algo absolutamente objetivo, como fue el progresivo aumento en los impuestos locales. La solución más fácil para un político que puede ganar unos 60.000 al año por ser alcalde. A él no le duele tanto el bolsillo como a los que se van de pesca y, con la desastrosa situación marítima de la Ría de Arousa y sus toxinas, a lo mejor consiguen 500 euros en un mes para mantener a su familia. No es que sea estrictamente culpa de Fole, pero ya sabemos todos a quién le echamos la culpa cuando las cosas van mal.

A lo que no es culpa suya debemos añadir lo que sí lo es. Primer ejemplo que se me viene a la cabeza: el parque de A Xunqueira. Yo no puedo entender cómo a los diseñadores de ese parque, en tiempos del alcalde Gago, se les ocurrió plantar semejantes árboles en los márgenes del camino principal del mismo. Con el paso de los años, esos árboles han crecido, han enraizado y se han cargado el suelo que lleva al centro comercial. ¿Resultado? Cientos de caídas de personas mayores. Las personas miramos hacia delante cuando caminamos, ¿verdad? Pues en ese parque hay que ir sorteando piedra tras piedra levantada de su ubicación original. Y en el resto de la ciudad, hay docenas de puntos negros, como todo el margen del Río del Con a la izquierda de Rodrigo de Mendoza, el agujero negro de la esquina de Matosinhos, la propia calle San Roque y muchos otros.

Pero hay más. Mucho más. Dentro de tres o cuatro años, si es que los nuevos dirigentes surgidos a partir de 2015 no lo impiden, se pagará el doble de IBI que en 2009. Por poner un ejemplo, una vivienda que pagaba 250 euros por ese impuesto en 2010, pasará a pagar 500. Para muchos jubilados, una de sus catorce pensiones irá íntegramente destinada a pagarlo.

Y vayan a las sesiones plenarias del ayuntamiento. Son una auténtica fiesta de preguntas por parte de la oposición que el señor alcalde no contesta o recita la frase que tiene memorizada: “lo estamos estudiando”.

Yo no le voté. Disponía de suficiente información acerca de él como para estar seguro de que ni él ni nadie eran la solución para un pueblo hipotecado. Pero ahora ya no está hipotecado. Tomás, tienes como un año para hacerme cambiar de opinión. Pero si ya no me escuchaste en Facebook cuando te ofrecí soluciones concretas para problemas concretos, dudo que me escuches ni a mí ni a nadie.

Además, ¿te vas a presentar? No creo que quieras afrontar el batacazo que te vas pegar.

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