martes, 12 de agosto de 2014

Algo de mi pueblo de adopción

Como estamos en fiestas, igual que media España (o toda España empezando por el Congreso de los Diputados, es decir, salario + paga extra = ¡¡¡¡Bravo!!!! Yo también quiero ser diputado), hablaré un poco de mi querido pueblo de adopción. En concreto de una calle, por la que he pasado miles de veces y por la que espero pasar unos cuantos miles de veces más. Cuánta historia tiene esa calle. Lo que dirían sus adoquines en el suelo si se les pudiera preguntar.




La calle Vista Alegre fue una vez, en tiempos pretéritos, la entrada a Vilagarcía desde el sur. Todavía no se había construido la que hoy es Avenida del insigne Doctor Tourón, médico y benefactor de la ciudad como pocos. La costumbre y capacidades de la época exigían que se construyera sobre adoquín de piedra pulida procedente de las canteras locales, y así se hizo hasta más allá del conjunto monumental que da nombre a la calle y adentrándonos en la rúa Castelao, otra de las históricas de nuestra ciudad.


La solución para aquellos tiempos fue la adecuada. Por aquel entonces, no se veían coches, en todo caso carromatos tirados por bueyes para los viajantes, y el mar quedaba muy muy cerca, tan cerca que, hasta empezar a rellenar con arena para ganarle espacio, Vista Alegre dispuso de su propia playa.


Demos un salto de muchos años, hasta 1980. La primera vez que yo pisé esta tierra. Tras el preceptivo recorrido turístico por lo que empezaba a ser la moderna Vilagarcía y que tanto ha cambiado en los últimos años hasta la llegada de la crisis económica, la calle Vista Alegre fue revestida en su totalidad con una capa de, yo no diría asfalto, sino más bien cemento. Los adoquines al aire no podían seguir allí y se optó por esa solución para dar paso al tráfico rodado.


Esa solución se he revelado como ineficiente, ya que el asfaltado, sin lugar a dudas, dura mucho más que una simple capa de cemento que el continuo trasiego de vehículos acaba deteriorando y convirtiendo en gravilla que deja al descubierto la adoquinería original. Y eso, amigos, es lo que podemos contemplar hoy. El proyecto socialista de peatonalizar hasta unos metros más allá del convento ha dejado una rúa Vista Alegre que parece a medio hacer. Hasta el colegio y el convento, el resultado final es espléndido y paseas por los alrededores con absoluta tranquilidad y disfrutando del conjunto monumental, pero además de haber dejado un espacio muerto entre el convento y la esquina con López Cuevillas, en el que ni hay peatonalidad ni se permite el aparcamiento ni el tráfico rodado (cuántas madres aparcan en segunda fila en las inmediaciones de Inelga para esperar a sus hijos saliendo del colegio al mediodía), el tramo desde Cuevillas hasta la esquina con Doctor Tourón se convierte, para los vehículos que circulan por allí, en un continuo esquivar de socavones, cemento levantado que deja al descubierto los incómodos adoquines. Y esto lleva así treinta o más años. Desde que yo soy un villagarciano de adopción.


Hay otros muchos puntos negros en la ciudad, como la terrible esquina entre Doctor Tourón y la Avenida Matosinhos, el mismo paso de cebra nada más pasar el ayuntamiento o la avenida de Rosalía de Castro con sus constantes arquetas de alcantarillado u otros menesteres, que convierten la conducción en un continuo juego de esquivar que no tiene solución porque si las intentas eludir, no dispones de espacio para acercarte a la derecha, y si lo intentas a la izquierda, invades el sentido contrario.


Hay muchos puntos negros, pero por alguno habrá que empezar, ¿no creen?

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