La calle Vista Alegre fue una
vez, en tiempos pretéritos, la entrada a Vilagarcía desde el sur. Todavía no se
había construido la que hoy es Avenida del insigne Doctor Tourón, médico y
benefactor de la ciudad como pocos. La costumbre y capacidades de la época
exigían que se construyera sobre adoquín de piedra pulida procedente de las
canteras locales, y así se hizo hasta más allá del conjunto monumental que da
nombre a la calle y adentrándonos en la rúa Castelao, otra de las históricas de
nuestra ciudad.
La solución para aquellos
tiempos fue la adecuada. Por aquel entonces, no se veían coches, en todo caso
carromatos tirados por bueyes para los viajantes, y el mar quedaba muy muy
cerca, tan cerca que, hasta empezar a rellenar con arena para ganarle espacio,
Vista Alegre dispuso de su propia playa.
Demos un salto de muchos
años, hasta 1980. La primera vez que yo pisé esta tierra. Tras el preceptivo
recorrido turístico por lo que empezaba a ser la moderna Vilagarcía y que tanto
ha cambiado en los últimos años hasta la llegada de la crisis económica, la
calle Vista Alegre fue revestida en su totalidad con una capa de, yo no diría
asfalto, sino más bien cemento. Los adoquines al aire no podían seguir allí y
se optó por esa solución para dar paso al tráfico rodado.
Esa solución se he revelado
como ineficiente, ya que el asfaltado, sin lugar a dudas, dura mucho más que
una simple capa de cemento que el continuo trasiego de vehículos acaba
deteriorando y convirtiendo en gravilla que deja al descubierto la adoquinería
original. Y eso, amigos, es lo que podemos contemplar hoy. El proyecto
socialista de peatonalizar hasta unos metros más allá del convento ha dejado
una rúa Vista Alegre que parece a medio hacer. Hasta el colegio y el convento,
el resultado final es espléndido y paseas por los alrededores con absoluta
tranquilidad y disfrutando del conjunto monumental, pero además de haber dejado
un espacio muerto entre el convento y la esquina con López Cuevillas, en el que
ni hay peatonalidad ni se permite el aparcamiento ni el tráfico rodado (cuántas
madres aparcan en segunda fila en las inmediaciones de Inelga para esperar a
sus hijos saliendo del colegio al mediodía), el tramo desde Cuevillas hasta la
esquina con Doctor Tourón se convierte, para los vehículos que circulan por
allí, en un continuo esquivar de socavones, cemento levantado que deja al
descubierto los incómodos adoquines. Y esto lleva así treinta o más años. Desde
que yo soy un villagarciano de adopción.
Hay otros muchos puntos
negros en la ciudad, como la terrible esquina entre Doctor Tourón y la Avenida
Matosinhos, el mismo paso de cebra nada más pasar el ayuntamiento o la avenida
de Rosalía de Castro con sus constantes arquetas de alcantarillado u otros
menesteres, que convierten la conducción en un continuo juego de esquivar que
no tiene solución porque si las intentas eludir, no dispones de espacio para
acercarte a la derecha, y si lo intentas a la izquierda, invades el sentido
contrario.
Hay muchos puntos negros,
pero por alguno habrá que empezar, ¿no creen?
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