viernes, 22 de agosto de 2014

Pero ¿ha hecho algo o no?


Llegó al sillón del que dicen es el hombre más poderoso del mundo. Esta afirmación no es cierta. El propio Putin, presidente de Rusia, tiene más poder que él. ¿Un ejemplo? Veta todas las resoluciones de la ONU que le da la gana y así deja a esa organización, cada vez con menor sentido porque no ejerce una autoridad real, atada de pies y manos. O el presidente chino, que hace exactamente lo mismo en cuanto considera que pueden perjudicarse los intereses de su país. Ambos tienen más poder que Obama. Y algunos empresarios, entre los más ricos del mundo, también deciden más que él.

Y ese es el problema de Obama. Tradicionalmente, la política interior estadounidense la ha decidido el Senado, que para eso está, no como el nuestro, colección de barrigudos que se llevan siete u ocho mil al mes ejerciendo de figuras decorativas. Obama tiene que preocuparse de la política exterior, es decir, de ejercer de guardián oficioso del planeta. Como decían en una serie de televisión centrada justo en la figura del presidente de USA, un presidente no hace amigos nuevos, por lo que tiene que preocuparse de conservar los que ya tiene. Es inimaginable contemplar a Obama manteniendo una conversación telefónica con el presidente de Corea del Norte, por ejemplo. Aunque se sabe que se mantienen contactos periódicos con Cuba, probablemente por suavizar el embargo comercial que ya cumple varias décadas y tiene al país en la miseria. Pero tampoco han hecho gran cosa los cubanos por mitigarlo. Y si el embargo se ha suavizado, ha sido de una manera testimonial. Aunque tienen razón en una de sus quejas: tras legislatura y media larga de Obama, no ha cumplido su promesa de cerrar Guantánamo, vergüenza donde las haya de todas las prisiones, aunque curiosamente no aparece entre las diez prisiones más peligrosas del mundo según un artículo publicado recientemente. Lo que no es de extrañar. Todos hemos visto imágenes de la prisión. Tal y como tienen a los presos, difícil escaparse o provocar motines.

Obama, durante sus años de gobierno, ha tenido un gran triunfo y un gran fracaso. Pero solo uno y uno. Escaso bagaje para un presidente de Estados Unidos que ha dispuesto de dos mandatos. Su gran triunfo fue más a nivel internacional, es decir, de imagen, que efectivo en su país. Consiguió una cobertura sanitaria parcial para 40 millones de americanos que no la tenían. Y cuando digo parcial, no me refiero a una resonancia magnética. Me refiero a que sean atendidos, algo que antes no sucedía, y les receten una aspirina. Pero tuvo que vender su alma al diablo a cambio. No le quedó más remedio que acordar multitud de tratos con los republicanos para que le dieran su voto. Y no queda claro si esos tratos, esas prebendas, costaban más que el proyecto que quería sacar adelante. Un segundo intento pretenderá dar cobertura sanitaria a otros 20 millones, pero ni lo conseguirá ni le dará tiempo antes de que acabe su mandato.

Su gran fracaso, como el de otros tantos dirigentes mundiales, es el empleo. El empleo neto, es decir, aquel que resulta después de que cuadren las grandes cifras macroeconómicas como la evolución del Producto Interior Bruto, la confianza empresarial, el déficit comercial o la balanza de pagos de la nación, y todas ellas lleguen a la microeconomía, es decir, a la concesión de créditos por los bancos y la llegada de nuevos empresarios (más o menos lo mismo que pasa aquí). A pesar de que la Reserva Federal inyecte mensualmente miles de millones de dólares en el mercado para fomentar esta actividad porque al país le interesa mantener un dólar muy barato con respecto al euro para las exportaciones, su gran rival. Para crear empleo, Estados Unidos necesita al menos un 4% de crecimiento del PIB, y lo cierto es que no llega a esas cifras ni de lejos. También hay que tener en cuenta la coyuntura mundial: el desempleo es abrumador, las empresas no venden sus productos y por tanto Estados Unidos no recibe ingresos por exportaciones ni por el consumo interno de sus ciudadanos, que esperan tiempos mejores y guardan sus dólares bajo la almohada. Clavadito a España.

Su llegada fue una revolución para lo que había sido la historia de los presidentes norteamericanos: más negro que blanco, con una imagen inicial impecable después de la ultraconservadora familia Bush e intentando llevar a cabo una nueva política de aperturismo hacia el mundo islámico, siempre tan enemigo de los Estados Unidos. Pero lo cierto es que nada de ello le sirvió. Pasado el efecto de imagen que consiguió al principio y después de ese vergonzoso, lamentable e indigno Premio Nobel de la Paz que le concedieron, Obama ha dejado de ser una figura importante. Los países islámicos siguen sin querer saber nada de él, empezando por Irán, que es quien corta el bacalao en la zona, y sus misiones en Afganistán, Pakistán, y los rescoldos de la intervención en Irak no han servido absolutamente para nada. Pasará a la historia por haberlo intentado, pero no por haberlo conseguido.

Sus propios conciudadanos están deseando que termine su mandato y que su sucesor, John Kerry o la misma Hillary Clinton, hagan borrón y cuenta nueva. Con esta última mantenía una relación excelente, pero en los últimos tiempos se han distanciado notablemente. Hablan tanto de mala relación personal como de la ambición de Hillary por aspirar a la Casa Blanca. Y con el bajísimo índice de popularidad de Obama hoy por hoy, cuanto más lejos, mejor. Los norteamericanos están hartos de las excentricidades de Michelle Obama y de la falta de liderazgo del presidente. Los conflictos de Ucrania y el nuevo estado islámico entre Siria e Irak ya deberían estar resueltos. Por no hablar del vergonzoso intercambio de misiles entre Israel y los palestinos. Más fracasos en su haber.

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