martes, 5 de agosto de 2014

Confesiones IV

Cuando trabajaba como informático en un edificio de oficinas, sabía cuál era mi trabajo. Sabía que los ordenadores se estropean, las redes informáticas también, y el único secreto era conocer tu trabajo. O sabías, o no sabías.


Luego entraba otra consideración importante: el trato al usuario afectado. Es como cualquier otro trabajo en el que el trato al público es una parte importante, además de tus conocimientos técnicos. Por eso me da tanta grima ir a Correos. Según quién te atienda. La empresa que te contrata para que lleves el servicio técnico informático de otra empresa no incluye entre tus responsabilidades que tengas que ser amable y poner buena cara aunque te estén apuntando con una pistola en la sien, pero los que llevamos mucho tiempo en esto, sabemos que se trata de un acuerdo tácito, no escrito.


A pesar de ello, no han sido pocos los compañeros, y alguna que otra compañera, que atendían incidencias porque no les quedaba más remedio, e incluso he llegado a presenciar, acompañando a otro técnico, que durante la resolución o no de la avería, mi compañero no dijera una sola palabra más que "tengo que revisarlo de nuevo". Yo nunca actué así. Por eso puedo sentirme satisfecho de que, en cualquier edificio de oficinas que haya estado o atendiendo a clientes particulares, creo que siempre se han llevado un buen recuerdo de mí. Atendía con amabilidad y además, les arreglaba la avería.


Sin embargo, esto de la literatura es completamente diferente. Cuando empiezas, te llenas la cabeza de pájaros sin apenas darte cuenta. Crees que tu primera novela va a ser el bombazo del año y las editoriales se van a pelear por conseguir los derechos de tu obra. Crees que has escrito lo mejor del año, pero la realidad te pone en su sitio. Envías manuscritos, sinopsis, te pones en contacto con editoriales, agentes y todo aquel que creas que puede ayudarte para promocionar tu novela, y te das cuenta de varias cosas que te hacen volver al mundo real.


En primer lugar, te das cuenta de que, cuando envías un manuscrito a la editorial González, lo más probable es que a la editorial González le lleguen mil manuscritos al año. Eso, si los aceptan. Después te enteras de que suelen darte un capítulo de margen. Si el primer capítulo no les atrae, no se molestan en leer el segundo y tu manuscrito va directamente a la basura. Y sí, digo a la basura porque los que estamos metidos en esto sabemos que es así.


Intentas presentarte a algún concurso literario. ¿Por qué no? Tu novela te gusta y crees que puede tener posibilidades. Pero después te encuentras con un concurso literario en el que buscan a nuevos escritores, y meses después, te enteras de que le han dado el premio a un catedrático de Periodismo de la Universidad de Salamanca que acaba de cumplir 65 años. El premio son mil euros, y ese señor lleva treinta años publicando.


Y así, un ejemplo tras otro.


Es prácticamente imposible escribir un libro, una novela, que pueda definirse como decente o interesante, en menos de tres meses. Obviamente, necesitas una idea principal, y a partir de ahí, empezar a desarrollar tramas secundarias y personajes. Es decir: NO SALE EN UNA SEMANA.


Por eso me pregunto si todo este tiempo dedicado a escribir y a intentar encontrar temas interesantes y después depender de que alguien te descubra o te ponga encima de la mesa un contrato de aquellos que te hacen sonrojar porque no puede ser peor para tus intereses, vale la pena. ¿Vale la pena dejarse la vista delante del monitor? ¿Corregir una y otra vez? Incluso corrigiendo una obra ya finalizada, aún encuentras errores, pocos, pero los encuentras. Cuando has escrito una novela de mil páginas, es casi imposible que no te dejes algo por el camino.


Y aún así, no te hacen caso.


¿Vale la pena?

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