lunes, 28 de noviembre de 2011

Ole sus huevos

Una de las expresiones más castizas de este país. Se ha utilizado tantos millones de veces que huelga explicarla. En este caso yo me referiré a un par de ejemplos muy cercanos en el tiempo: una usuaria de un grupo al que estoy suscrito en Facebook respondió con ese comentario cuando otra usuaria explicó en el grupo que conocía a una persona en su ciudad natal, funcionaria por más señas, que entre otras situaciones igual de gratificantes moralmente se dedicaba cada día de su jornada laboral a fichar a las 8 de la mañana, marcharse y volver a su puesto de trabajo, que no a su trabajo, a las 14:30 para volver a fichar y marcharse para casa hasta el día siguiente sin haber dado un palo al agua en todo el día. Y otra usuaria del grupo comentó que si ella pudiera haría lo mismo y utilizó la expresión que da nombre a este artículo. Ello ha dado lugar a un pequeño debate en el grupo sin mayor importancia.
Yo me encendí cuando leí esa expresión porque considero que, además de los problemas que causa una situación de crisis económica en la que hay tantísima gente que está deseando trabajar y no puede porque nadie le ofrece un puesto, todavía creo que es mayor problema que cuando alguien que tiene el p-r-i-v-i-l-e-g-i-o, y lo digo con esas palabras porque eso es lo que es, de disponer de un puesto de trabajo para toda la vida, se acomode de tal manera que llega a faltar al respeto a todos aquellos que no lo tenemos. Para mí es un ejemplo de una catadura moral tan baja que así le va al país cuando tenemos los trabajadores que tenemos, por eso no puedo evitar esbozar una mueca irónica cuando contemplo quejas de funcionarios acerca del recorte de sus sueldos o que les obligan a trabajar dos horas más a la semana.
Sé que los lectores se me pueden echar encima al leer esto, así que pondré un segundo ejemplo doble tan clarificador como vergonzoso: cuando vine a vivir a mi actual residencia, tuve que hacer unos trámites en la Seguridad Social. La primera vez fui yo solo y a primera hora de aquí son las nueve de la mañana, en este rincón del país los ciudadanos se levantan tarde. Como no había nadie fue un sencillo procedimiento de solicitar información acerca de la gestión que necesitaba hacer y una vez indicada la mesa correspondiente, me atendieron en el acto. Pero la segunda vez tuve que volver con mi madre, una mujer ya mayor y pensionista que no tiene ninguna necesidad de levantarse a las 7 de la mañana como yo, de forma que llegamos a la misma oficina unos días más tarde sobre las diez de la mañana. Cogimos número para pedir información y por una de esas casualidades de la vida me fijé en una de las funcionarias que estaba sentada en una mesa con el marcador digital de número de cliente para atender apagado y la silla de enfrente vacía y que justo cuando entramos mi madre y yo se levantaba de la mesa y cogía su monedero para ir a desayunar como si lo que estaba sucediendo en una oficina llena en aquel momento, del orden de treinta personas esperando turno, no fuera con ella.
Pasaron las diez y media, las once y las once y media y la funcionaria seguía sin aparecer, de hecho fue la única que se marchó ya que sus compañeros siguieron atendiendo a los presentes con más o menos ganas según se veía en sus rostros. Yo creo que uno de estos funcionarios llega un momento en el que se harta de su trabajo de semejante manera que acaba trasladando su apatía y desidia a las personas a las que atiende. Yo voto por el reciclaje, pasarse 30 años sentado en una mesa haciendo exactamente lo mismo todos los días no es bueno para la actitud de los funcionarios que solo tienen que coger unos formularios y rellenarlos, los mismos formularios durante treinta años como ya he dicho y que yo, sinceramente, acabaría hasta las narices.
Pues la protagonista de mi historia apareció a las doce y veinte de la mañana. Mi madre y yo todavía estábamos esperando a que nos atendieran porque se había estropeado el sistema informático y no podían hacernos la gestión, y menos mal que no nos atendió esa señora porque acto seguido yo hubiera ido a la inspección de trabajo a denunciarla. Volvió dos horas y veinte minutos después de haberse ido cuando la oficina hace un horario de 9 de la mañana a 3 de la tarde, es decir, trabajan 6 horas cada día y esa señora ese día trabajaría tres y horas y media y se iría a su casa tan ricamente, y lo mejor de todo, llegó cargada con cinco bolsas de plástico blanco llenas hasta los topes y procedentes de tres supermercados diferentes de la zona que acababa de visitar. Como nadie de los que estábamos presentes cuando se marcho seguía allí excepto mi madre y yo pareció lo que esa señora pretendía aparentar: que se había ido a tomar un café media hora atrás y había vuelto con la compra de la semana hecha. Y durante los siguientes veinte minutos no hizo nada más que mover unos papeles, sin encender el controlador de turno.
Otro caso sangrante: los médicos. Hace poco llevé a mi abuela para una revisión con su médico de cabecera y cuando llegamos a la puerta de su consulta había un señor esperando desde hacía veinte minutos. El señor nos confirmó que tenía hora para diez minutos antes y sabía que la médica estaba dentro porque la había visto entrar, pero en veinte minutos no había salido de la consulta para empezar a llamar por el nombre, como suele hacerse en estos casos. Diez minutos más tarde, es decir, cuando tanto el paciente como la médica llevaban allí media hora, la galena se dignó a salir por la puerta y llamar al señor, que ya entró con cara de mala leche pero los gallegos tienen un aguante que yo no he visto en otro sitio. Le atendió en menos de cinco minutos, el señor salió visiblemente enfadado porque no le había solucionado el problema que le había planteado y abandonó el centro de atención primaria entre improperios en gallego. La médica tardó otros veinte minutos en salir por la puerta y llamar a mi abuela, sin tener absolutamente nada más que hacer que su trabajo, y cuando ya había ocho personas esperando en su consulta.
Saquen sus propias conclusiones de porqué vivimos en el país que vivimos y tenemos la prosperidad que tenemos. Si los que la producen están más pendientes de jugársela al Estado que de hacer su trabajo, nunca iremos a ninguna parte.

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