jueves, 3 de noviembre de 2011

El termómetro al rojo vivo I

A veces las letras sirven para evadirte de la realidad y calmar tus más bajos instintos. Os ofrezco un fragmento de una de mis novelas, pendiente de publicación, en el que la temperatura sube hasta conseguir bajar la de quien escribe:

            El joven, en aquel momento oficialmente en paro a pesar de su triunfo, se decidió a salir del despacho en el que se había vuelto a encerrar sin que nadie le viera, y una oleada de calor inundó su cuerpo a pesar de no haber probado una gota de alcohol; por eso no había querido formar parte de la fiesta. Era el momento deseado desde hacía meses. Buscó a Mónica por todas partes pero no la encontró. Uno de los que todavía conservaban un mínimo de sobriedad en la sala le comentó que había ido a su despacho para atender el teléfono. Subió los tres pisos que separaban la sala de actos de su despacho por las escaleras de servicio y encontró una tenue luz encendida tras una puerta de cristal opaco, a la derecha de la cual había un cartel con el nombre de la candidata. Sergio entró y cerró la puerta. Mónica estaba totalmente ebria y con otra botella de Segura Viudas en la mano de la cual bebía abundantemente, una foto suya en aquel momento dos días antes habría dado al traste con toda la campaña; pero no dormía, parecía bastante despierta aunque no muy lúcida, y cuando le vio entrar, puso sus piernas encima de la mesa; ya se había desabrochado la mitad de los botones de su blusa y se apreciaba un perfecto busto bronceado en su totalidad; a la chica no le gustaban los bikinis. Le estaba esperando. Sin decir palabra, Sergio vació violentamente con su brazo derecho todos los utensilios que reposaban en la mesa de Mónica incluida la lámpara cuya bombilla se rompió al impactar contra el suelo y prácticamente a oscuras se dirigió hacia ella. La cogió por cintura y los brazos y la sentó encima de su mesa. Ambos se besaron apasionadamente mientras la economista tiraba la botella de cava al suelo, rompiéndola también, y Sergio le arrancó toda la ropa que llevaba encima de la falda. Pensó en aquel momento en practicar el acto sexual completo, como a él le gustaba, pero decidió que habría mejor ocasión, con lo cual empujó a Mónica hasta que quedó totalmente reclinada sobre la mesa e introdujo sus manos dentro de su falda hasta apoderarse de su tanga negro, que se guardó en un bolsillo para no devolvérselo, el trofeo de caza tan deseado. Como su erección ya era más que notable, se acercó a su improvisada amante hasta que su cintura quedó en el borde de la mesa y se metió dentro de ella. Mónica apenas se daba cuenta de lo que estaba haciendo, pero sí lo suficiente para saber quién la estaba poseyendo en aquel momento, y como era algo tan deseado por su parte como por la de Sergio, se sometió a su amante. No llegó a quitarle la falda, solo la subió hasta que las costuras de la misma no le permitieron hacerlo más y se puso manos a la obra. De la garganta de Mónica salió un gemido, mezcla de sorpresa y de deseo, e iniciaron el acto sexual violentamente pero de una manera continuada. Sergio aguantó, como en él era habitual, hasta el primer orgasmo de la política. Tras el segundo, se dedicó al suyo. Cuando ambos se quedaron satisfechos, el amante volvió a la carga depositando las largas piernas de Mónica sobre sus hombros e introdujo su cabeza entre ellas. Y ahí perdió el norte la política. Más de una hora permaneció Sergio ejercitando sus labios y su lengua en el interior de Mónica y en un momento, entre orgasmo y orgasmo, la triunfadora de la noche pronunció un “tú sí que sabes” que le hizo redoblar sus ejercicios labiales. Cuando a Mónica se le pasó la excitación y no cabían más orgasmos en su cuerpo, volvió a coger sus piernas e introducirse dentro de ella, en ese momento buscando de nuevo su placer personal, sin importarle a quien tuviera debajo de él. En unos veinte minutos llegó al orgasmo, con Mónica prácticamente dormida a causa del esfuerzo, y decidió que ya había cumplido su fantasía. Devolvió a su compañera al sillón de la mesa de su despacho y desapareció para volver a su casa y dormir un poco.

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