sábado, 8 de noviembre de 2014

Inmovilismo

En los últimos treinta días me han debido llamar por teléfono alrededor de diez empresas distintas ofreciendo sus servicios a unos precios maravillosos, siendo los mejores de todos, los que más ventajas ofrecían y toda esa ristra de adjetivos que nos podemos imaginar.


La primera pregunta que yo me hago, porque yo no había tenido trato jamás con algunas de esas empresas, es de dónde habían conseguido mi número de teléfono móvil. Es conocido que Telefónica, cuando era una empresa pública, antes de pasar a manos privadas y de cambiar de nombre tantas veces que ya no sabes cómo se llaman, vendió su base de datos de clientes de telefonía fija a todo aquel que se la quisiera comprar. Por una buena suma. Y muchas grandes empresas la compraron. Se trataba de un listado de más de veinte millones de clientes, y ¿quién no quiere un chocolate tan sabroso como ese? Debieron pasar años llamando a un número tras otro.


Esto, por supuesto, era y sigue siendo ilegal, pero han pasado años desde entonces y, como todo o casi todo lo que sucede en este bendito país, pasó al más absoluto de los olvidos a pesar de que alguien, o varias personas, se habían llevado un montón de millones por vender un fichero que cabe en un pen drive más el programa de gestión. Esto sigue siendo España. ¿A que no han visto, ni verán jamás, un listín telefónico de los antiguos pero con todos los teléfonos móviles particulares de España? Pues no, porque está prohibido según la Ley de Protección de Datos. No afecta solo a las películas, las series y los programas de ordenador descargados de internet


Lo más curioso del caso, y es que yo no necesito nada ni los servicios que tenemos contratados en casa los vamos a cambiar, es que las operadoras, que son casi todas mujeres y casi todas españolas, lo que no significa absolutamente nada, insisten en intentar colarte algo. Que te cambies de operadora de telefonía móvil o que cambies la aseguradora de decesos. No importa.


Por ello, y aunque empiezan a agobiarme y estoy a punto de colgarles el teléfono pero entiendo que son personas que están trabajando y se ganan así la vida, haciendo cien llamadas o más al día, les ofrezco una mínima explicación de por qué no voy a contratar ningún servicio. Y entonces llega el momento clave. A menudo, por el devenir de la conversación, aparece la palabra inmovilismo en la conversación. Obviamente no voy a explicar por qué la utilizo, pero el resultado es siempre el mismo: poco después de nombrarla, las operadoras me interrumpen y me preguntan qué he dicho, porque no me han entendido. Después de repetir la palabra, todas me preguntan qué significa, porque no la habían oído nunca, y escuchado menos. Y yo tengo que decirles lo que significa.


Inmovilismo. A mí no me parece una palabra tan extraña. Incluso, por una simple cuestión de lógica, cualquier podría pensar que te refieres a algo que no se mueve. Pero las operadoras no. Para ellas no existe esa palabra. Y para los operadores, por lo visto, tampoco.


Diez llamadas en las que he utilizado esa palabra, algunas de ellas a propósito para comprobar la pobreza cultural de quien me estaba llamando, y diez llamadas en las que no sabían lo que significaba.


Como para ponerse a pensar qué pasa con el sistema educativo ....

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