Ya escribí hace tiempo un
artículo sobre esta serie, diferente, ridícula y totalmente adictiva que
sorprendió al mundo entero en 2009 cuando reunió a doce estudiantes-cantantes y
un profesor en un instituto, que versionaban temas conocidos de siempre de cara
a una ficticia competición de coros. No voy a hablar de los logros conseguidos
por Glee, para eso ya están las cifras que se pueden encontrar en internet. Las
nominaciones, los premios y sobre todo los millones de canciones y discos
vendidos, además de una legión de fans que probablemente no hayan conseguido
otras series de la actualidad. Ni siquiera Breaking Bad, Juego de Tronos o The
Walking Dead.
Las dos primeras temporadas
fueron magníficas, inolvidables por la frescura de los actores, la excelente
selección de canciones, aunque la mayoría fueran americanas pero eso era algo
comprensible, y la tercera, pasable porque conseguían el objetivo de ganar el
certamen nacional de coros y esperabas episodio a episodio a que lo
consiguieran. El problema surgió para los creadores de la serie cuando sus
principales protagonistas se graduaron en el instituto, y había que plantear la
serie de otra manera. Y la única manera de hacerlo era introducir nuevos
actores-cantantes y alternar sus historias con las nuevas vidas de los Colfer,
Michelle, Monteith, Rivera y compañía.
El estrellato internacional
que habían conseguido desde Dianna Agron (desaparecida desde entonces y
extrañamente ausente en el episodio de homenaje a Cory, como Heather Morris) hasta
Mark Salling, era imposible de igualar, aunque convocaran concursos con nuevos
valores para sustituirles. Imposible. Por eso la serie bajó radicalmente en su
audiencia, pasando de casi veinte millones de espectadores en determinados
episodios de la primera temporada a apenas cinco en la cuarta y la quinta. Y
bajando, por motivos diversos. El formato de la serie, similar y posterior a la
ya triunfadora American Idol, está agotado.
En buena medida, Glee ha
conseguido una quinta y sexta y última temporada gracias a la legión de incondicionales fans a
los que ya no les importa demasiado la serie, pero compran todo lo que produce
la potentísima máquina comercial de Glee: discos, camisetas, conciertos y
otros, que la han mantenido hasta hoy. Ese detalle mantiene la serie rentable y
por eso ha seguido en emisión, aunque por ejemplo, en España, la Fox ya está
emitiendo dos capítulos consecutivos cada semana. Primer indicio de que una
serie está próxima a su fin.
Pero la serie ya no es lo
que era.
He nombrado un motivo por el
que Glee ha caído en picado, la falta de carisma de los sustitutos de Amber
Riley, Heather Morris, Harry Shum Jr., Mark Salling o Dianna Agron. Son cuatro
ejemplos aparte de las estrellas Michelle y Colfer, pero cada uno de ellos
aportaba algo interesante. La nueva Aretha Franklin, la fingida estupidez de
Morris, el magnífico bailarín de raíces asiáticas y el malote de buen corazón
aportaban algo diferente que enriquecía la serie después del lucimiento vocal
de los anteriores. Pero sus sucesores, obviamente, no están a la altura. Pero
hay un segundo motivo. Causó impacto mundial en su momento, llegando a ser lo
que ahora se llama Trending Topic mundial en Twitter, como sucede con todo
aquel actor, cantante y famosísimo que es, en cierta forma y aunque no se
corresponda con la mejor voz, el alma de la serie. Hablo de la muerte de Cory
Monteith. La verdad es que no me apetece analizar, ni alcanzo a entender, cómo
un muchacho de 31 años que lo tiene todo, dinero, fama y a la chica guapa con
la que se iba a casar, se mata una noche en una habitación de hotel entre
drogas y alcohol justo antes de iniciar el rodaje de la quinta temporada. Si yo
hubiera sido Lea Michelle, no estaría destrozado. Estaría muy cabreado. ¿Es que
ella y su vida en general no eran suficientes como para seguir adelante? Me
encantaría una respuesta a esa pregunta. Aunque nunca la tendré. Ni yo ni
nadie.
Por eso Cory, gilipollas,
nadie entiende lo que te pasó. Llegó a decirse que consumías drogas desde los
doce años. No me lo puedo creer. Pero prefiero olvidarme del asunto y que
descanses en paz. Lo hecho, hecho está.
Pero pasemos a lo que ha
supuesto la repentina ausencia de Cory Monteith en Glee. La serie ha bajado en
picado porque creo que todos estamos de acuerdo en que, después de no haber
abandonado el nido como muchos de sus compañeros, la presencia de Monteith y su
peculiar voz de barítono (inolvidable su versión de I´ll stand by you de The
Pretenders, el éxito mundial de Journey con su Don´t stop believing e incluso
en No Air), le aportaba esa dosis de veteranía que la frescura de los nuevos
actores no conseguían imponer para continuar con Glee como una serie de masas
como lo había sido durante las dos primeras temporadas. Como anécdota personal,
yo no conocía nada de Journey cuando llegué al final del primer capítulo y
escuché aquella maravillosa versión. Debió gustarle a medio mundo, ya que los
autores originales de la canción vendieron cinco millones de copias digitales
de una canción ya olvidada y la versión de Glee alcanzó las quinientas mil.
Hasta Ophra se los llevó a su show para que la cantaran. Todo un icono del
pueblo americano, como la misma serie por sí sola.
Solo he necesitado seis
episodios de la quinta temporada para comprobar que Monteith era uno de los
pilares de la serie. Y no solo por ser la pareja de la superestrella Lea
Michelle. Él también era una superestrella a su manera. Quizás, como otros
pobres desgraciados como Cobain, Winehouse y compañía, no pudo con la presión
del éxito (ya me gustaría a mí tener esa presión) y prefirió quitarse de en
medio cuando ya había anunciado su intención de casarse con Lea Michelle.
Por eso veo los capítulos de
la quinta temporada y no hago más que preguntarme cuándo diablos va a aparecer
Cory Monteith para cantar una de esas canciones perfectamente adaptadas para su
voz. Lea Michelle y Mathew Morrison ya han editado discos en solitario
aprovechando el tirón de Glee, pero nos ha faltado el de Cory. Ya era un buen
batería antes de empezar la serie, pero no se había aprovechado el potencial de
su voz. Ahora, evidentemente, nos quedaremos sin un disco con temas propios o
de su banda, anterior a Glee, pero ha dejado varias canciones en solitario para
disfrutarlas.
No era la estrella, no era
el personaje principal, su papel estaba siempre a la sombra de la histriónica
Rachel Berry, pero sin su presencia, a la serie le han amputado las dos
piernas. Por eso es mejor que, una vez sucedidos los trágicos acontecimientos,
la serie termine lo antes posible. Las dos primeras temporadas seguían una
perfecta estructura de capítulos. El objetivo era llegar al certamen nacional
de coros y, claro, ganarlo. En la tercera se perdió un poco esa sólida trama
argumental, y la cuarta y la quinta se han convertido en una sucesión de
capítulos sin ton ni son en los que prácticamente llegas a olvidar qué había
sucedido en el capítulo anterior. Demasiadas estupideces de adolescentes y poca
dedicación al argumento original: la preparación de los regionales y el
nacional.
Ahora Glee parece, y es, una
serie perdida, de la que es mejor que echen el cierre lo antes posible porque
empieza a costar darle al capítulo para verla y que no se pierda en micro
argumentos acerca de las historias de los adolescentes del McKinley y no se
vislumbre una trama original más que algunas secundarias de las dos primeras
temporadas, como las semanas de estudio dedicadas a los grandes de la música,
The Beatles o Billy Joel. Y eso no es suficiente para mantener la serie. Una de
las pocas escenas que realmente me apetece ver, cuando llegue, es la versión
que hará Darren Criss del “All of me” de John Legend.
Si la vuelvo a ver, que es
probable, seguramente lo dejaré en la tercera temporada. Hasta que ganan el
certamen nacional de coros. Las tres siguientes, a la espera de ver la sexta,
no tienen nada que ofrecer y, además, a partir sobre todo de la cuarta, sus
integrantes ya estaban más inmersos en sus proyectos personales que centrados
en la serie. Y eso se nota demasiado.
Larga vida a Glee. Aunque su
historia está alcanzando el final en Estados Unidos y a nosotros nos quede
temporada y media que contemplar.
Dedicado a Arantxa.
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