jueves, 29 de marzo de 2012

Mamá, yo quiero ser piloto

De la serie de artículos de opinión publicados en el periódico digital www.elimportuno.com.


La primera vez que cogí un avión no habría cumplido nueve años todavía, hasta donde me llega la memoria. Mis abuelos vivían en Irún, provincia de Guipúzcoa, y mis padres no podían acompañarnos aquel verano. Yo era un niño asustadizo que ante cualquier problema corría desesperado a refugiarme en las faldas de mi madre y me habían acostumbrado a reaccionar así de tal forma que cuando nos presentamos en el aeropuerto de Barcelona y una auxiliar de vuelo nos acompaño a mi hermana, mucho más calmada, y a mí, a nuestras butacas para ponernos el cinturón y asegurarse de que todo estaba correcto ya que por aquel entonces, allá por 1.980, no era habitual que unos niños de tan corta edad viajaran solos y como no podía ser de otra manera, los trabajadores del vuelo debían hacerse responsables de nosotros mientras permaneciéramos a bordo de aquel gigantesco aparato que en unos minutos surcaría los cielos de noreste a norte de nuestro país.

Poco antes de despegar, surgió de la nada la voz del comandante. Nos daba la bienvenida al vuelo X de la compañía Y con destino a Fuenterrabía (y me perdonarán por no usar el término impuesto actual Hondarribia), nos recordaba la duración del vuelo, alrededor de una hora para cubrir unos seiscientos kilómetros, y nos indicaba los consejos de seguridad que debíamos seguir para disfrutar de un vuelo plácido y seguro. Al llegar a nuestro destino, mi hermana y yo fuimos de los últimos en bajar del aparato, totalmente alucinados por lo que acabábamos de contemplar: el despegue, observando cómo nos alejábamos de tierra firme y dejábamos nuestra suerte en manos del buen funcionamiento del avión y la pericia del piloto; el giro de ciento ochenta grados que realizaba el aparato dentro del mar para adoptar el rumbo adecuado, las nubes de algodón que todo el mundo sigue sin saber a qué huelen,  el aterrizaje con ese pequeño gran impacto inevitable de las ruedas delanteras contra la pista y toda la parafernalia que rodea a un vuelo de una línea comercial. Nos dio tiempo de ver aparecer al comandante y al copiloto por la puerta de la cabina y contemplar a dos hombres que superaban ampliamente la barrera de los cuarenta años y en ambos casos peinaban más pelo blanco que grisáceo, y siempre con semblante serio como conscientes de la enorme responsabilidad que conlleva pilotar un monstruo de muchas toneladas lleno de keroseno en el que viajan doscientas personas que dependen de tu buen hacer a los mandos de la cabina. Y las azafatas, encantadas de permanecer cerca de ellos.

Por aquel entonces, supongo que las cosas no habrán cambiado demasiado, se accedía a la escuela de pilotos mediante varios exámenes. Primero debías presentarte con tu flamante título de C.O.U. en el bolsillo (¿Aún recuerdan esas siglas en desuso?). Tu visión debía ser perfecta, nada de gafas o lentillas, y tus estudios debían estar orientados a una especialidad científica o técnica, además de los correspondientes exámenes de aptitud. A una aerolínea no le servía que hubieras estudiado Historia del Arte durante el bachillerato o te supieras al dedillo la obra de Garcilaso.

Pero los vuelos, los horarios, el trabajo… todo se cumplía. Los pilotos ya eran una élite dentro de nuestra sociedad, con unos salarios acordes al esfuerzo que habían tenido que realizar para acceder a una titulación que no está al alcance de todos los mortales, como un ingeniero o un arquitecto, pero eran serios, no se veían a sí mismos como los niños mimados de la sociedad y cuando comprabas un billete de avión sabías que, salvo casos marcados por una climatología adversa u otros imponderables, llegarías a tu destino sin mayor problema.

Por eso digo que yo quiero ser piloto. Mi vista está hecha polvo de tanto ponerme delante del ordenador y además tengo migraña crónica con lo cual cada vez que me da una pierdo la visión durante más de una hora; imagínense que la sufra en pleno vuelo.  He estudiado letras en una universidad de letras y apenas recuerdo nada de trigonometría y no tengo ni idea de orientarme según unas coordenadas, además de que si no miro por la ventanilla, no sé si estoy en Nueva York o en Manila, pero yo quiero ser piloto. Quiero poder hacer una huelga cuando me dé la gana dejando tirados a los que me pagan el sueldo y que mis jefes no tengan huevos de despedirme. Quiero levantarme un día por la mañana y que se me haya ocurrido por la noche pedir un aumento de salario a cambio de trabajar menos horas haciendo solo rutas locales (las transoceánicas de 12 horas de vuelo para los novatos) y tener en la cabina una discoteca con barra libre. Quiero trabajar un par de horas al día incluyendo el tiempo que tardo en cambiarme el traje de Armani al uniforme de comandante y quiero que las azafatas de cabina entren en mis dominios vestidas sólo con ropa interior para rememorar aquella histórica cinta de Emmanuelle donde Sylvia Krystel se deja hacer de todo en medio del aparato con un montón de pasajeros a su alrededor sin que parezca importarle un pimiento.

Por todo eso, mamá, yo quiero ser piloto. ¿Dónde tengo que firmar? ¿En qué parte de Barajas me tengo que poner con una pancarta para que me hagan caso? Me iré a buscar al de Ryanair. Seguro que hacemos buenas migas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario