Para quienes se pregunten
por el título tan extraño que le he dado al artículo y no la conozcan, se trata
de una serie de televisión norteamericana. Es una comedia musical creada tras
el éxito en USA de otra serie, American
Idol. Sin embargo, no tiene mucho que ver con la anterior, solo la
intención de aprovechar el filón de audiencia, ingresos publicitarios y ventas
a países extranjeros que supone el crear una especie de spin off, una continuación que no tenga nada que ver con lo
anterior, de una serie exitosa. Algo parecido a lo que en España se hizo con 7 vidas y Aída pero con una audiencia de quince millones de personas por
capítulo solo en Estados Unidos.
El argumento es sencillo,
cantar y bailar. Es la forma de hacerlo lo que la convierte en original. En
este caso sus creadores se sacaron de la manga un instituto inexistente de Ohio
en el que unos chavales de entre 14 y 17 años forman un coro como actividad
extraescolar. El guión es de risa, porque solo sirve como excusa para presentar
los números musicales en los que hasta entonces actores desconocidos dan rienda
suelta a la calidad de sus voces, pero es ahí donde marcan la diferencia y
francamente, a mí me da igual lo malo que sea el guión cuando escucho la música
que interpretan.
Porque son ellos los que
cantan, los propios actores. Graban primero los temas seleccionados en el
estudio tras realizar los posteriores arreglos por parte de tres profesionales
de la música dedicados en cuerpo y alma a las adaptaciones (es emocionante cómo
cantan y bailan en un campo de rugby de instituto una mezcla de Thriller y Heads will roll) y después los coreografían en playback para poder rodar los capítulos, lo cual hacen dos meses
antes de que sea emitido en Estados Unidos.
Yo me muerdo las uñas
esperando por la tercera temporada, la de una serie que ha sido conocida en
España por un tema musical que ha sonado hasta la saciedad en las últimas
semanas de mano de Gym Class Heroes y el cantante de Maroon 5, Adam Levine, llamado
Stereo Hearts (busquen en Youtube las
dos versiones y comparen) pero curiosamente, y esto sucede mucho en el caso de
Glee, los cantantes de la serie mejoran la versión original. Por eso me tienen
tan enganchado y ya es la segunda vez que la veo. Ahora me estoy dedicando a
buscar todas las canciones que me gustan y ya llevo 70, que no está nada mal
para alguien tan musicalmente crítico como yo y después de 40 capítulos en los
que se incrusta material de Broadway que yo no soporto hasta la saciedad y de
vez en cuando se hace una concesión al universo pop recogiendo temas que han
sonado unas semanas antes en las listas de éxitos. Por eso se puede decir que
es una serie contemporánea.
Por último, hablar de sus
componentes. Los jefes de la serie han buscado a cantantes, no a actores, y eso
se nota mucho a la hora de seguir un hilo argumental lleno de situaciones
ridículas en las que Sue Sylvester y Brittany S. Pierce se llevan la palma. Lea
Michele es una absoluta desconocida, con la que debieron frotarse las manos sus
descubridores porque es la Barbara Streisand morena, incluidos nariz y labios,
más prominentes de lo normal y que hacen pensar en cirugía para potenciar esa
imagen. Dotada de una voz maravillosa, da igual que sea una pésima actriz, lo
que importa es cómo canta en temas como Defying
gravity o incluso No air. A Amber
Riley hay que darle de comer aparte. Vendida en la serie como una especie de
heredera de Aretha Franklin, que no de Whitney Houston cuyas voces no tienen
nada que ver, en mi opinión está infrautilizada y solo se aprovechan sus enormes
cualidades vocales para complementar coros en la escala alta donde ninguna otra
puede llegar. Ellas dos son las reinas de la serie.
Y no pueden faltar los dos
reyes, Cory Monteith y Chris Colfer. Del primero no esperamos gran cosa al
principio de la serie, un jugador de fútbol de metro noventa que se deja
engañar por su novia creyendo que la ha dejado embarazada solo porque se han
dado un baño juntos en un jacuzzi, pero se revela como un solista decente en Don´t stop believing, aguantando el tipo
a una Lea Michele que canta el tema entusiasmada y que en algunas ocasiones se
pasa de chorro de voz, y actuando como complemente perfecto de ésta en No air además de otras intervenciones en
las que saca todo el jugo posible a una voz de barítono justita que además
suele tener que adaptarse al timbre de Lea Michele, a quien mantiene el tipo a
duras penas.
El que sorprende por lo
particularísimo de su timbre es Chris Colfer. Gay en la serie y en la vida
real, es poseedor de una voz espectacular de contratenor que se puede apreciar
y disfrutar con lágrimas en los ojos en versiones increíbles de Defying Gravity (les recomiendo que
escuchen este inigualable arreglo del musical Wicked) y en el homenaje laico
que realiza a su padre gravemente enfermo con otra versión tan particular como
agradable a los oídos del I wanna hold
your hands de los mismísimos Beatles.
También son destacables las
voces de Mark Salling, dentro de las dos octavas en las que es capaz de cantar,
de un Chord Overstreet que parece Macauly Culkin atiborrado de esteroides y
cómo no, el cuerpo de goma de Harry Shum Jr., que en ocasiones recuerda al
fallecido rey del pop por su facilidad para integrar sus movimientos en la
música que está sonando y darle vida propia.
En resumen, una serie
recomendable para todos aquellos que gustamos de escuchar buena música, buenas
voces y unos arreglos instrumentales prodigiosos que provocan que nos acaben
gustando más las versiones Glee que las originales. Disponen de todos los
vídeos importantes en Youtube. No se la pierdan, a pesar de Jane Lynch.
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